: A.J. Liebling
: La dulce ciencia
: CAPITÁN SWING LIBROS
: 9788494987939
: Especiales
: 1
: CHF 8.80
:
: Kampfsport, Selbstverteidigung
: Spanish
: 376
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Nombrado MEJOR LIBRO DE DEPORTES DE TODOS LOS TIEMPOS por la revista Sports Illustrateden 2002, La Dulce Ciencia recopila en un único e inolvidable volumen las clásicas piezas del periodista del New Yorker A.J. Liebling sobre boxeo, esa 'Dulce Ciencia de los Moratones'.A través de sus páginas, Liebling nos ofrece un retrato animado e idiosincrásico del universo pugilístico de principios de la década de 1950 -la época dorada del boxeo estadounidense-, un mundillo que incluye a personajes de todo tipo: desde representantes jactanciosos hasta entrenadores veteranos y segundos astutos y, cómo no, a los luchadores mismos: figuras de la talla de Joe Louis, Rocky Marciano, Sugar Ray Robinson o Archie Moore, al que definió como 'un virtuoso de anacrónica perfección'. Sin embargo, sus geniales escritos van mucho más allá de la mera crónica deportiva. Con su inconfundible estilo, Liebling siempre busca la historia humana detrás de la pelea y evoca la tensión y la atmósfera en el estadio tan nítidamente como lo que sucede en el ring, capturando así este feroz arte como nadie lo había hecho antes. Considerado el autor que mejor supo retratar el ambiente pugilístico, en una ocasión afirmó: 'El boxeador, como el escritor, debe estar solo'.

A.J. Liebling, Nueva York (EE.UU.), 1904 - 1963 Periodista estadounidense estrechamente asociado a The New Yorker desde 1935 hasta su muerte. Comenzó su carrera como periodista el Evening Bulletin, Providence (Rhode Island). Trabajó brevemente en la sección de deportes del New York Times, pero fue despedido y vivió en Francia hasta 1935, cuando volvió y se incorporó a The New Yorker. Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó como corresponsal de guerra y firmó muchas historias desde África, Inglaterra y Francia. Sus artículos de la guerra están recogidos en The Road Back to Paris (1944). Participó en los desembarcos de Normandía en el Día D, y escribió una pieza memorable sobre sus experiencias bajo fuego a bordo de una lancha de desembarco de la Guardia Costera de Estados Unidos frente a la playa de Omaha. Luego pasó dos meses en Normandía y Bretaña y estuvo con las fuerzas aliadas cuando alcanzaron París. Liebling recibió la Cruz de la Legión de Honor por parte del Gobierno francés por su información de guerra. Al terminar esta, volvió a la revista y empezó a escribir una columna llamada 'Wayward Press', en la que analizaba la prensa estadounidense. Liebling también era un ávido admirador del boxeo, las carreras de caballos y la comida, y escribía sobre estos temas con frecuencia. Durante la década de 1940, criticó activa y enérgicamente al Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes.

«¡La Dulce Ciencia de los Moratones!».

Boxiana (1824)

«Había oído que las arremetidas de Ketchel eran tan rápidas que no eran fáciles de encajar; aun así, supuse que podría reventarle los morros a base de rectos. […] Tendría que haberlo tumbado pronto, pero llegué una fracción de una pizca tarde».

Philadelphia Jack O’Brien,

comentando en 1938 algo que había

sucedido mucho antes.

Es con Jack O’Brien, elArbiter Elegantiarum Philadelphiae, con quien se inicia mi relación con el pasado histórico a través de la imposición de manos. Me sacudió, a modo de ejemplo pedagógico, y a él le había sacudido el gran Bob Fitzsimmons, a quien derrotó en 1906 por el título de los semipesados (Jack tenía una cicatriz que lo demostraba). A Fitzsimmons le había sacudido Corbett; a Corbett le sacudió John L. Sullivan; a este, Paddy Ryan, con los puños desnudos; y a Ryan le sacudió Joe Goss, su predecesor, que en su juventud había comprobado la dureza de los nudillos del gran Jem Mace. Es toda una emoción sentir que lo único que te separa de los primeros victorianos es una sucesión de puñetazos en la nariz. Desconozco si el profesor Toynbee tendrá una relación tan cercana con sus fuentes.[1] La Dulce Ciencia está unida al pasado como el brazo al hombro.

Me parece inconcebible que tal encadenamiento de golpes pudiera llegar a extinguirse, pero tengo que reconocer que estamos entrando en un periodo de talentos menores. La Dulce Ciencia ha sufrido este tipo de abatimiento con antelación, como sucedió en el largo periodo —señalado por Pierce Egan, el gran historiador deBoxiana— entre la derrota de John Broughton en 1750 y la aparición de Daniel Mendoza en 1789, o los más recientes Años Oscuros entre la retirada de Tunney en 1928 y el ascenso de Joe Louis a mediados de la década de 1930. En ambos periodos se sucedieron uno tras otro campeones de poco valor con la rapidez de los emperadores que siguieron a Nerón, sin que el público tuviera apenas tiempo para memorizar sus nombres. Cuando Louis apareció, noqueó a cinco de estos campeones mundiales: Schmeling, Sharkey, Carnera, Baer y Braddock. Este último ostentaba precisamente el título cuando Louis le sacudió. Transcurrida una década, dejó fuera de combate a Jersey Joe Walcott, quien, sin embargo, ganó el título cuatro años más tarde. La luz de Louis se extiende en ambas direcciones históricas y expone la insignificancia de lo que lo precedió y de cuanto lo siguió.

Cierto es que existen determinadas circunstancias generalizadas en la actualidad, como el pleno empleo y la permanencia en el sistema escolar hasta una edad avanzada, que militan contra el desarrollo de boxeadores profesionales de primer nivel (también militan contra el desarrollo de acróbatas, violinistas ychefs de cuisine de primera categoría). «Los tamborileros y los púgiles, para conseguir la excelencia, deben empezar jóvenes —escribió el gran Egan en 1820—. Es necesaria una peculiardestreza en lasmuñecas y tener los hombros ejercitados, algo que únicamente se consigue en paralelo al crecimiento y con la práctica». La exposición prolongada a la educación reglada entra en conflicto con la adquisición de estas destrezas, pero si un chico tiene verdadera vocación, puede hacer mucho en su tiempo libre. Tony Canzoneri, un muy buen peso pluma y ligero de la década de 1930, me contó una vez, por ejemplo, que no se puso un guante de boxeo hasta que cumplió los ocho años. «Pero, por supuesto, había peleado en las calles», señaló para explicar cómo había superado lo tardío de su inicio. Por otra parte, existen muchas zonas aún no arrasadas, como Cuba, el norte de África y Siam, que están empezando a producir muchos boxeadores.

La apremiante crisis en Estados Unidos, adelantándose a la que la mejora de las condiciones de vida puede conllevar, tiene su origen, no obstante, en la popularización de ese aparato ridículo llamado televisor. Este cachivache se utiliza para vender cerveza y cuchillas de afeitar. Los financiadores de las cadenas de televisión, al retransmitir un combate gratis casi cada noche de la semana, han arruinado de un derechazo los centenares de clubes de boxeo de ciudades pequeñas y barrios en los que los jóvenes tenían la oportunidad de aprender la profesión y los obreros de los guantes podían perfeccionar sus habilidades. De este modo, el número de buenos talentos en perspectiva se reduce año a año, mientras que al público estos comerciantes le piden ya que piense que un chaval con quizá diez o quince peleas a sus espaldas es un boxeador de primerísima categoría. Ni a las agencias de publicidad ni a las cerveceras —y mucho menos a las cadenas— les