: Javier Márquez Sánchez
: La balada de Sam
: Editorial Alrevés
: 9788416328086
: 1
: CHF 5,30
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 320
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El escritor neoyorquino Frank Benedict arrastra más secretos de los que puede soportar. Inmerso en una difícil crisis personal, decide emprender un inesperado viaje a Triunfo, un pequeño pueblo del norte de México, tras los pasos de un padre al que apenas conoció. Su búsqueda confluirá allí con la historia de Sam Lonergan, el último gran director maldito de Hollywood, y la de aquellos que, como él, se bebieron la vida hasta sus últimas consecuencias. Las andanzas de Lonergan junto a su padre, evocadas por los vecinos del lugar, conducirán a Benedict a un viaje de exploración interior para encontrar respuestas, un viaje tan desesperado como la última gran película del cineasta.

Javier Márquez Sánchez (Sevilla, 1978). Escritor y periodista afincado en Madrid, actualmente es subdirector de la edición española de la revista Forbes. Ha sido jefe de de cierre de la revista Esquire (donde sigue siendo responsable de las recomendaciones literarias) y subdirector de Cambio16. Además, colabora habitualmente en otros medios de prensa y radio. Sus primeras publicaciones fueron libros relacionados con el mundo de la música, como Paul Simon y Art Garfunkel. Negociaciones y canciones de amor (2004), Rat Pack. Viviendo a su manera (2006) o Elvis. Corazón solitario (2007). También es autor de las guías Bruce Springsteen. El espíritu del rock (2005), Neil Young. El rockero indómito (2005) y Paul Simon. El maestro artesano (2005). En el campo de la narrativa es autor de las novelas La fiesta de Orfeo (2009, traducida a alemán e italiano), Los rebeldes de Crow (2011), Letal como un solo de Charlie Parker (2012, ganadora del premio Novelpol a la mejor novela negra del 2012) y Afilado como un blues a medianoche (2013). Algunos de sus relatos se recogen en antologías como Historias Asombrosas (2008), Antología Z, vol. 5 (2011), Sospechosos habituales. Tras la pista de la nueva novela negra española (2012), Charco Negro (2013), Hijos de Mary Shelley IV. La soledad es el hogar del monstruo (2013) o Relatos en 35mm (2015). También le gusta contar historias armado con su guitarra y su armónica en formaciones como Rock& Books, El Último Trago o Reposados.

Sí, entiendo, respondí. El señor Chalo Morales, el actor Chuck Wills, el cantante Willie Pike...

Eso es. Y tambiénChico Montes oel Indio Fernández. Estos dos eran, ¡mamasita! Yo era solo un muchacho, veinte o veinticinco años, y me encantaba verlos hablando, bromeando, incluso cantando, aquí con mi padre. Puso una mano en el hombro del Gran Aguilar. A papá le gustaba invitarlos a la hacienda. El resto del equipo se hospedaba en distintos lugares del pueblo, pero Lonergan y sus amigos se quedaban aquí, con nosotros. ¡Y lo pasábamos madre!

Rafael, me preguntaste antes si me acordaba de una noche, dijo Alfredo Sánchez. ¿De qué noche?

Ay, ¿de qué noche va a ser? De la mejor noche que ha conocido Triunfo desde que los revolucionarios fundaron este bendito lugar.

¡Vale madre, mijo! ¿La segunda vez que vinieron a trabajar aquí? ¿Cuando estuvo con nosotros incluso don José Alfredo?

Pos claro, ¿a qué voy a referirme si no? Aquello sí que fue grande, don Frank, no puede ni imaginárselo. Le hablo muy en serio.

¿Quién es ese don José Alfredo?, pregunté en mi inocente ignorancia.

Los Sánchez, padre e hijos, intercambiaron miradas con Rafael Aguilar. Creo que por un momento intentaban juzgar si les tomaba el pelo. Pero pronto llegaron a la conclusión de que, sencillamente, era otro estadounidense ignorante de todo aquello que iba más allá de mis fronteras espacio-culturales.

Se refiere a don José Alfredo Jiménez, dijo Camilo Sánchez poco antes de engullir un bocado de carne.

El escritor de canciones más grande de toda América, apuntó su hermano.

Oh, respondí con la vergüenza de desconocer algo que se suponía trascendental.

Las canciones de José Alfredo Jiménez son auténticas lecciones de vida, dijo Rafael. Son las canciones que uno entona cuando anda en la cruda tras haber perdido un gran amor, o dichoso porque ha nacido tu primer hijo; son las mejores canciones para llevar serenata o para despedir al amigo que nos deja.

¿También era amigo de Lonergan?, pregunté.

No, respondió Alfredo Sánchez, a él lo trajoel Indio Fernández.

Verá, dijo Rafael, en aquella época era necesario que cuando un director de fuera venía a rodar a México diese empleo a algunos actores y técnicos del país, y debía tener siempre junto a él a un director nacional, para algo así como una segunda opinión. Y el señor Lonergan, cuando trabajaba en México, siempre recurría a Emilio Fernández, a quien llamabanel Indio porque se sentía orgulloso de su origen nativo.

¡Sí, nosotros conocemos esa historia!, interrumpió Joaquín Sánchez. Dicen que hubo un papa de Roma que le ofreció buena lana para dedicarse a rodar nomás películas devocionales, yel Indio le respondió: Perdóneme, Su Santidad, pero yo soy indio mexicano, de esos que no lograron conquistar los españoles. Yo sigo creyendo en Huitzilopochtli, y de santos y milagros no entiendo nada.

¡Pinche cabrón!, gritó Camilo, con unos cuantos como ese todavía andaríamos de paseo por Texas. ¡Échale ahí, carnal!

Henchidos de orgullo patrio, los dos hermanos chocaron sus vasos y vaciaron de un trago el licor en sus gargantas.

La verdad es que Emilio Fernández era uno de esos hombres que impresionaban en todos los sentidos. Fue un director revolucionario para el cine mexicano, autor de algunas de las grandes obras maestras de esa cinematografía. Sirvió de ayudante y asesor de algunos de los grandes del cine de Hollywood, como John Ford o el propio Lonergan. También como actor supo dar forma a una serie de personajes duros, rebeldes, inflexibles, que resultaban difíciles de desligar del auténtico perfil del hombre. Porque a carismático, tampoco le ganaba nadie. Se podría decir de él que era alto y fuerte, pero el adjetivo grande lo describe mejor. Imponente es un buen refuerzo lingüístico. Con bigote bien plantado e inequívocos rasgos indígenas, Emilio Fernández tenía un pasado en el que nadie acaba de ponerse de acuerdo, a