: Pedro de Angelis
: Derroteros y viajes a la ciudad encantada
: Linkgua
: 9788499534862
: Historia-Viajes
: 1
: CHF 2.60
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: Reiseführer
: Spanish
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Pedro de Angelis publicó en 1836 Derroteros y viajes a la Ciudad Encantada, o de los Césares, que se creía existió al sur de Valdivia. Angelis recopiló una gran cantidad de crónicas que dan una idea de una ciudad inventada, un paraíso perdido, un nuevo El Dorado Austral. En su introducción Angelis, nos acerca a su visión personal sobre algunos aspectos oscuros de la época colonial... Bajo el imperio de estas ilusiones, acogían todas las esperanzas, prestaban el oído a todas las sugestiones, y estaban siempre dispuestos a arrostrar los mayores peligros, cuando se les presentaban en un camino que podía conducirlos a la fortuna. Es opinión general de los escritores que han tratado del descubrimiento del Río de la Plata, que lo que más influyó en atraerle un número considerable y escogido de conquistadores, fue el nombre. Ni el fin trágico de Solís, ni el número y la ferocidad de los indígenas, ni el hambre que había diezmado a una porción de sus propios compatriotas, fueron bastantes a retraerlos de un país que los brindaba con fáciles adquisiciones. La presente antología contiene además, textos de Pedro Lozano, Silvestre Antonio de Roxas, José Cardiel, Ignacio Pinuer y Agustín de Jáuregui.

Pedro de Angelis nacido en Nápoles el 29 de junio de 1784 y fallecido en Buenos Aires el 10 de febrero de 1859, constituye una de las figuras principales de la ciencia histórica argentina. Fue uno de sus primeros historiadores, recopiló y publicó documentos fundamentales, que habían permanecido inéditos, publicó los periódicos: Crónica política y literaria de Buenos Aires, en 1827 y El Lucero, en 1829 además de varias biografías, inaugurando el género en el país.

DERROTERO


«De un viaje desde Buenos Aires a los Césares, por el Tandil y el Volcán, rumbo de sudoeste, comunicado a la corte de Madrid, en 1707, por Silvestre Antonio de Roxas, que vivió muchos años entre los indios Peguenches.»

Los Indios de esta tierra se diferencian algo en la lengua de los Pampas del Tandil o del Volcán. Dirigiéndose al sudoeste hasta la sierra Guamini, que dista de Buenos Aires 160 leguas, se atraviesan 60 leguas de bosques, en que habitan los indios Mayuluches, gente muy belicosa, y crecida, pero amiga de los españoles.

Al salir de dichos bosques se siguen 30 leguas de travesía, sin pasto ni agua, y se lleva desde el Guamini el rumbo del poniente. Al fin de dicha travesía se llega a un río muy caudaloso y hondo, llamado de las Barrancas: tiene pasos conocidos por donde se puede vadear.

De dicho río se siguen 50 leguas al poniente, de tierras estériles y medanosas, hasta el río Tunuyan. Entre los dos ríos habitan los indios Picunches, que son muchos, y no se extienden sino entre ambos ríos.

De dicho río Tunuyan, que es muy grande, se siguen 30 leguas de travesía, por médanos ásperos, hasta descubrir un cerro muy alto, llamado Payen. Aquí habitan los indios Chiquillanes. Dicho cerro es nevado, y tiene al rededor otros cerrillos colorados de vetas de oro muy fino; y al pie del cerro grande uno pequeño, con panizos como de azogue, y es de minerales de cristal fino.

Por lo dicho resultan, hasta el pie de la Cordillera, 330 leguas de camino: y las habrá a causa de los rodeos precisos para hallar las aguadas y pasos de los ríos. Pero por un camino directo no puede haber tantas, si se considera que desde Buenos Aires a Mendoza hay menos de 300 leguas, abriendo algo más el rumbo desde aquí casi al poniente con muchas sinuosidades; y el Payen, según el rumbo de la Cordillera, queda al sur de Mendoza.

«Prosigue el derrotero al sur, costeando la Cordillera hasta el valle de los Césares.»

Caminando 10 leguas, se llega al río llamado San Pedro, y en medio de este camino, a las 5 leguas, está otro río y cerro, llamado Diamantino, que tiene metales de plata y muchos diamantes. Aquí habitan los indios llamados Diamantinos, que son en corto número.

Cuatro leguas más al sur, hacia el río llamado de los Ciegos, por unos indios que cegaron allí en un temporal de nieve, habita multitud de indios, llamados Peguenches. Usan lanza y alfanje, y suelen ir a comerciar con los Césares españoles.

Por el mismo rumbo del sur, a las 30 leguas, se llega a los indios Puelches, que son hombres corpulentos, con ojos pequeños. Estos Puelches son pocos, parciales de los españoles, y cristianos reducidos en doctrina, pertenecientes al obispo de Chile.1

En la tierra de estos Puelches hay un río hondo y grande, que tiene lavadero de oro. Caminando otras 4 leguas hay un río llamado de Azufre, porque sale de un cerro o volcán, y contiene azufre.

Por el mismo rumbo, a las 30 leguas, se halla un río muy grande y manso, que sale a un valle muy espacioso y alegre, en que habitan los indios Césares. Son muy corpulentos, y estos son los verdaderos Césares.

Es gente mansa y pacífica; usa flechas, o arpones grandes, y hondas, que disparan con mucha violencia: hay en su tierra muchedumbre de guanacos que cazan para comer. Tienen muchos metales de plata, y solo usan del plomo romo, por lo suave y fácil de fundir. En dicho valle hay un cerro que tiene mucha piedra imán.

Desde dicho valle, costeando el río, a las 6 leguas se llega a un pontezuelo, a donde vienen los Césares españoles que habitan de la otra banda, con sus embarcaciones pequeñas (por no tener otras), a comerciar con los indios. Tres leguas más abajo está el paso, por donde se vadea el río a caballo en tiempo de cuaresma, que lo demás del año