CAPÍTULO PRIMERO
La vida de las ideas
Profesor Brague, el motivo conductor de nuestra entrevista me fue inspirado por el título de una obra de Berdiaev, El sentido de la historia[12]. Me parece que este tema tiene la prerrogativa de la inactualidad, en sentido nietzscheano: hoy en día se repite, como una aparente obviedad, que la historia humana en su conjunto no tendría ninguna orientación (e incluso se elimina la cuestión, juzgándola insensata a priori).Quizá pudiera servir esta observación de pregunta de apertura: hoy, en esa parte del mundo que más o menos convencionalmente se conoce con el nombre de «Occidente», ¿no domina una especie de escepticismo sobre la historia, por no decir un rechazo? ¿No quedó muy bien definido el espíritu de nuestra época en la frase de Joyce: History is a nightmare from which I am trying to awake, «La historia es una pesadilla de la que estoy intentando despertarme»?
Joyce pone esta frase en boca de Stephen Dedalus en suUlises[13]. Se trata de una obra publicada poco después de la Primera Guerra Mundial, que había minado gravemente la autocomplacencia de la conciencia europea y su ingenua creencia en un progreso indefinido. El sentimiento que expresa esta novela, sin embargo, está menos atado a las circunstancias: es tan viejo como las grandes filosofías de la historia de los siglos XVIII (Herder) y XIX (Hegel), constituyendo su contrapunto. Schopenhauer había acuñado una expresión canónica, viendo en la historia «el largo, difícil y confuso sueño de la humanidad» y en los acontecimientos, una especie de caleidoscopio en el que los elementos siempre idénticos se combinan cada vez de modo diferente:eadem, sed aliter[14]. Un eterno recomenzar que da la impresión de novedad.
Hay un hecho concreto que debe ser recordado, el de que dicho escepticismo no impide una extraordinaria inflación de la producción historiográfica. Los libros de historia ocupan un espacio enorme en las bibliotecas. En mi disciplina, la filosofía —indudablemente en Francia y en Italia, pero también en Alemania y, en menor medida, en los países anglosajones—, la enseñanza universitaria está profundamente anclada en una perspectiva histórica, preponderancia que se refleja en las publicaciones. En líneas generales, los intelectuales han adoptado, sin darse cuenta de ello plenamente, un punto de vista historicista sobre la realidad. Suele preguntarse: ¿cómo surgió cierta idea? Pero se evita demasiado a menudo preguntarse, sencillamente, si tal idea es verdadera. Sobre esta cuestión, el demonio creado por C. S. Lewis escribe una página de feroz ironía pero plenamente justificada. Describe así el nuevo clima intelectual que él y sus colegas diabólicos han conseguido producir en toda la Europa occidental:
Sólo los eruditos leen libros antiguos, y nos hemos ocupado ya de los eruditos para que sean, de todos los hombres, los que tienen menos probabilidades de adquirir sabiduría leyéndolos. Hemos conseguido esto inculcándoles el Punto de Vista Histórico. El Punto de Vista Histórico significa, en pocas palabras, que cuando a un erudito se le presenta una afirmación de un autor antiguo, la única cuestión que nunca se plantea es si es verdad. Se pregunta quién influyó en el antiguo escritor, y hasta qué punto su afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros, y qué etapa de la evolución del escritor, o de la historia general del pensamiento, ilustra, y cómo afectó a escritores posteriores, y con qué frecuencia ha sido mal interpretado (en especial por los propios colegas del erudito), y cuál ha sido la marcha general de su crítica durante los diez últimos años, y cu