Capítulo I
Sé sano
Jesús vió en Sí Mismo el modelo perfecto de la Mente Divina. Vivió tan cerca de ese patrón que se convirtió en su expresión perfecta. A medida que continuó viviendo más y más cerca de Dios, contempló a todos los hombres como invenciones vivientes de Dios y, a través de su mentalidad espiritualizada, despertó la imagen del modelo perfecto de la Mente de Dios en aquellos que acudían a El en busca de ayuda. Así, al despertar la energía de sus almas a tal extremo que lo físico vino a estar inmerso en la vida sanadora, hizo posible que el hombre perfecto se manifestara.
Por ejemplo, cuando Jesús le habló en voz alta al hombre espiritual en el Lázaro dormido, quien había estado en la tumba por 4 días: “Lázaro sal fuera,” el poder de la Palabra en Su voz despertó al hombre espiritual en Lázaro, quien a su vez despertó su alma a la actividad. Entonces, la vida anímica de Lázaro resucitó y restauró el cuerpo aparentemente muerto, y éste se levantó y salió caminando de la tumba.
Mientras más iluminado se vuelve un hombre, mayor es su deseo de una salud perfecta. Esto es lógico, ya que es natural ser saludable. Es un estado en el que se está sano o íntegro de mente, cuerpo y alma. Sanar, entonces, es sacar al exterior al Cristo-hombre perfecto que existe dentro de cada uno de nosotros.
Tanto de parte de cristianos como de no cristianos hay bastantes malentendidos respecto al significado de las palabras “Cristo” y “Jesús,” y al que se le dá uso al aplicarse a Jesús de Nazareth. Cristo, que significa “mesías” o “ungido,” se refiere a uno que ha recibido un avivamiento espiritual de parte de Dios, mientras que Jesús es el nombre de la personalidad. Para el cristiano metafisico—esto es, para quien estudia al hombre espiritual—Cristo es el nombre de la mente superior y Jesús es el nombre de la conciencia personal. El hombre espiritual es el Hijo de Dios; el hombre personal es el hijo del hombre. En hombres no regenerados, el Hijo de Dios es una mera potencialidad, pero en aquellos que han comenzado el proceso regenerativo, Jesús, el Hijo del hombre, está en estado de convertirse en el Hijo de Dios, es decir, el hombre nace de nuevo. Cuando Jesús le dijo a Nicodemo: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios,” El mismo estaba pasando por ese misterioso desarrollo del alma llamado “nuevo nacimiento.” Prometió un gran poder a los que le siguieran en el desarrollo anímico. “Ustedes que me han seguido en la regeneración … se sentarán sobre doce tronos.”
La evolución crística o del alma como hijo de Dios se enseña claramente en el Nuevo Testamento como el logro supremo de cada hombre. “Porque la creación entera aguarda en anhelante espera la revelación de los hijos de Dios.”
Sin alguna evidencia en nosotros del Cristo-hombre, somos poco más que animales. Cuando a través de la fe en la realidad de las cosas espirituales comenzamos la evolución anímica, hay gran alegría: “Nos alegramos en la esperanza de la gloria de Dios.”
Cristo existía mucho antes que Jesús. Fue la Mente Crística en Jesús la que exclamó: “Ahora, Padre, glorifícame Tú, junto a Ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.”
Debemos comprender claramente que el Cristo, el hombre espiritual, habló a menudo a través de Jesús, el hombre natural; así mismo el hombre natural, Jesús, habló por su propia cuenta. La comprensión espiritual nos revela cuando hablaba Cristo y cuando hablaba Jesús. Sabemos que Cristo, el hombre espiritual, no pudo haber experimentado la muerte, el entierro y la resurrección. Las experiencias le eran sólo posibles al hombre mortal, quien pasaba del plano natural al plano espiritual de conciencia. El Cristo estaba presente en Jesús avivando y sanando su cuerpo y levantándolo finalmente al reino etereo, espiritual, celestial donde subsiste hasta el día de hoy.
Del mismo modo que Cristo, el Hijo de Dios se manifestó en Jesús, así se manifiesta en nosotros cuando lo seguimos en la regeneración. “El Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos … también dará vida a sus cuerpos mortales.”
Pero debemos tener fe en el Espíritu y a través de nuestro pensamiento, integrar esta fe en nuestra conciencia; entonces se restaurarán nuestros cuerpos en armonía, salud y vida eterna.
Jesús aún vive en el éter espiritual de este mundo y está en contacto constante con aquellos que elevan su pensamiento hacia El en oración. La promesa de que estaría con aquellos que tienen fe en El no fue en vano. “No se turbe su corazón, ni estén temerosos. Han oído que les dije, me iré y volveré a ustedes.”
Su cuerpo desapareció ante nuestros ojos terrenales porque El lo elevó a su verdadero lugar en el éter, pero puede hacerle sentir su presencia a cualquiera que acuda a El en busca de ayuda. “Pues donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos.”
Si tan sólo dos personas concuerdan en sus oraciones y en sus pensamientos acerca de Jesucristo y su poder de ayuda, El responde inmediatamente por medio de la unidad de alma. “De nuevo les digo, si dos de ustedes concuerdan sobre la tierra con relación a cualquier cosa que pidan, mi Padre que está en los cielos se la concederá.”
Jesús no se marchó a un cielo lejano para esperar allí el gran día de su “Segunda Venida.” Explicó una y otra vez, en un lenguaje que cualquiera que tenga siquiera una comprensión mínima de la interrelación entre espíritu, alma y cuerpo puede entender, que El continuaría existiendo en el reino etéreo al cual llamó “los cielos.” Se apareció, después de su crucifixión, a 500 personas de una vez y a muchos otros entre los que sobresale Pablo, a quien convirtió al hablarle desde el éter. Todo esto confirma Su promesa: “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación del mundo.”
Pablo dice que todos estamos muertos o dormidos en las transgresiones y los pecados, y que Jesús fue la “primicia de los que dormían.” La fisiología enseña que el cuerpo está vivo en la medida en que están vivas las células; que llevamos encima muchas células muertas. Jesús sabía cómo avivar las células de Su organismo con vida nueva, y prometió que todos los que le siguieran harían lo mismo.
Así, tanto la Escritura como la ciencia están de acuerdo en que tiene que haber una resurrección del cuerpo de entre los muertos, es decir, de la substancia muerta que nuestras mentes han organizado en forma de células, tejidos, carne y sangre. La tarea más importante para todos es cómo adquirir el dominio de la vida negativa o microbio que merma nuestros cuerpos llevándolos hacia la corrupción y la disolución final.
Pablo dice: “Esto corruptible debe revestirse de incorrupción, y este cuerpo mortal debe revestirse de inmortalidad.” He aquí una afirmación concisa acerca de dónde tendrá lugar la resurrección. Otros escritos de Pablo han profetizado aparentemente un gran día en el cual todos los muertos saldrán de sus tumbas, pero ello entrañaría situaciones que serían complejas y contradictorias más allá de una posible conciliación. En todas partes, personas de lógica aceptan que todos hemos vivido cientos y hasta miles de veces, y que hemos abandonado nuestros cuerpos en muchas tierras. Si nuestros antiguos cuerpos han de resucitar, ¿cuál de los que han sido descartados hemos de reposeer? La Química dice que nuestra carne se convierte otra vez en el polvo del suelo:
“El César imperioso, muerto y vuelto a ser arcilla, taparía tal vez un hueco para que el viento no entrase.”
Según los Evangelios, Jesús pasó noches enteras en oración y es bastante evidente que, al darse cuenta de que Dios era Su vida interior, como lo hacemos nosotros en nuestras oraciones, resucitaba Su cuerpo. Su afirmación para aumentar Su vida era: “Yo Soy la resurrección y la vida.” YO SOY es el nombre espiritual de Jehová, el que siempre vive. Cuando afirmamos “Yo Soy,” y centramos nuestro pensamiento en el Espíritu, avivamos el flujo de vida en el cuerpo y despertamos las células adormecidas. Tales afirmaciones aclaran las áreas congestionadas del organismo y restauran la circulación a su estado normal; el de salud.
Un científico prominente...