: Pierre Magnan
: Trufas para el comisario
: Ediciones Siruela
: 9788417996239
: Nuevos Tiempos
: 1
: CHF 9.00
:
: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 224
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
POR PRIMERA VEZ EN ESPAÑOL, UNA DE LAS GRANDES SERIES DE LA NOVELA NEGRA EUROPEA. Entre Fred Vargas y Jean Giono, los ya clásicos títulos del comisario Laviolette rebosan inteligencia, oscuridad e ironía. «Pierre Magnan es el maestro del gótico provenzal». Publishers Weekly «La emoción concentrada en las novelas de Pierre Magnan trae a la memoria las obras maestras de Simenon». The Times En la pequeña localidad de Banon, en la Alta Provenza, los campesinos viven de la cría de cabras y, sobre todo, del lucrativo comercio de la trufa. ¿Quién le iba a decir al comisario Laviolette -dispuesto a degustar en forma de tortilla poco cuajada el delicioso hongo de la región- que se encontraría con un buen montón de cadáveres y que una cerda llamada Roseline sería su mejor aliada? ¿O que se toparía con una sepultura de los protestantes expulsados por la iglesia cuatrocientos años atrás, y que, tras una serie de estrepitosos fracasos, la solución al caso surgiría ante él por azar, en una comunidad plagada de odios larvados y viejas supersticiones? Publicada originalmente en 1978, la inteligente y atmosférica obra de Pierre Magnan -sin duda uno de los grandes nombres de la novela negra europea-, a mitad de camino entre Fred Vargas y Jean Giono, es un auténtico festín de ironía, sutileza y oscuridad.

Pierre Magnan (Manosque, 1922-Voiron, 2012), íntimamente ligado a la región de Provenza, fue un prolífico escritor famoso sobre todo por sus novelas policiacas, varias de las cuales han sido adaptadas al cine y a la televisión.

2


El portón presidía el patio cuadrado; a un lado, las gallinas, y, en medio, las jaulas de los conejos. Un olor a hierba cortada flotaba bajo el techo abovedado del aprisco donde soplaba el calor del rebaño. La sala estaba en el primero, bajo el alero de la terraza, sostenida por un pilar cuadrado.

Con la cesta colgando del brazo, Alyre raspó las suelas de sus zapatos en el poyete y subió a paso ligero por la escalera exterior. Tiró del marco de la mosquitera y abrió la puerta acristalada.

Francine sacaba el gratén del horno. La mesa estaba puesta en torno al vino tinto, en parte Alicante y en partejacquez, esa cepa prohibida. Pero se trataba de viñas muy antiguas y Francine era teniente de alcalde. Se hacía la vista gorda ante aquellas vides que habría habido que arrancar mucho tiempo atrás.

Cuchillo y tenedor en mano, con los dientes y la punta en alto, como es debido, el pastor, ya sentado, hacía entender con toda su achaparrada persona: «Bueno, ¿qué? ¿Es para hoy?». Los tres perros, bajo la mesa, se disponían a atrapar a bocados los restos del festín.

—¡Mira este, que no me echaría una mano ni muerto! —Francine señalaba al pastor con mano resuelta.

—Me ha dicho usted que era demasiado torpe.

—¡Ah! ¡Eso es verdad!

El pastor era Pascal, hijo único de una familia acomodada que había dejado a los suyos porque su madre engañaba a su padre. Se había marchado sin decir palabra, en secreto. Tenía diecinueve años. Su madre venía a por él hasta los pastizales casi todos los sábados.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué? ¡Tenías comida y cubierto! ¡Tu padre y yo nos desvivíamos por ti! —hablaba a una espalda vuelta.

Pascal no respondía nunca y seguía con su tarea. Le decía «Hola, ma» cuando llegaba y «Adiós, ma» cuando se iba.

—Hay gente —comentaba Alyre— que se arrastra de rodillas para que les digan cuatro verdades. ¡Pero ya verás! ¡Un buen día se la escupirá a la cara, la verdad! Y entonces habrá que recogerla del prado donde se la haya soltado. ¡Tiesa se va a quedar! ¡Va a caerse de bruces en los excrementos de cabra!

Francine siempre se daba la vuelta cuando Alyre pronunciaba la palabra «verdad». ¿Qué iba a saber él de la verdad, cuando ella llevaba doce años mintiéndole sin que dijese ni mu?

Echó una ojeada a la cesta posada en el suelo.

—¡Esto es todo lo que traes! No os habéis deslomado, vosotros dos, ¿no?

De hecho, aquello valía más de mil francos. Y seguiría así del 15 de noviembre al 15 de febrero, salvo por las interrupciones debidas a las inclemencias del tiempo. No había motivo de queja. Pero la t