VI
EL JUGADOR OBJETIVO
Esto es una ladronera, una perfecta ladronera—dice D. Salustiano—. Ni por casualidad se gana. Va usted a ver...
D. Salustiano coge una ficha de 20 pesetas y la arroja sobre la mesa.
—Veinticinco y veintiocho—exclama—. Caballo...
Luego, dirigiéndose a mí, continúa:
—Son 20 pesetas tiradas... Este año llevo perdidas ya 15.000. ¡Como no se repita lo del año pasado...! ¿Sabe usted cuánto me costó la broma el año pasado? Pues 7.000 duritos justos. No se gana nunca, nunca...
La ruleta gira vertiginosamente. Los azares despiden de cuando en cuando la bola con un ruido seco. De pronto la bola entra en un cajetín y el croupier canta el número.
—Doce. Rojo. Manque. Par...
—¿Lo ve usted?—suspira D. Salustiano—. Era indudable. No hay manera humana de ganar.
Y cogiendo ocho duros en fichas, los pone a una «calle». Diez y nueve, veinte y veintiuno.
—Ocho duros más que voy a perder—me dice—. No se gana nunca. Está demostrado...
En efecto. D. Salustiano pierde los ocho duros.
—¿Se ha convencido usted?—me pregunta—. Pues para que acabe usted de convencerse, me voy a jugar cien pesetas a una fila. Las perderé, ya lo sé, pero no importa...
Como D. Salustiano, hay en San Sebastián infinidad de personas que se arruinan para demostrar que es imposible ganar a la ruleta. Porque, desde luego, D. Salustiano está firmemente persuadido de esta imposibilidad. Su juego es a modo de una lección experimental para los amigos y para los espectadores.
Yo me creo en el caso de contenerle.
—No juegue usted más—le digo—. La demostración ya está hecha. La práctica ha confirmado suficientemente la teoría. No vale la pena que pierda usted cien pesetas más para persuadir a un convencido como yo.
Pero D. Salustiano insiste.
—Es que no tan sólo se pierde en general, sino que se pierde siempre, todas las veces—exclama.
La fila de D. Salustiano comprendía los seis números que van del 13 al 18, inclusive. Sale el 16, y D. Salustiano gana 500 pesetas. Yo voy a felicitarle, pero me contengo. El buen señor está desconcertado. Todos sus principios se acaban de caer a tierra. D. Salustiano tení