Introducción
I Presencia del símbolo
Delimitación de lo simbólico
Al ahondar en los dominios del simbolismo, bien en su forma codificada gráfica o artística, o en su forma viviente y dinámica de los sueños o visiones, uno de nuestros esenciales intereses ha sido delimitar el campo de la acción simbólica, para no confundir fenómenos que pueden parecer iguales cuando sólo se asemejan o tienen relación exterior. La tendencia a hipostasiar el tema que se analiza es difícilmente evitable en el investigador. Forzoso es prevenirse contra el peligro, si bien una entrega total al espíritu crítico no es factible y creemos con Marius Schneider que no hay ideas o creencias, sino ideas y creencias, es decir, que en las primeras hay siempre algo o mucho de las segundas, aparte de que, en torno al simbolismo, cristalizan otros fenómenos espirituales.
Cuando un autor como Caro Baroja (10)* se pronuncia contra la interpretación simbolista de los temas mitológicos debe tener sus razones para ello, aunque también es posible que exista una incompleta valoración de lo simbólico. Dice: «Cuando nos quieren convencer de que Marte es el símbolo de la guerra y Hércules el de la fuerza, lo podemos negar en redondo. Esto ha podido ser verdad para un retórico, para un filósofo idealista o para un grupo degraeculi más o menos pedantes. Pero para el que de verdad tenía fe en aquellas divinidades y héroes antiguos, Marte tenía una realidad objetiva, aunque aquella realidad fuera de otra índole que la que nosotros aspiramos a captar. El simbolismo aparece cuando las religiones de la naturaleza sufren un quebranto...». Precisamente, la mera asimilación de Marte a la guerra o de Hércules al trabajo nunca ha sido característica del espíritu simbólico, que huye de lo determinado y de toda reducción constrictiva. Esto es realizado por la alegoría, como derivación mecanizada y reductora del símbolo, pero éste es una realidad dinámica y un plurisigno cargado de valores emocionales e ideales, esto es, de verdadera vida. Es decir, el valor simbólico fundamenta e intensifica el religioso.
Sin embargo, la advertencia del autor antes citado es sumamente útil para ceñir lo simbólico a su limitación. Si en todo hay o puede haber una función simbólica, una «tensión comunicante», esa posesión transitoria del ser o del objeto por lo simbólico no lo transforma totalmente en símbolo. El error del artista y del literato simbolistas fue precisamente querer convertir toda la esfera de la realidad en avenida de impalpables correspondencias, en obsesionante conjunción de analogías, sin comprender que lo simbólico se contrapone a lo existencial; y que sus leyes sólo tienen validez en el ámbito peculiar que le concierne. Se trata de un distingo similar al que pudiéramos establecer a propósito de la tesis de Pitágoras de que «todo está arreglado según el número», o de la microbiología.
Ni la sentencia del filósofo griego, ni el pulular viviente de lo que pertenece a una metrología invisible son falsos, pero toda la vida y toda la realidad no pueden reducirse a sus esferas por razón de su certidumbre, que sólo es tal en ellas. De igual modo, lo simbólico es verdadero y activo en un plano de lo real, pero resulta casi inconcebible aplicado por sistema y constantemente en el ámbito de la existencia. La repulsa contra ese nivel de la realidad, que es la magnética vida de los símbolos y sus conexiones, explica las negativas a admitir los valores simbólicos, pero esta represión generalizada carece de validez científica.
Cari Gustav Jung, a quien tanto debe la actual simbología psicoanalítica, señala en defensa de esta rama del pensamiento humano: «Para el intelecto moderno, cosas similares [a las más inesperadas significaciones de los símbolos] no son más que absurdos explícitos. Tales conexiones del pensamientoexisten y han tenido asimismo un papel importante durante muchos siglos. La psicología tiene la obligación de comprender estos hechos...» (32). En otra obra, el mismo autor indica que toda la energía e interés que el hombre occidental invierte hoy en la ciencia y en la técnica, consagrábala el antiguo a su mitología (31). No sólo la energía y el interés, sino la capacidad especulativa y teórica; de ahí esos insondables monumentos de la filo