«Las más bellas, las más atractivas damas de la corte, así como las cortesanas más destacadas, se lo disputaban o se entristecían por sus infidelidades».
CONDE DE ESPINCHAL169
«Ya he dicho […] lo mucho que me han gustado los recuerdos de varios autores […], especialmente los de aquellos con los que hemos compartido la vida, como, por ejemplo, el barón de Besenval, cuyo estilo es tan brillante como él. Sus retratos son completamente verdaderos. No hay uno solo equivocado. Consigue captar cada rasgo, cada mínimo matiz». El entusiasmo manifestado por el príncipe de Ligne —que por entonces se hallaba escribiendo cientos de páginas sobre ese último periodo de la monarquía francesa, tema central también de la obra de Besenval—170 debería haber garantizado la veracidad de lasMémoires del barón suizo. Y, sin embargo, empezando por los familiares del autor, la publicación fue ásperamente criticada, si bien el escándalo que suscitó fue menor del que levantarían quince años después los recuerdos de Lauzun. Al publicar los de Besenval, el vizconde de Ségur era tan consciente de los malestares y de las polémicas que habrían generado171 que sintió la necesidad de justificar su gesto ante los nostálgicos del Faubourg Saint-Germain. Así, en la nota introductoria del libro, el vizconde precisaba que, habiéndose enterado de que la persona a quien había confiado el «precioso» manuscrito durante el Terror había mandado hacer copias del mismo alevosamente, él había querido evitar que editores faltos de escrúpulos lo publicaran de forma incorrecta172. Pero este no era el único motivo de su decisión. Si Ségur, como ejecutor testamentario del barón, consideraba su deber asegurar el futuro de sus memorias, era porque era plenamente consciente de su veracidad y de su importancia como documento histórico, y compartía sus juicios. Por otra parte, algunos le atribuían su paternidad173. En realidad, era su forma de expresar su devoción filial hacia un padre que, pese a haberlo querido profundamente, nunca había podido reconocerlo.
Como Lauzun, Joseph-Alexandre de Ségur era hijo del amor, pero sus afinidades iban más allá. Como Lauzun, el vizconde tenía un apellido ilustre, como él era rico, bien parecido, ingenioso y elegante y gustaba enormemente a las mujeres. Los dos se conocían desde la adolescencia, frecuentaban los mismos ambientes y en los años inmediatamente anteriores a la Revolución compartirían, si bien durante un breve periodo, las mismas ideas políticas. Nueve años menor que Lauzun, el vizconde no ocultaba la admiración que sentía hacia él. Después de su trágico fin, y a pesar de sus diferentes posturas políticas, rendiría tributo a su inimitable arte de contar, en el que reconocía «un no sé qué de indefinible»174. Y, sin embargo, es difícil encontrar dos personalidades, dos temperamentos tan opuestos. Lauzun era caballeroso, sentimental e impulsivo; Ségur, racional, lúcido y calculador; el primero tenía vocación de soldado y la ambición de servir, e ignoraba la prudencia; el segundo había emprendido la carrera militar por obligación y le dedicaba el tiempo estrictamente necesario para ascender de grado. El duque no se cansaba de redactar memorias ni de elaborar audaces proyectos diplomáticos y militares soñando con grandes empresas; el vizconde tenía ambiciones literarias y celebraba, en un sinfín de versos, la alegría de vivir el presente. Ambos, ciertamente, se proclamaban libertinos, pero su comportamiento era muy diferente. Lauzun compartía por igual sus atenciones entre las damas de la alta sociedad y las prostitutas, a las que frecuentaba solo o con sus amigos. Los informes de la Policía señalaban su participación en las orgías organizadas175 por el duque de Chartres y el intenso trasiego de prostitutas en sufolie de Montrouge; y, aunque se trataba de costumbres ampliamente compartidas por muchos grandes señores de la época, sus experimentos eróticos (en una ocasión el príncipe de Conti lo había sorprendido en compañía de dos gigantas)176 conseguían, no obstante, que se hablara de ellos. Pero a Lauzun también le gustaba el juego altamente codificado de la galantería y se lanzaba a la conquista de mujeres consideradas inaccesibles con la esperanza de apaciguar, aunque fuera por poco tiempo, su inquietud sentimental. Siempre estaba dispuesto a enamor