: Emmet Fox
: El Sermón del Monte
: Unity Books
: 9780871597151
: 1
: CHF 9.60
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: Philosophie, Religion
: Spanish
: 233
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Emmet Fox presenta lo que Jesús realmente enseñó en el Sermón del Monte. Cada Bienaventuranza es explicada de un modo sencillo, lo cual te permite entender claramente el mensaje de Jesús y aplicarlo a tu vida diaria.

Capítulo I

¿Qué enseñó Jesús?


Jesucristo es sin duda la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia del mundo. Esto hemos de admitirlo no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si hombre, ya le consideremos como el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso. Sea como fuere nuestra interpretación, quedará el hecho incontrovertible de que su vida y su muerte, así como las enseñanzas que se le atribuyen han cambiado el curso de la historia más que las de cualquier otro hombre que jamás haya vivido. Mucho más de lo que hicieron Alejandro o César, o Carlomagno, o Napoleón, o Wáshington. Más vidas reciben la influencia de sus doctrinas, o al menos de las que se le atribuyen; se escriben, leen y compran más libros acerca de El; se pronuncian más discursos o sermones sobre su persona que sobre todos los nombres mencionados puestos juntos.

Haber sido la inspiración religiosa de toda la raza europea durante los dos milenios en que esa raza ha dominado y moldeado los destinos del mundo cultural y socialmente, tanto como políticamente, y durante el período en que toda la superficie terrestre fué por fin descubierta y ocupada y sus rasgos salientes trazados por la civilización, esto sólo lo coloca a El en el primer puesto de la importancia mundial. No hay, por lo tanto, empresa más elevada que la de inquirir e investigar acerca de Sus ideales.

¿Qué enseñó Jesús? ¿Qué quiso El verdaderamente que creyésemos e hiciésemos? ¿Cuáles fueron los fines que se propuso? Y ¿hasta qué punto logró cumplir estos fines con Su vida y con Su muerte? ¿Hasta qué punto ha expresado o representado Sus ideas el movimiento llamado cristianismo, tal como ha existido durante los últimos diecinueve siglos? ¿Qué alcance tiene el mensaje que el cristianismo de hoy presenta al mundo? Si El volviese ahora, ¿qué diría, en general, de las naciones que se llaman cristianas, y en particular de las iglesias cristianas—de los anglicanos, los bautistas, los católico-romanos, los griegos ortodoxos, los metodistas, los presbiterianos, los cuáqueros, los salvacionistas, los adventistas o los unitarios? ¿Qué fue lo que enseñó Jesús?

Esta es la pregunta que me he propuesto responder en este libro. Me propongo demostrar que el mensaje que nos trajo Jesús tiene un valor único porque es la Verdad, la única explicación perfecta de la naturaleza de Dios y del hombre, de la vida y del mundo, así como de la interdependencia que entre ellos existe. Y lo que es más, encontraremos que Su enseñanza no es una mera apreciación del universo, lo cual sólo tendría un interés académico, sino que constituye un método práctico para el desarrollo del alma, un método que nos sirve para reformar la vida y orientar nuestro destino, de manera que podamos hacer de ellos lo que queramos.

Jesús nos explica lo que es la naturaleza de Dios y lo que es nuestra propia naturaleza; nos declara la significación de la vida y de la muerte; nos enseña por qué cometemos errores; por qué caemos en la tentación; por qué nos enfermamos, y empobrecemos, y nos ponemos viejos; y, lo que es más importante aún, nos dice cómo todos estos males pueden ser vencidos, y cómo podemos traer salud, felicidad, y prosperidad verdadera a nuestra vida y a la vida de los que nos rodean, si ellos lo desean realmente.

Lo primero que tenemos que comprender es un hecho de importancia fundamental, porque significa romper con los corrientes puntos de vista de la ortodoxia. La verdad es que Jesús no enseñó teología alguna. Su enseñanza es enteramente espiritual o metafísica. El cristianismo histórico, desafortunadamente, ha puesto su mayor atención en las cuestiones teológicas y doctrinales, las que, por extraño que parezca, no tienen nada que ver con la enseñanza evangélica en sí. Mucha gente sencilla se sorprenderá al comprobar que todas las doctrinas y teologías de las iglesias son invenciones humanas, nacidas en la mente de sus autores e impuestas a la Biblia desde afuera. Pero tal es el caso.No hay absolutamente ningún sistema teológico o doctrinal que pueda ser hallado en la Biblia; sencillamente ninguno. Personas honradas que sintieron la necesidad de cierta explicación intelectual de la vida, creyendo también que la Biblia era una revelación de Dios al hombre, llegaron a la conclusión de que una debía encontrarse dentro de la otra, y luego, más o menos inconscientemente, se pusieron a crear aquello que querían encontrar. Pero les faltaba la llave espiritual y metafísica. No estaban afirmados sobre lo que podemos llamar Base Espiritual, y consecuentemente buscaron una explicación de la vida puramente intelectual o tridimensional, y es imposible explicar la vida con semejante criterio.

La explicación cabal de la vida del hombre descansa en el hecho de su entidad esencialmente espiritual y eterna, y en que este mundo, y la vida que intelectualmente conocemos, no son más que lo que muestra un corte en sección de la verdad completa acerca de él; y un corte en sección de cualquier cosa—sea una máquina o un caballo—no puede darnos ni aun una explicación parcial de lo que es el todo.

Mirando a un rinconcito del universo—y eso con ojos entreabiertos—y colocándose en un plano exclusivamente antropocéntrico y geocéntrico, los hombres han creado absurdas y muy horribles fábulas acerca de un Dios limitado y semejante al hombre, quien rige su universo tal como un reyezuelo oriental, más bien ignorante y bárbaro, manejaría los negocios de su pequeño reino. A este ser así creado se le atribuyen toda suerte de flaquezas humanas, tales como la vanidad, la inconstancia, y el rencor. Luego surgió una leyenda forzada y muy inconsistente acerca del pecado original, la expiación vicaria por la sangre, el castigo infinito por transgresiones finitas, y, en ciertos casos, se añadió una doctrina indeciblemente horrible de la predestinación al tormento eterno o a la felicidad eterna. La Biblia no enseña ninguna teoría semejante. Y si estuviera en los objetivos de la Biblia sostener tal cosa, ello aparecería claramente expuesto en algún capítulo u otro, empero no es así.

El “Plan de Salvación” que figuraba con tanta prominencia en los sermones evangélicos y en los libros de teología de la pasada generación, es tan desconocido a la Biblia como lo es al Corán. Nunca hubo tal arreglo en el universo, y la Biblia no lo expone en ninguna manera. Lo que ha sucedido es que algunos textos oscuros del Génesis, ciertas frases sacadas acá y allá de las cartas de San Pablo y unos cuantos versos aislados de otras partes de las Sagradas Escrituras, han sido entresacados y reunidos por los teólogos para sostener la clase de doctrina que a su parecer debería encontrarse en la Biblia. Jesús desconocía todo esto. Claro está que El no es en manera alguna un iluso optimista. Nos advierte, no ya una vez sino muchas, que la obstinación en el pecado trae en verdad muy serias consecuencias, y que el hombre que perdiere la integridad de su alma, aun cuando ganare el mundo entero, resulta extremadamente necio. Por otra parte nos enseña El que somos castigados a causa de nuestros propios errores, o mejor aún, son nuestros propios errores los que nos castigan; nos enseña también Jesús que cada hombre o mujer, por encenegados que estén en lo impuro y malo, tienen acceso directo a un Dios de misericordia, paternal y todopoderoso, quien los perdonará y les proporcionará Su propia fortaleza para ayudarles a descubrirse de nuevo a sí mismos—y hasta “setenta veces siete,” si fuese necesario.

Jesús ha sido también mal comprendido y mal representado en varias otras maneras. Por ejemplo, no hay ningún fundamento en su enseñanza sobre el cual establecer determinada forma de eclesiasticismo, jerarquía de oficiales, o tal o cual sistema ritualista. El no autorizó semejante cosa, y, en efecto, toda la tonalidad de su pensamiento es definitivamente antieclesiástica. A través de toda su vida pública lo vemos frente a los clérigos y demás oficiales religiosos de su propio país. Por eso ellos se le opusieron y lo persiguieron después, llevados por un instinto de propia preservación—instintivamente sintieron que la Verdad, tal como El la exponía, anunciaba el fin de su poderío, y finalmente le hicieron matar. El pasó por alto completamente la pretendida autoridad de ellos como representantes de Dios; y para su ritual y ceremonias no...