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He servido a muchos amos y he escupido mi imagen en cada momento.
EMIL CIORAN
Siempre quise ser novelista, y lo cierto es que me hice con el oficio a base de esfuerzo egocéntrico y al proponérmelo como una pasión casera, cuando dejé de desearlo de forma idealizada como en la infancia se sueña con ser delantero goleador; al sentirlo como algo alcanzable, como los amantes que se filman teniendo sexo para excitarse al verse después, así empecé a escribir en serio, para masturbarme emocionalmente, de ese modo asumí mi aprendizaje mientras desempeñé cantidad de trabajos que resultaban repulsivos para la vitalidad nihilista que siempre me poseyó. Me deshice de la piel que no era mía a base de invertir tiempo libre en el estudio de infinidad de lecturas y en la elaboración de cientos de textos que acabaron por ser plagios fallidos en lo que a autenticidad se refiere, pero que me ofrecieron autonomía y la posibilidad de estrellarme en cada ensayo. Olvidé a mi familia y me deshice de mis amistades. El trabajo que me mantenía míseramente era lo único que me robaba horas de pensar en lo que había leído o planeara escribir, y solo las justas; poco a poco también les fui robando minutos y concentración a mis jefes, no todo el gasto de tiempo fue a costa de mi vida, varias líneas de producción dirigidas por negreros pusieron lo suyo. De esa manera me entregué a la que era mi vocación real cada vez más, y entre turno y turno lo hice por completo hasta llegar a renunciar durante años a cualquier tipo de trato social que fuera prescindible.
Solo me vieron ocioso en prostíbulos de baja estofa y otros bares tórridos, y en ninguno de los varios que frecuenté pude gozar de conversaciones más interesantes que las breves charlas que mantuve con las bibliotecarias. El resto de mi vida quedó a expensas de mis ganas de leer y escribir con el mismo amor y cuidado que el que invertí en drogarme mientras lo hacía.
Y en ese universo perdí la cabeza.
Matizo que soy novelista, ya que opino que la palabra escritor se usa hoy en día con demasiada banalidad sin que, para según quién, quepan distinciones entre una eminencia y aquel que ha juntado cuatro líneas. Un escritor es una cosa muy seria y versátil, alguien capaz de cultivar diferentes campos de la literatura. Un escritor o una escritora, claro.
La de novelista es la que menos talento requiere de todas las facetas literarias, también la más innoble; al fin y al cabo, vivimos de alimentar la desdicha y la tragedia a través de un relato que suele ser coherente por lo general, al menos en su registro realista, y que nos vomita la desventura tan propia de la vida. Revelamos cómo se pisan las pocas fisonomías benévolas de la esencia que nombra nuestra raza de primates alfabetizados. Los novelistas nos alimentamos de romper la discreción de las almas, de abrirlas en canal para divulgar los temores y secretos que corren como sabia negra por cada arteria sin distinción de raza o procedencia, sin exclusión de sexo, clase o condición amatoria. Y así morimos en cada pasaje, al catar la sangre envenenada buscando dar cuenta de cómo se guardan pecados en el almacén del recuerdo por mero narcisismo. Desentrañamos de qué manera se usa el arma que mata las voces que deberían dar el alto a la maldad; razonamos la mentira y la culpa que en tantos casos inducen al suicidio, y que a veces debería llevarnos a él solo por una cuestión de justicia emocional.
Ese es nuestro trabajo: hablar de toda esa mierda.
La bondad y el amor benigno también existen, pero no es nada perenne en nadie, son sensaciones pasajeras que duran lo que dura una novela barata. La pasión de la amistad y del sentimiento noble es simple atrezo caduco y falsificado, un conjunto de elementos sintéticos para tergiversar el relato verdadero, el crudo, el que hace daño, el de las falsedades yuxtapuestas en la copia de un cliché, y por extensión sobre el total de imágenes que conforma eso que se llama tejido social, y que en cada contexto de realidad es como el lugar en el que empieza esta historia, un complejo insertado en otro más grande, un bucle dentro de un bucle.
No es la primera vez qu