: Victoria Cirlot
: Visión en rojo
: Ediciones Siruela
: 9788418245008
: El Árbol del Paraíso
: 1
: CHF 8.70
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: Philosophie: Antike bis Gegenwart
: Spanish
: 164
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Este estudio aborda las visiones de Juliana de Norwich, contenidas en su Libro de las visiones y revelaciones. Habitualmente las imágenes visionarias se resuelven según el estilo de una época, lo que en el caso de Juliana habría de corresponder al estilo gótico. Sin embargo, ha sido la novedad y originalidad de sus visiones las que han orientado esta investigación, pues si bien el punto de partida se sitúa en la iconografía gótica centrada en la Pasión de Cristo, las imágenes evolucionan y se «mueven» de tal modo que finalmente nos sitúan ante manchas que son propias de una abstracción que culmina en el monocromo, y ante unas texturas que se han llegado a conocer gracias al informalismo. En la apertura a un diálogo entre las visiones de Juliana y el arte «otro» del siglo XX, estas imágenes visionarias conocen un orden que adopta la forma de un díptico repartidas así entre abstracción (procedentes de la visión de la sangre de Cristo) e informalismo (derivado de la visión de la carne de Cristo). La confrontación que permite la apertura de un tiempo en el que se han puesto en contacto imágenes del gótico con imágenes del siglo XX, pone de manifiesto la posibilidad de la emergencia de una estética que se adelanta en siglos a su propia época, rompiendo así la linealidad temporal a la que nos ha habituado la historia del arte, para dar entrada a otro concepto de tiempo histórico. La comparación busca también comprender los distintos paradigmas epocales en los que el visionario o el artista han alcanzado a crear imágenes que no surgen de la mímesis de lo que es percibido a través de los sentidos exteriores, sino que atisban o alcanzan a contemplar lo invisible.

Victoria Cirlot nace en Barcelona en 1955. En la actualidad es catedrática de filología románica en la Facultad de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, y Directora del Doctorado en dicha Universidad. Se ha dedicado al estudio de la Edad Media: cultura caballeresca y mística. Realizó diversas traducciones de novelas artúricas de los siglos XII y XIII del francés antiguo, como por ejemplo Perlesvaus o El alto libro del Grial (publicado en Siruela con varias reediciones) y también de lírica trovadoresca (Jaufré Rudel, El amor de Ionh, Columna, Barcelona 1998). Entre sus libros dedicados a la novela artúrica destaca Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval, Siruela, Madrid 2005. En el ámbito de la mística medieval se ha ocupado de Hildegard von Bingen (Vida y visiones de Hildegard von Bingen, Siruela, Madrid 1997-2006), así como de otras escritoras místicas (La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias de la Edad Media, Siruela, Madrid 2008, en colaboración). Ha trabajado acerca del fenómeno visionario en estudios comparativos de la Edad Media y siglo XX : Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente, Herder, Barcelona 2005, y en La visión abierta. El mito del Grial y el surrealismo, Siruela, Madrid 2010). Es directora de la colección El Árbol del Paraiso de la editorial Siruela. También se ha ocupado de la edición de la obra de su padre, el poeta y autor del Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot.

I. La sangre de Cristo y la mancha roja


Con una imagen extraordinaria comienza elLibro de visiones y revelaciones de Juliana de Norwich9. El efecto que produce la primera visión puede compararse con el que se experimenta con las obras de arte más provocadoras del siglo XX. La distancia de seis siglos que separa la visión con respecto a nuestro mundo y a nuestro pasado más próximo parece disolverse para de inmediato volver a reafirmarse por la certeza de que no podemos estar ante «lo mismo». En esa dialéctica entre la semejanza y la diferencia se sitúa nuestra mirada cuando leemos esa primera visión, y las palabras de Juliana se traducen en nuestro interior en imágenes mentales. La experiencia visionaria de esta mujer de la que prácticamente nada sabemos sino lo que ella misma nos dice en suLibro corresponde a la espiritualidad de una época en la que la relación e intimidad con Dios tenía lugar en un plano de la realidad que conocemos como místico, es decir, una realidad en la que el acontecimiento radical de vida consistía en la unión con Dios. Desde Hildegard von Bingen en el siglo XII, la visión constituyó una experiencia habitual entre las mujeres cuya mirada se había vuelto decididamente hacia la interioridad, ya ocuparan las celdas de un monasterio, las habitaciones de los beguinatos que proliferaron en las ciudades a partir del siglo XIII o las celdas situadas junto a las iglesias en pleno centro urbano, como fue el caso de la reclusa Juliana de Norwich, en las últimas décadas del siglo XIV y las primeras del siglo XV10. La práctica de la reclusión, habitual en Inglaterra desde el siglo XII con el caso bien conocido de Christina de Markyate, suponía la muerte al mundo, tal y como quedaba expresado en el rito de entrada; aunque, a diferencia de lo que pudiera parecer, no implicaba en absoluto un aislamiento total11. Antes bien, la reclusa se comunicaba con el mundo a través de la ventana de su celda, tal y como se muestra en un manuscrito lombardo que recoge una ficción literaria comoLa queste del Saint Graal. En la miniatura vemos al caballero conversando con la reclusa que se encuentra en el interior de una casa, y lo hace junto a una ventana[Fig. 1]. Aunque, a diferencia del paisaje rural en el que aparece el eremitorio deLa queste, la celda de Juliana estaba situada no lejos de la catedral, en medio del bullicio de una ciudad rica y próspera, relacionada comercialmente con los Países Bajos, el norte de Alemania y el Báltico, célebre además por un sofisticado nivel intelectual, en contacto con las universidades

Fig. 1

de Cambridge y Oxford12. El hecho de que Juliana formaba claramente parte de la comunidad de Norwich y de que además cumplía una función importante como consejera y guía espiritual de dicha comunidad se deduce de las herencias que le dejaron personajes significativos de su entorno, no solo a ella, sino también a dos de sus sirvientas, que, al parecer, vivieron con ella en la celda, y que quizá la ayudaron en la copia de sus textos13. El testimonio más significativo del prestigio de Juliana se debe a Margery Kempe, que la visitó en 1413 para obtener de ella guía espiritual y consejos14. En la celda se abría además otra ventana, aunque esta otra daba, no al mundo exterior, sino a la iglesia, de modo que la reclusa podía asistir a los ritos litúrgicos. El espacio de la reclusa se define entonces por el elemento liminal, las ventanas, que establecen las fronteras entre el exterior y el interior, y la celda misma, que se presenta como un espacio intermedio, entre el siglo mundano y el otro mundo o más allá al que transportan los rituales practicados en la iglesia15. Entre la tierra y el cielo: justamente allí donde suceden las visiones, en la tierra espiritual, como la denominaba Henry Corbin, y donde el abad Suger de Saint Denis situaba el lugar de su meditación, ni en el lodo de la tierra ni en las alturas celestiales16. La vida de la reclusa transcurre en un espacio en que existe una comunicación oral, en que las palabras van y vienen, en el que puede percibirse el movimiento, al que llegan todas las manifestaciones que pueden captarse a través de los sentidos corporales, pero también un silencio sepulcral, una absoluta oscuridad, y la visión de unos actos celebrativos destinados a despertar y abrir los ojos interiores. Ese mismo carácter híbrido es el que preside la experiencia visionaria en la que las imágenes ofrecen formas que «se parecen» a las de este mundo, pero que no son de este mundo. Los contenidos espirituales adoptan formas visibles, se muestran, aparecen, emergen como floraciones espontáneas. El lugar de la visión,mundus imaginalis lo denominó Corbin, es justamente el lugar de un tipo de imagen que es la que conocemos como símbolo. Son estas imágenes simbólicas, inmateriales, carentes de soporte, sin fijación, las que pueblan los escritos de las visionarias. En muchas ocasiones, ellas describen con todo detalle y precisión sus visiones y, a veces, esas imágenes fueron trasladadas por los miniaturistas al