El cuadro de Rusia al alba de 1917 es bastante diferente del que presenta tanta historiografía que alimenta el mito del retraso de Rusia, razón por la cual, nacerían las sublevaciones populares que habrían provocado la explosión de la Revolución. En realidad, la Rusia de los umbrales del siglo XX es un país como tantos otros países europeos, con bolsas de pobreza que se van reduciendo progresivamente. Según los datos oficiales, en 1910, Rusia cuenta con 112 millones de habitantes y tiene un incremento medio anual de unos 3 millones de personas.
Es todavía un país esencialmente agrícola, en el que la servidumbre feudal ha sido abolida apenas cuarenta años atrás, en 1861 (por lo demás, en Estados Unidos la esclavitud es abolida oficialmente en 1865). Pero, a pesar de su retraso, Rusia ya no sufre las carestías que habían menguado su existencia durante el siglo XIX (la última había sido entre los años 1891-1892 y había causado casi medio millón de muertos)[1] y conoce, por el contrario, un rápido desarrollo económico (no solo agrícola, sino también industrial), si bien concentrado en la zona europea del Imperio.
Tal y como señalan dos estudiosos de la historia soviética, en Rusia «el incremento de la producción industrial, en el periodo de 1900 a 1913, fue del 74,1%, teniendo en cuenta el aumento de los precios. La red ferroviaria, que en 1890 tenía 26.600 verstas [una versta equivale a 1.067 metros], alcanza las 64.500 verstas en 1915. Los progresos de la industria rusa, llevaron a una sensible reducción de la dependencia del capital extranjero. [...] El historiador inglés Norman Stone revela que la cuota de las inversiones extranjeras se había reducido al 50% en 1904-1905, y al 12% en vísperas de la Guerra Mundial. Edmond Thèry subraya que la agricultura en Rusia no se quedaba atrás respecto a la industria: en el periodo de 1908-1912 la producción de trigo había aumentado un 37,5% respecto al lustro precedente; [...] la de maíz, un 44,8%. Este es su comentario: ‘No es necesario añadir que ningún otro pueblo en Europa puede presumir de resultados similares. Un incremento tal de la producción agrícola [...] no sólo permite satisfacer las nuevas necesidades de una población que crece cada año un 2,7% y que se alimenta mejor que antes, sino que también permite aumentar considerablemente la exportación’. En los años de buenas cosechas (por ejemplo, el 1909-1910), la exportación de trigo ruso representaba el 40% del comercio mundial, mientras que en los años de malas cosechas (por ejemplo, el 1908 y el 1912), se reducía al 11,5%»[2].
Y esta capacidad de respuesta se mantiene incluso ya comenzada la Guerra Mundial, hasta tal punto que asistiremos a una rápida conversión de la industria siderúrgica para responder a la necesidad bélica: «La producción rusa en 1914, ascendió al 101,2%, respecto al 1913; en 1915 al 113,7% y en 1916, al 121,5% [...]. Ateniéndonos a los datos del 1 de enero de 1917, las fábricas rusas produjeron en agosto de 1916 más proyectiles que las francesas y casi el doble que las inglesas»[3].
Piotr Stolypin (1862-1911)
Es verdad que existía también la pobreza y el abuso, particularmente en el campo, a causa de una reforma agraria incompleta y confusa que había afectado negativamente a los campesinos. Pero, aun así, hablamos de niveles comparables con otras sociedades europeas: recordemos que, por ejemplo, en España, entre 1882 y el 1935, se produce el pico del flujo migratorio a América, calculándose en torno a 4,7 millones de emigrados en ese periodo. Hay que recordar también que, en 1906, el primer ministro, Stolypin[4] inicia una reforma agraria bastante radical, que promete resolver los seculares problemas del latifundio y de las comunidades rural