CAPÍTULO I ~ 1890
—No quiero ser grosera— dijo la flamante Condesa de Berrington—, pero me parece que, como sólo tengo treinta y cinco años, no sería apropiado que yo le sirviera de dama de compañía a una jovencita.
Miró a su sobrina política en forma casi desafiante, pero ambas sabían queLady Berrington cumpliría muy pronto los cuarenta.
—No tienes por qué preocuparte, tía Kitty— contestó Marisa—. No tengo la menor intención de lanzarme al mundo social. Lo intenté una vez y te aseguro que fue la experiencia más desagradable de toda mi vida.
—¡Tonterías!— exclamóLady Berrington—, debes haber disfrutado de tu primera temporada en Londres.
—¡Detesté cada minuto de ella!— contestó Marisa casi con pasión—, la prima Octavia, es cierto, hizo lo mejor que pudo por mí.
Me llevó a baile tras baile, a Hurlingham, a Henley y a Ranelagh. Me senté en el palco real en Ascot y fui presentada a la Reina en el Palacio de Buckingham.
Se detuvo y sus ojos brillaron intensamente.
—Su Majestad me miró por encima de la nariz y mi reverencia fue tan torpe que estuve a punto de rodar a sus pies.
—Tenías sólo diecisiete años entonces— dijoLady Berrington—. Ahora sí disfrutarías de Londres. La única dificultad es encontrarte una dama de compañía.
—Ya te he dicho— protestó Marisa—, que no tengo el menor deseo de venir a Londres. Pero necesito tu ayuda, tía Kitty.
—¿Mi ayuda?— preguntóLady Berrington con asombro y elevó las cejas.
Aquel era, como bien sabía, uno de sus amaneramientos más atractivos, que admiraban los apuestos jóvenes que frecuentaban su casa. Estos eran admitidos en su hogar sin que su bonachón marido hiciera la menor protesta.
—Necesito tu ayuda, tía Kitty— explicó Marisa—, porque intento convertirme en institutriz.
—¿Institutriz?
—La Condesa de Berrington no se habría sentido más asombrada si una bomba hubiera explotado en la habitación.
—Pero, ¿por qué? ¿Cuál es el motivo?
Sorprendida, observó que su sobrina miraba por encima del hombro para asegurarse de que nadie la escuchaba.
—Si te confío un secreto, tía Kitty, ¿me juras no decírselo al tío George, ni a nadie?
—Sí, desde luego— contestóLady Berrington—, pero no puedo imaginarme cuál puede ser ese secreto.
—Estoy escribiendo un libro— dijo Marisa.
—¿Un libro?— de nuevo las lindas cejas oscuras se elevaron asombradas—. ¿Quieres decir, una novela?
—No, claro que no— contestó Marisa con firmeza—, estoy escribiendo sobre los escándalos de la sociedad.
—¡Marisa, debes estar bromeando! Y es una broma de muy mal gusto, por cierto.
—No, hablo en serio. El señor Charles Bradlought, antes de convertirse en miembro del Parlamento, preparó un panfleto titulado “Acusación contra la Casa de Brunswick”. A papá le divirtió mucho, pero me pareció que estaba escrito en una forma demasiado pomposa para causar verdadera impresión.
—¿Qué quieres decir con eso?— preguntóLady Berrington.
—Quiero decir, que yo voy a escribir un libro divertido, escandaloso, lleno de chismes, que todos leerán y que mostrará a la alta sociedad tal como es.
—¿Y cómo es la alta soc