: Eduardo Camino
: A Dios por la belleza La via pulchritudinis
: Ediciones Encuentro
: 9788490558065
: 1
: CHF 8.80
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: Christentum
: Spanish
: 178
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Platón aseguraba que 'lo bello es difícil' pero ¿por qué? ¿Qué tiene que ver lo bello con lo verdadero y bueno? ¿Por qué nos atraen personas y acciones que sabemos no son ni buenas ni verdaderas? ¿Cómo debe comportarse uno para hacer de su vida una 'obra de arte'? Pero el principal interrogante que estas líneas afrontan, la pregunta que las vertebra es: ¿Por qué Benedicto XVI está plenamente convencido de que la belleza es un camino privilegiado para defender la fe y evangelizar al hombre del hoy? El autor dedica el libro a todos los que un Dios sólo racional les sabe a poco, y anhelan cada día ver su rostro. Porque la razón busca, pero es el corazón el que encuentra.

La Coruña (1967). Licenciado en Derecho por la Universidad de Navarra. Realiza sus prácticas en el mundo financiero en FG Asesores Bursátiles. Trabaja para el Banco Santander de Negocios hasta que, en 1992, se traslada a vivir a Roma. Se ordena sacerdote en 1998 y se doctora en Teología Moral con la tesis Ética de la especulación en los mercados financieros (AEDOS-Unión editorial). Durante años ejerce la docencia de ética y moral en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma). En el 2003 se traslada a Zaragoza. Actualmente colabora en la capellanía del colegio Montearagón. Ha publicado Dios y los ricos (2000), Ven y Verás. La extraordinaria figura de Jesucristo (2007), Formar líderes (2007), Ama y haz lo que quieras (2007), Díselo con cine (2011), Rezar con el Papa Francisco (2013), De la Pasión a la Ascensión. El Evangelio comentado por Benedicto XVI (2014), Madre en la puerta hay un niño (2014), ¡Ya es Navidad! y así la ve Benedicto XVI (2014). Algunos tienen varias ediciones y han sido traducidos a otras lenguas.

SEGUNDA PARTE
HAY BELLEZAS, BELLEZA… Y BELLEZA
Platón y el Mito de la Caverna


«Cada cosa tiene su belleza,

pero no todos pueden verla»

(Confucio)

Platón, en virtud de su doctrina de las ideas, intentó dar un fundamento metafísico a toda belleza. Uno de sus mitos más conocidos es el que cuenta en el libro VII deLa República, el de la Caverna. Su gran riqueza simbólica admite diversas interpretaciones: política, cultural, antropológica, epistemológica, metafísica, pedagógica. Nosotros lo emplearemos para mostrar los diversos «niveles» o grados de belleza. Todo el mito gira en torno a dos mundos, el visible (el de la opinión o la apariencia) y el inteligible (el de la ciencia o lo verdadero)[95].

En el visible, la vida transcurre dentro de una caverna y, en él, se distinguen dos niveles o peldaños. En el primero la belleza queda reducida a la que nos han contado y vemos. La que ven los prisioneros que, sin poder mover sus cabezas por estar encadenados, perciben en las sombras que se proyectan en la pared que tienen delante (toda su realidad y belleza es ésta: la que tienen delante y ven y comentan entre sí). En el segundo, en cambio, uno de los prisioneros al quedar librado de sus cadenas ha aumentado su campo de visión: ha podido darse la vuelta y mirar hacia otro lado. La belleza es ahora la que se contempla y piensa que es belleza (aunque realmente no lo sea).

Pues bien, en muchas ocasiones nuestro juicio sobre la belleza también se detiene en uno de estos dos niveles, quedando como «encerrado» dentro de la cueva. Corremos el riesgo de dejarnos «atrapar por una belleza tomada por sí misma, icono convertido en ídolo, medio que acaba devorando el fin, verdad que aprisiona, trampa en la que acaban cayendo muchos por falta de una adecuada formación de la sensibilidad y de una correcta educación a la belleza»[96]. Sin embargo, si como nuestro prisionero liberado seguimos ascendiendo por la caverna y logramos salir al mundo exterior, nos encontraremos con dos nuevos niveles. El del pensamiento, lo que hemos investigado: donde reside la belleza que somos capaces de entender porque nos hemos formado (investigado). Y el nivel de la Razón o realidad en sí: el mundo de las ideas, del Sol; donde se encuentra la belleza en sí, Dios.

Es en este «último escalón» donde reside la belleza que nunca llegaremos a poseer del todo. Aquella de la que el mismo Platón declara que, «en primer lugar, existe siempre, no nace ni muere, no crece ni decrece; en segundo lugar, no es bella desde un punto de vista y fea desde otro, o en un respecto y un lugar bella y en otro tiempo o en otro respecto fea, de tal modo que sea bella para unos y fea para otros... sino que es la Belleza absoluta, siempre existente en uniformidad consigo misma, y tal que, mientras que toda la multitud de cosas bellas participan de ella, nunca aumenta ni disminuye, sino que permanece impasible, aunque aquéllas nazcan y mueran... La Belleza en sí, entera, pura, sin mezcla... divina y coesencial consigo misma»[97]. Para él —ya lo habíamos anunciado— lo bello y lo bueno nos remiten en último término a Dios, a ese Sol que coincide también con la idea de Uno y de Bien, causa de todas las cosas rectas y bellas, productor de la verdad y de la inteligencia[98]. En Él está la máxima identidad, medida y causa de toda medida, de toda proporción y armonía.

En fin, la simbología del Mito nos muestra que la belleza se manifiesta de diversas maneras y en diversos grados. En la persona, por ejemplo, no es lo mismo la de su cuerpo que la que emana de sus acciones. En la pintura, no es igual la que podemos apreciar en un dibujo de una niña de seis años hecho con sus témperas, que la irradiada por un Caravaggio. En literatura, poesía o en la música podemos afirmar qu