CAPÍTULO 2
No iba a ser un buen día, cuando John Maschen decidió conducir por la costa hacia su oficina en la ciudad de San Marcos. A su derecha, el cielo empezaba aclarecía desde un oscuro azul a uno claro cuando justo el sol empezaba a subir por encima de las colinas sobre el horizonte; pero todavía estaba fuera del alcance de la visión de Maschen los acantilados que se levantaban por el lado este de la carretera. Al oeste, las estrellas habían desaparecido en aquel azul aterciopelado, lo único que quedaba de la noche.
No hay día que pueda ser bueno si empieza teniendo que ir a trabajar a las cinco y media de la mañana continuó diciendo Maschensobretodo cuando hay un asesinato de por medio.
Condujo hasta su oficina con cierta sensación de desaliño. El subjefe Whitmore lo había llamado con urgencia, y Maschen no había tenido tiempo ni de afeitarse. No había querido molestar a su esposa que dormía, y, en la oscuridad, se había puesto el uniforme equivocado, el que había llevado el día anterior. Olía como si hubiera jugado un partido completo de baloncesto con él. Solamente había tenido quince segundos para peinarse su escaso pelo, tomándolo como única concesión a su higiene.
Un día que empieza así, repitió,no puede ser otra cosa que una metedura de pata.
Su reloj mostraba las cinco cuarenta y ocho cuando entró por la puerta de la oficina del Sheriff.
—Muy bien, Tom, ¿de qué se trata?
El subjefe Whitmore se quedó mirando como entraba su jefe. Tenía aspecto juvenil, aunque solamente les separaba medio año, y su falta de experiencia lo hizo ideal para el puesto de agente en el turno de noche. Su largo y rubio cabello permanecía siempre limpio, y su uniforme planchado sin ninguna mancha. Maschen sentía cierto arrebato de odio hacia cualquiera que pareciese inmaculado a esa hora, aunque sabía que aquel sentimiento era inaceptable. Era parte del trabajo de Whitmore parecer eficiente, y Maschen tenía que llamarle la atención si no tuviera tal aspecto.
—Hubo un asesinato en una cabaña privada cerca de la costa a medio camino entre aquí y Bellington —dijo Whitmore—. La víctima era la señora Wesley Stoneham.
Los ojos de Maschen se abrieron de golpe. Tal como pensaba, el día había empeorado todavía más. Y no eran ni las seis. Suspiró.
—¿Quién se encarga del caso?
—Acker hizo el informe inicial. Está estudiando la escena del crimen, reuniendo toda la información que pueda. Al menos, se asegura que nada se toca hasta que tu le eches un vistazo.
Maschen asintió con la cabeza.
—Está bien. ¿Tienes una copia del informe?
—Un minuto, señor. Me lo han pasado por radio, y he tenido que mecanografiarlo yo mismo. Acabo con dos frases más y estará.
—Bien. Voy a por una taza de café. Quiero el informe en mi mesa cuando regrese.
Siempre había una cafetera de té reposando en la oficina, pero siempre estaba imbebible y Maschen nunca lo tomaba. En su lugar, cruzaba la calle hacia el restaurante que abría toda la noche. Dejó de leer el periódico.
—¿No es demasiado pronto para ti, Sheriff?
Maschen ignoró la cordialidad que había en tan educada pregunta.
—Café, Joe, y lo quiero negro— sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.
Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham —no lograba recordar su nombre— una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.
Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.
Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.
—¿Perdón, Sheriff? —dijo Joe.
—Nada— gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.
De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.
El señor Stoneham se encontró con el oficial de la investigación en la puerta de la cabaña. Dentro, el agente encontró el cadáver, identificándolo con la esposa de Stoneham, atado de manos y pies, con su cuello abierto, sus ojos arrancados y su pecho y brazos brutalmente destrozados. Había una posibilidad de ataque sexual, ya que la región púbica había sido cortada. Decoloraciones faciales y marcas en su cuello indicaban estrangulación, pero no habían otros signos de estrangulamiento de ningún tipo dentro de la cabaña. Junto al cuerpo estaba un cuchillo de cocina aparentemente usado para hacer aquella carnicería, provenía del set de utensilios colgados de la pared. La alfombra estaba manchada de sangre, presuntamente de la víctima, y un mensaje había sido escrito con sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Un trozo incompleto de cigarrillo que había sido encendido permanecía en el suelo, y una cerilla en uno de los ceniceros. Aparentemente la habitación estaba tal cual.
Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.
Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.
Pulsó el botón del intercomunicador.
—¿Tom?
—¿Sí, señor?
—Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.
—Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.
—Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.
—Ven.
—Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.
—No importa, Harry....