Ocasio-Cortezfeat.Gramsci
Íñigo Errejón
Según la comunidad científica, 1980 fue el primer año en el que el desarrollo industrial superó la capacidad de carga de la Tierra; esto significa que aquel año la humanidad comenzó a consumir recursos naturales a un ritmo superior al que la Tierra podía regenerarlos. Desde entonces esta tendencia se ha ido acelerando e intensificando hasta que hoy los cálculos más prudentes indican que nuestro consumo de recursos no renovables nos haría necesitar un planeta y medio (muchos más que esto si se generalizasen las pautas de vida y consumo de norteamericanos o europeos). Además, nuestro impacto sobre el planeta, principalmente en forma de cambio climático por el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero, se aproxima a cotas irreversibles que comprometerán la vida tal y como la conocemos en la Tierra, y que están actuando ya como multiplicadores de la desigualdad y de conflictos sociales y geopolíticos: a medida que destruimos el medio ambiente y los recursos comienzan a escasear, se tensan las costuras de la convivencia y la estabilidad y se afilan las tendencias del «sálvese quien pueda» y del autoritarismo para el disfrute cada vez más excluyente de recursos menguantes. La destrucción del planeta, por tanto, no es algo que deba preocupar solamente a los amantes de los animales y del paisaje: es una cuestión directamente política, la principal amenaza que se cierne sobre nuestras democracias y sobre el ideal de tener sociedades lo más justas y libres posible.
Por decirlo de forma clara: le hemos declarado una guerra a la naturaleza, por lo tanto, a nosotros mismos, y es una guerra quesolo podemos perder. Es urgente ponerle fin a esa guerra y cambiar el modo de relacionarnos como sociedad y con la naturaleza. No hay dudas en la comunidad científica sobre ello y es una idea que cada vez se abre mayor paso como consenso social transversal: la disyuntiva no es si queremos afrontar o no la transición ecológica, sino cuál va a ser su sentido y su orientación. Si vamos a ser capaces de anticiparnos, prever y gobernarla para que sea socialmente justa y sostenible, o si, por el contrario, va a sobrevenir como un conjunto de sucesos y catástrofes que impactan sobre un mundo cada vez más violento, más injusto y menos habitable. La crisis ecológica no es, por tanto, solo una cuestión medioambiental, tampoco es un problema tecnológico, sino ante todo un problema político, de primer orden, porque nos interpela como especie y atañe a nuestra calidad de vida, a nuestra supervivencia y lade las generaciones que vendrán después de nosotros. Aunqueaún tímidamente en España, la crisis ecológica, el cambio climático y la necesidad de transición hacia economías y sociedades más sostenibles, se va abriendo paso en países de nuestro entorno y especialmente entre los más jóvenes. Aun así, se presenta todavía como una cuestión «temática», un apartado específico en los programas electorales o una declaración de buenas intenciones. Cuando en realidad estamos más, como defienden los autores, ante una gran oportunidad para la política emancipadora siempre que seamos capaces de convertir lo social y ecológicamente necesario, lo científicamente necesario, en políticamente posible.
Este libro debe ser leído como una propuesta concreta, atrevida y contundente, para convertir la transición ecológica en la dimensión central de un proyecto político radicalmente democrático y popular.
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