: Mikhail Naimy
: El Libro de Mirdad
: Adama Verlag
: 9783966614122
: 1
: CHF 4.90
:
: Philosophie, Religion
: Spanish
: 144
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El Libro de Mirdad es un libro alegórico de filosofía. Se presenta como una serie de diálogos entre Mirdad, abad de un monasterio y sus discípulos. El Libro de Mirdad se basa en una variedad de filosofías. A través de las alegorías, en el libro presentado por Mirdad, Mikhail Naimy presenta varios temas y llama a la unidad de diferentes grupos de personas en el amor universal, así como a criticar el materialismo y los rituales religiosos vacíos. Los diálogos de Mirdad dan enseñanzas que nos muestran cómo es posible transformar nuestra conciencia y descubrir al Dios interior, disolviendo nuestro sentido de dualidad. Naimy describió su obra como 'el pináculo de su pensamiento y un resumen de su visión de la vida'. El místico indio Osho mencionó El libro de Mirdad en su libro 'Una canción sin palabras', diciendo que 'puede ser de gran ayuda si no lo esperas, y es un libro que vale la pena leer miles de veces'. El Libro de Mirdad se considera una obra maestra de la sabiduría espiritual.

Mikhail Naimy (Mijail Nuáima) fue un autor y poeta nacido en el Libano en 1883. Estudió en el Instituto de Profesores Rusos en y en el Seminario de Teología en Poltava, Ucrania. Se trasladó a los Estados Unidos donde obtuvo el diploma en Derecho y Literatura por la Universidad de Washington, iniciando su carrera de escritor en 1919. Escribió en árabe, inglés y ruso. Al graduarse, se mudó a Nueva York, donde con Khalil Gibran y otros ocho escritores más formó el movimiento La Liga de escritores de Nueva York (Rabita al-Qalamiyya) del que sería presidente en 1932. Produjo más de treinta obras de poesía, prosa narrativa, drama, autobiografía, crítica literaria y ensayo entre las que destaca 'El Libro de Mirdad'. 'El susurro de los párpados' es la única colección de poemas meditativos de Naima, escritos en árabe e inglés. El estilo fresco de la poesía que introdujo Naima en este libro influenció posteriormente en la poesía árabe moderna. En 1932, después de haber vivido en Estados Unidos durante 21 años, regresó a Líbano. Falleció en Beirut oriental el día 28 de febrero de 1988.

3
EL GUARDIAN DEL LIBRO


—«¡Levántate, oh afortunado extranjero! ¡Has alcanzado tu meta!»

Muerto de sed y retorciéndome bajo los rayos de un sol abrasador, entreabrí los ojos y me encontré tendido en el suelo. Percibí la oscura silueta de un hombre que estaba inclinado sobre mí, mientras humedecía delicadamente mis labios con agua y lavaba cuidadosamente mis heridas. Su cuerpo era recio, sus facciones rudas, su barba y sus cejas hirsutas, su mirada profunda y aguzada, y su edad muy difícil de determinar. No obstante, su contacto era suave y reconfortante. Con su ayuda pude sentarme y le pregunté con voz tan débil que apenas llegaba a mis oídos:

—«¿Dónde estoy?»

—«En el Pico del Altar.»

—«¿Y la gruta?»

—«Detrás de ti.»

—«¿Y el Abismo Negro?»

—«Frente a ti.»

Fue inmenso mi asombro cuando miré y vi la gruta detrás de mí y, frente a mí, el Abismo Negro como una inmensa boca abierta. Me encontraba tendido al borde del precipicio, y entonces le pedí al hombre que me llevase al interior de la gruta, lo que hizo con la mejor voluntad.

—«¿Quién me sacó del Abismo?»

—«El que te guió hasta aquí, debe haberte sacado del Abismo.»

—«¿Quién es él?»

—«El mismo que ató mi lengua y me retuvo prisionero en este Pico durante ciento cincuenta años.»

—«Entonces, ¿eres tú el Abad encadenado?»

—«Sí, yo soy. Evito a todos los hombres, excepto a ti.»

—«Nunca hasta hoy viste mi rostro. ¿Por qué evitas a todos los hombres menos a mí?

—«Durante ciento cincuenta años estuve esperándote. Durante ciento cincuenta años sin faltar ni un sólo día, en todas las estaciones del año y con cualquier tiempo, mis ojos pecadores han escudriñado entre los peñascos de la Escarpada buscando un hombre que subiese a la montaña y que llegase hasta aquí como tú has llegado, sin cayado, desnudo y sin provisiones. Muchos han intentado subir por la Escarpada, pero jamás llegaron. Muchos llegaron por otros caminos, pero no venían sin cayado, desnudos y sin provisiones. Durante todo el día de ayer estuve observando tu ascensión. Por la noche dejé que durmieses en la gruta, pero al amanecer vine aquí y te encontré desvanecido y sin aliento. Mas tenía la certeza de que volverías a la vida. ¡Y aquí estás! Más vivo que yo. Tú moriste para vivir. Yo vivo para morir. ¡Gloria sea dada a su nombre! Todo sucedió según sus promesas. Todo fue según tenía que ser. No tengo la menor duda de que tú eres el escogido.»

—«¿Quién?»

—«El bienaventurado en cuyas manos debo entregar el Libro Sagrado para que lo publique y lo dé a conocer al mundo.»

—«¿Qué Libro?»

—«Su Libro. El Libro de Mirdad.»

—«¿Mirdad? ¿Quién es Mirdad?»

—«¿Es posible que no hayas oído hablar de Mirdad? ¡Qué cosa más extraña! Yo estaba absolutamente seguro de que en esta época su nombre se habría extendido por toda la tierra, de la misma forma que impregna el suelo bajo mis pies, el aire que me rodea, y el cielo que me cubre. Este suelo es sagrado, ¡oh, extranjero!: Sus pies lo pisaron. Sagrado es este aire que nos envuelve: Sus pulmones lo respiraron. Sagrado es el cielo que nos cubre: Sus ojos lo escudriñaron.

Y dicho esto, el monje se inclinó reverentemente, besó tres veces el suelo y se calló. Después de una pausa le dije:

—«Despiertas mi deseo de saber más respecto a ese hombre al que llamas Mirdad.»

—«Presta atención, pues. Voy a relatarte todo lo que me está permitido contar. Mi nombre es Shamadam. Yo era el Superior del Arca el día que falleció uno de los Compañeros. Apenas había partido su alma, cuando ya vinieron a avisarme de que en la puerta había un desconocido que deseaba hablarme. Bien sabía yo que él había sido enviado por la Providencia para ocupar el lugar del Compañero fallecido, y tenía que haberme regocijado por el hecho de que Dios velase aún por el Arca, tal como lo había hecho desde la época de mi padre Sem.»

En aquel momento le interrumpí para preguntar si era verdad lo que contaban las gentes de la fal