: Juan Eduardo Cirlot
: Diccionario de símbolos
: Ediciones Siruela
: 9788417308674
: El Árbol del Paraíso
: 1
: CHF 13.30
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: Lexika, Nachschlagewerke
: Spanish
: 524
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Desde los egipcios, la simbología ha sido la gran ciencia de la antigüedad. En Oriente ha perdurado sin interrupción hasta ya entrado el siglo XX y en Occidente inspiró todo el arte medieval y, en gran medida, el renacentista y barroco, hasta que el descubrimiento del «Inconsciente» volvió a recuperar los símbolos en ámbitos y maneras muy distintos. Este Diccionario de símbolos es la versión última y definitiva de la obra en prosa más importante del poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot. Publicado por primera vez en 1958 con el título Diccionario de símbolos tradicionales, fue traducido al inglés en 1962. Cirlot continuó elaborando nuevas voces y artículos que introdujo en la segunda edición castellana de 1969 y en la segunda edición inglesa y americana de 1971. En esta edición se han incluido nuevas voces, hasta el momento sólo publicadas en inglés, así como el artículo «Simbolismo fonético», último ámbito del estudio simbológico de Cirlot, recuperado de su publicación en prensa. En el epílogo, Victoria Cirlot sitúa en la vida de su padre la construcción de esta obra siempre en expansión y la relaciona con la poesía y la crítica de arte. También muestra el interés de Cirlot por la simbología a partir de los años cincuenta, cuando conoce en Barcelona al musicólogo y antropólogo Marius Schneider, aportando documentos inéditos, como por ejemplo la carta a André Breton en la que se relata el sueño aludido en la voz «Cicatrices».

Juan Eduardo Cirlot (Barcelona 1916-1973) fue compositor, poeta y crítico de arte. Fue formado en la composición musical por el maestro Fernando Ardévol y perteneció al círculo Manuel de Falla, aunque en 1950 abandonó definitivamente este ámbito de creación. Entre 1940-1943 vivió en Zaragoza, movilizado por los nacionales, y en esa ciudad fue acogido por el grupo intelectual, en especial, por Alfonso Buñuel, hermano del cineasta, lo que le permitió acceder a la biblioteca de éste y entrar en contacto con el surrealismo. En 1949 conoció a André Breton en la Place Blanche de París y a partir de entonces mantuvieron una estrecha amistad. Entre 1949 y 1954 conoció el musicólogo y etnólogo Marius Schneider que le formó en simbología. En 1949 entró a formar parte del grupo Dau al Set. La editorial Siruela ha publicado su obra en prosa más importante, Diccionario de los símbolos (con veinte reediciones desde 1997), así como el Diccionario de los Ismos, y su obra poética  completa en tres volúmenes: Bronwyn (2001), En la llama (2005) y Del no mundo (2008).

Introducción

I Presencia del símbolo

Delimitación de lo simbólico

Al ahondar en los dominios del simbolismo, bien en su forma codificada gráfica o artística, o en su forma viviente y dinámica de los sueños o visiones, uno de nuestros esenciales intereses ha sido delimitar el campo de la acción simbólica, para no confundir fenómenos que pueden parecer iguales cuando sólo se asemejan o tienen relación exterior. La tendencia a hipostasiar el tema que se analiza es difícilmente evitable en el investigador. Forzoso es prevenirse contra el peligro, si bien una entrega total al espíritu crítico no es factible y creemos con Marius Schneider que no hay ideas o creencias, sino ideas y creencias, es decir, que en las primeras hay siempre algo o mucho de las segundas, aparte de que, en torno al simbolismo, cristalizan otros fenómenos espirituales.

Cuando un autor como Caro Baroja (10)* se pronuncia contra la interpretación simbolista de los temas mitológicos debe tener sus razones para ello, aunque también es posible que exista una incompleta valoración de lo simbólico. Dice: «Cuando nos quieren convencer de que Marte es el símbolo de la guerra y Hércules el de la fuerza, lo podemos negar en redondo. Esto ha podido ser verdad para un retórico, para un filósofo idealista o para un grupo degraeculi más o menos pedantes. Pero para el que de verdad tenía fe en aquellas divinidades y héroes antiguos, Marte tenía una realidad objetiva, aunque aquella realidad fuera de otra índole que la que nosotros aspiramos a captar. El simbolismo aparece cuando las religiones de la naturaleza sufren un quebranto...». Precisamente, la mera asimilación de Marte a la guerra o de Hércules al trabajo nunca ha sido característica del espíritu simbólico, que huye de lo determinado y de toda reducción constrictiva. Esto es realizado por la alegoría, como derivación mecanizada y reductora del símbolo, pero éste es una realidad dinámica y un plurisigno cargado de valores emocionales e ideales, esto es, de verdadera vida. Es decir, el valor simbólico fundamenta e intensifica el religioso.

Sin embargo, la advertencia del autor antes citado es sumamente útil para ceñir lo simbólico a su limitación. Si en todo hay o puede haber una función simbólica, una «tensión comunicante», esa posesión transitoria del ser o del objeto por lo simbólico no lo transforma totalmente en símbolo. El error del artista y del literato simbolistas fue precisamente querer convertir toda la esfera de la realidad en avenida de impalpables correspondencias, en obsesionante conjunción de analogías, sin comprender que lo simbólico se contrapone a lo existencial; y que sus leyes sólo tienen validez en el ámbito peculiar que le concierne. Se trata de un distingo similar al que pudiéramos establecer a propósito de la tesis de Pitágoras de que «todo está arreglado según el número», o de la microbiología.

Ni la sentencia del filósofo griego, ni el pulular viviente de lo que pertenece a una metrología invisible son falsos, pero toda la vida y toda la realidad no pueden reducirse a sus esferas por razón de su certidumbre, que sólo es tal en ellas. De igual modo, lo simbólico es verdadero y activo en un plano de lo real, pero resulta casi inconcebible aplicado por sistema y constantemente en el ámbito de la existencia. La repulsa contra ese nivel de la realidad, que es la magnética vida de los símbolos y sus conexiones, explica las negativas a admitir los valores simbólicos, pero esta represión generalizada carece de validez científica.

Cari Gustav Jung, a quien tanto debe la actual simbología psicoanalítica, señala en defensa de esta rama del pensamiento humano: «Para el intelecto moderno, cosas similares [a las más inesperadas significaciones de los símbolos] no son más que absurdos explícitos. Tales conexiones del pensamientoexisten y han tenido asimismo un papel importante durante muchos siglos. La psicología tiene la obligación de comprender estos hechos...» (32). En otra obra, el mismo autor indica que toda la energía e interés que el hombre occidental invierte hoy en la ciencia y en la técnica, consagrábala el antiguo a su mitología (31). No sólo la energía y el interés, sino la capacidad especulativa y teórica; de ahí esos insondables monumentos de la filo