: Barbara Cartland
: Huyendo del amor
: Barbara Cartland EBooks ltd
: 9781788672719
: 1
: CHF 3.10
:
: Historische Romane und Erzählungen
: Portuguese
: 298
: Wasserzeichen
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Justin, el Marqués de Veryan, estaba comprometido con la reconocida belleza de la Sociedad londrina, Lady Rose Caterham. Su 'compromiso' era como un incendio forestal en todo el Beau Monde. Pero Justin, decide escaparse y refugiarse en su casa de campo en la costa sur de Inglaterra, con su amigo cercano Sir Anthony Derville. Planea disfrutar un poco de paz y tranquilidad lejos del alboroto que seguramente se producirá en Londres. Pero cuando apenas llega, un asaltante enmascarado entra en su Castillo y lo roba en su propio comedor. Inmediatamente preocupado por su vecina, Ivana Wadebridge, a pesar del largo historial de enemistad de su propio padre con su familia, le preocupa y le hace una visita para asegurarse de que ella esté a salvo, pero inesperadamente, se siente fascinado por su belleza recatada. Luego se encuentra en un laberinto de emociones, peligro, engaño y misterio, pues aparte de que le roban los tesoros de su familia, también su corazón se está quedando atrapado. ¡En lugar de tener paz, el Marqués se ve envuelto en un misterio aterrador!

CAPÍTULO II

El Marqués bajó a cenar, estaba tan resplandeciente en su traje de etiqueta como si se dirigiera a una recepción en la Casa Carlton.

Cuando descendía por la antigua escalera de roble, sintió un olor a lavanda y a cera de abejas y pensó que era mucho mejor que los exóticos perfumes que habían usado las damas la noche anterior.

Se hallaba en el estado de ánimo propicio para apreciar Heathcliffe y todo lo que contenía.

Se disponía a entrar en la sala cuando, cambiando de opinión, decidió visitar primero la biblioteca. Había sido el santuario de su padre, donde aquél guardaba muchos de los tesoros que, por haberlos coleccionado personalmente, le proporcionaban infinito placer.

El abuelo del Marqués, excelente conocedor que había gasta- do mucho tiempo y dinero en juntar una colección considerada como una de las mejores del -país, había adquirido los magníficos cuadros en Veryan y de la casa familiar en Londres.

También tenía buen gusto para los muebles y había aumentado la colección de hermosas piezas de laca roja iniciada por un antecesor durante la época de la Reina Ana.

Por lo tanto, había sido difícil para el difunto Marqués mejo- rar lo que ya poseía, pero como tenía muy buen gusto y una fortuna que le permitía satisfacer sus menores caprichos, se había dedicado, mientras vivió en Heathcliffe, a comprar antigüedades relacionadas con el mar.

El Marqués sabía que en los estantes de la biblioteca había primeras ediciones de libros que cualquier conocedor, y en especial muchos museos marítimos, desearían poseer.

Por toda la casa colgaban pinturas de barcos firmadas por artistas famosos y uno de los amigos de su padre había declarado que era más fácil marearse en Heathcliffe que en un barco en alta mar, y por supuesto, estaba la colección especial de cajitas de rapé.

Cada una de ellas estaba conectada en alguna forma con el mar y el Marqués recordó que deseaba buscar la que se parecía a la cajita de Peregrine Percival y que había admirado la noche anterior.

Pensó que era extraño que existieran dos cajitas iguales, ya que la mayoría de los artífices de aquella época preferían crear algo único para sus patrocinadores.

Al mismo tiempo sabía que un tesoro, como un vaso griego, podía aumentar de valor cuatro o cinco veces si se encontraba una pareja.

Al abrir la puerta de la biblioteca observó que lossirvientes habían colocado flores, lo mismo que en el salón, en señal de bienvenida; pero, a pesar de su fragancia se percibía un ligero olor a polvo y a cuero antiguo, por lo que atravesó la habitación para abrir una ventana.

Al hacerlo, advirtió que todas las cosas en el escritorio de su padre estaban arregladas en la misma forma en que las recordaba, el secante con orillas de oro adornadas con el escudo de ar- mas de los Veryan; el gran tintero diseñado durante el reinado de Charles II por uno de los más grandes orfebres de su tiempo, y todos los otros pequeños objetos que su padre apreciaba.

También se encontraban sobre el escritorio un abridor de cartas adornado con piedras preciosas, un lente de aumento, un portaplumas, un sello y una docena de artículos que lo habían fascinado cuando niño.

Sonrió al contemplarlos, dirigiendo instintivamente la mira- da hacia el otro lado de la habitación, donde se encontraba una cómoda francesa labrada que tenía encima una vitrina, sitio en el que su padre guardaba las cajitas de rapé.

«Ahora veré» se dijo, «si la cajita de Peregrine Percival es tan diferente de la que yo poseo».

Fue hasta la vitrina y la miró sorprendido porque había menos cajitas de las que esperaba.

¿Estaría equivocado?, se preguntó, pero al instante se dijo que, hacía algunos años, había allí tantas cajitas que ya no cabía una más, y ahora, sobre el forro de terciopelo azul oscuro, no aparecía más que una docena.

Estaban separadas unas de las otras en un arreglo que pretendía ser artístico, pero que en realidad había sido diseñado para disimular la falta de las otras piezas.

El Marqués hizo un esfuerzo para recordar. ¿No estaría equivocado al pensar que la colección de su padre era más extensa?

Tal vez algunas habían sido llevadas a otra habitación, al salón probablemente.

Estudió con cuidado las cajitas en la vitrina. Las que estaban allí eran muy peculiares y, para él, inolvidables; algunas de ellas adornadas con piedras preciosas, pero no encontró el barco con las velas desplegadas navegando en un mar de esmeraldas, como la qué le había mostrado Peregrine Percival.

Entonces se le ocurrió pensar que, como el señor Markham cuidaba fervorosamente de Heathcliffe, debía haber guardado las cajitas más valiosas en la caja fuerte que se encontraba a un lado de la despensa. Allí es donde estarían sin duda y el Marqués lanzó un suspiro de alivio; porque, por un momento, temió que se hubiera perdido algo muy importante para él, ya que había significado mucho para su padre.

«Debo hablar mañana con Markham», se dijo.

Tenía un gran número de asuntos que discutir con su administrador, no sólo concernientes a la casa, sino a las tierras de la propiedad.

Regresó al salón para esperar aSir Anthony. La noche era muy calurosa, y como las largas ventanas francesas estaban abiertas, salió a la terraza para contemplar el jardín de rosas y deleitarse con los capullos que rodeaban un reloj de sol.

Sintió la suave brisa que venía del mar y se dijo que había estado demasiado tiempo lejos de Heathcliffe y que el año próximo pasaría algunas semanas aquí.

Sir Anthony se le aproximó de pronto.

—No puedo imaginarme por qué te has olvidado de este lugar, Justin— le dijo.

—Eso es lo que yo estaba pensando— replicó el Marqués—, y definitivamente vendremos aquí el año próximo en vez de pasearnos por el malecón de Brighton, charlando con esos estirados y aburridos caballeros que no tienen ni una onza de inteligencia.

—Tal vez no me invitarás el año que viene.

El Marqués lo miró sorprendido ySir Anthony añadió sonriendo:

—Mientras me vestía, estaba pensando que éste es el sitio ideal para una luna de miel.

—Si empiezas a hablar otra vez sobre el matrimonio, creo que te pegaré— dijo el Marqués—. Estamos aquí para proteger nuestra soltería, así que brindemos por ella.

Entraron en el salón al mismo tiempo que un lacayo que llevaba una bandeja con dos copas, acompañado por el mayordomo que traía la botella de champaña envuelta en una servilleta.

El Marqués lo miró y dijo:

—¡Tú no eres Bateman!

—No,milord. Mi nombre es Travers.

—¿Qué ha sucedido con Bateman?

—Se retiró,milord. Creo que vive en una cabaña de la aldea.

—Yo no me recordaba que él fuera tan viejo— comentó el Marqués—, espero que te desenvuelvas bien en su lugar y disfrutes tu trabajo en Heathcliffe.

—Gracias,milord. Trataré de realizar mis tareas a la satisfacción de Su Señoría.

Al Marqués le agradó la forma en que el hombre hablaba y se le antojó que tenía porte militar.

Una idea cruzó por su mente y preguntó:

—¿Con quién trabajabas antes que el señor Markham te colocara aquí?

—Estaba en el mar,milord.

El Marqués no hizo ningún comentario, pero dirigió al hombre una mirada especulativa y decidió que Markham había hecho una buena elección.

Pensó, también, que ahora que se había firmado la paz debería haber un buen número de marineros buscando trabajo.

Sin embargo, era una regla de sus propiedades que, de ser posible, lossirvientes debían proceder de familias que hubieran estado en su servicio, al de su padre antes que él, y aun bajo las órdenes de su abuelo.

En Veryan había mozos de cocina que representaban la quinta generación desirvientes y mozas que consideraban que era su derecho servir en “la casa grande’’, tan pronto como tenían edad suficiente.

Siempre se había imaginado que el mismo principio regía en Heathcliffe.

Trató de recordar el tamaño de la aldea, que estaba situada como a dos kilómetros de la casa, pero le fue difícil calcular el número de...