Durante años, hasta que empezó la guerra en Croacia y Eslovenia, hubo en los medios yugoslavos largos y pesados debates, a veces aligerados mediante artículos de pitonisas o —como en la revistaIlustrovana Politika, de marzo hasta noviembre de 1989— mediante una serie de análisis de motivación astrológica en los que se interpretaba cada uno de los pasos del protagonista de nuestra historia, como la que realizó el vidente Vidoje en treinta y dos entregas; unos decían que toda la culpa era de la religión, y citaban ejemplos que deberían confirmar que en el islam el hombre no es más que un esclavo encadenado, y quitarle las cadenas es como abrir la caja de los truenos; otros decían que lo sucedido era consecuencia del trauma, nunca curado, de un padre que ha perdido a su única hija, cuyo cuerpo nunca fue hallado a pesar de que durante años siguieron apareciendo rastros; los terceros, sin embargo, se contentaban con la explicación de que a menudo no es el hombre el que mata, sino el alcohol que uno lleva dentro; y así defendía y argumentaba su tesis cada uno en los folletines de los periódicos y en las mesas redondas de la televisión, pero, cuando se terminaba una ronda de debate y parecía no haber conclusiones, porque en nuestras tierras nunca sucede que alguien desista de su propia tesis y acepte una ajena, la polémica comenzaba de nuevo, a menudo con los mismos interlocutores, pero en otro plató de televisión o en las páginas de otras revistas y magacines, solo que cada nueva ronda empezaba a un nivel más bajo y partía de suposiciones más viles, como si los contertulios descendieran a una fosa que parecía no tener fondo y la historia de Dželal Pljevljak fuera a durar mientras existiera el mundo y hubiera testigos vivos; o hasta que sus participantes, debatiendo sobre la vida y la suerte de un hombre al que nunca habían conocido en persona, descendieran hasta el séptimo círculo del abismo, donde, bajo la adelfa venenosa que da como frutos maldades de los hombres, entablarían un último debate, que no tendría fin mientras durara la raza humana.
Pero, después de que empezase la guerra, dejó de mencionarse a Dželal Pljevljak, así que hoy parece que ya nadie lo recuerda y que las fogosas discusiones que tuvieron lugar durante años no se debían al inextricable enigma de su caso, sino que la discusión interminable más bien sirvió para que la gente en toda Yugoslavia, intelectuales y periodistas, psicólogos, sociólogos, teólogos, antropólogos y escritores, reprimiese sus propios miedos ante lo que se avecinaba. O, tal vez inconscientemente, metaforizaban a través de su persona el destino del país en el que todavía vivían y del que a toda prisa intentaban desacostumbrarse para que la vorágine de su hundimiento no los arrastrara a la ruina. Nunca sabremos la verdad, de manera que podemos interpretar también estos debates que se prolongaron durante años como el último síntoma de la neurosis de una sociedad que se encontraba ante su descomposición.
Dželal Pljevljak nació el treinta de mayo de 1933 o de 1929, ni siquiera eso está acreditado a ciencia cierta. La primera fecha aparece en todos los documentos militares, empezando por su cartilla militar, que se expidió en 1951 en la sección militar de Zenica, hasta la resolución de jubilación, que firmó el treinta y uno de diciembre de 1987 en Split el teniente coronel Radoš Nenezić, y que nunca se entregó a Pljevljak. Los documentos que lo hacen cuatro años mayor provienen de Pljevlja, donde en el Registro Civil aparece el nombre de un solo Dželal, Dželaludin Pljevljak, nacido en Krnjača, madre Devla, padre Abdulrahman, gendarme del reino, destinado en ese momento en Berane. 1929 figura también como el año de nacimiento de Dželal Pljevljak en su inscripción en 1937 en la escuela primaria en Berane, así como en la nota de 1941 del mecánico de automóviles Božina Pajković, en la cual informa al comandante Moretti, de la división italiana, donde estaba destinado, de que ha cogido de aprendiz al aplic