: Miguel de Cervantes Saavedra
: Viaje al Parnaso
: Linkgua
: 9788498970883
: Poesía
: 1
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: Erzählende Literatur
: Spanish
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Viaje al Parnaso fue publicado en 1614, este relato en verso cuenta el viaje al monte Parnaso de Miguel de Cervantes y los mejores poetas españoles. Cervantes, montado en una mula, recorre lugares reales y míticos juntos a los mejores poetas españoles. Tras pasar por Madrid, la comitiva llega a Valencia, y asistidos por Mercurio, se hacen a la mar con destino al Parnaso en un barco hecho de versos. En el viaje avistan Génova, Roma y Nápoles y consiguen cruzar el terrible estrecho de Mesina. Ya en el Parnaso, tras un breve descanso, entablan combate con el ejército de los malos poetas utilizando como munición libros y poemas.

Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.Miguel de Cervantes Saavedra nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría, sucesivamente, a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevarían siempre una vida modesta y no exenta de dificultades. No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Sí consta su contacto, a partir de 1566, con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época. Hacia 1569, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes marchó a Roma con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado en el tercio de Miguel de Moncada. Los motivos de este cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma. Los azares bélicos llevaron a Cervantes a la batalla de Lepanto (1571), a bordo de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra mandada por Juan de Austria. En esta batalla fue herido en la mano izquierda, la cual le quedó inútil. Después, tras unos meses de recuperación en Mesina, volvió a participar en las campañas de Bizerta y Túnez. En el prólogo de la segunda parte del Quijote, el mismo Cervantes refiere con orgullo su participación en la batalla de Lepanto, así como su herida y la compensación que obtuvo por su valor.

Capítulo I


Un quidam caporal Italiano,

De patria Perusino a lo que entiendo,

De ingenio Griego, y de valor Romano,

Llevado de un capricho reverendo,

Le vino en voluntad de ir a Parnaso,

Por huir de la corte el vario estruendo.

Solo y a pie partióse, y paso a paso

Llegó donde compró una mul antigua

De color parda, y tartamudo paso:

Nunca a medroso pareció estantigua

Mayor, ni menos buena para carga,

Grande en los huesos, y en la fuerza exigua:

Corta de vista, aunque de cola larga,

Escrecha en los hijares, y en el cuero

Mas dura que lo son los de una adarga.

Era de ingenio cabalmente entero,

Caía en cualquier cosa fácilmente

Así en Abril, como en el mes de Enero.

En fin sobre ella el poetón valiente

Llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo

Agasajado con serena frente.

Contó, cuando volvió el poeta solo

Y sin blanca a su patria, lo que en vuelo

Llevó la fama deste al otro polo.

Yo que siempre trabajo y me desvelo

Por parecer que tengo de poeta

La gracia, que no quiso darme el cielo:

Quisiera despachar a la estafeta

Mi alma, o por los aires, y ponella

Sobre las cumbres del nombrado Oeta.

Pues descubriendo desde allí la bella

Corriente de Aganipe, en un saltico

Pudiera el labio remojar en ella:

Y quedar del licor suave y rico

El pancho lleno: y ser de allí adelante

Poeta ilustre, o al menos magnifico.

Mas mil inconvenientes al instante

Se me ofrecieron, y quedó el deseo

En cierne, desvalido, e ignorante.

Porque en la piedra que en mis hombros veo,

Que la fortuna me cargó pesada,

Mis mal logradas esperanzas leo.

Las muchas leguas de la gran jornada

Se me representaron que pudieran

Torcer la voluntad aficionada,

Si en aquel mismo instante no acudieran

Los humos de la fama a socorrerme,

Y corto y fácil el camino hicieran.

Dije entre mí: si yo viniese a verme

En la difícil cumbre deste monte,

Y una guirnalda de laurel ponerme;

No envidiaría el bien decir de Aponte,

Ni del muerto Galarza la agudeza,

En manos blando, en lengua Radamonte.

Mas como de un error siempre se empieza,

Creyendo a mi deseo, di al camino

Los pies, porque di al viento la cabeza.

En fin sobre las ancas del destino,

Llevando a la elección puesta en la silla

Hacer el gran viaje determino.

Si esta cabalgadura maravilla,

Sepa el que no lo sabe, que se usa

Por todo el mundo, no solo en Casulla.

Ninguno tiene, o puede dar excusa

De no oprimir desta gran bestia el lomo,

Ni mortal caminante lo rehúsa.

Suele, tal vez ser tan ligera, como

Va por el aire el águila, o saeta,

Y tal vez anda con los pies de plomo.

Pero para la carga de un poeta,

Siempre ligera, cualquier bestia puede

Llevarla, pues carece de maleta.

Que es caso ya infalible, que aunque herede

Riquezas un poeta, en poder suyo

No aumentarlas, perderlas le sucede.

Desta verdad ser la ocasión arguyo,

Que tú, o gran padre Apolo, les infundes

En sus intentos el intento tuyo.

Y como no le mezclas ni confundes

En cosas de agibilibus rateras,

Ni en el mar de ganancia vil le hundes;

Ellos, o traten burlas, o sean veras,

Sin aspirar a la ganancia en cosa,

Sobre el convexo van de las esferas:

Pintando en la palestra rigurosa

Las acciones de Marte, o entre las flores

Las de Venus más blanda y amorosa.

Llorando guerras, o cantando amores

La vida como en sueño se les pasa,

O como suele el tiempo a jugadores.

Son hechos los poetas de una masa

Dulce, suave, correosa y tierna,

Y amiga del hogar de ajena casa.

El poeta más cuerdo se gobierna

Por su antojo baldío y regalado,

De trazas lleno, y de ignorancia eterna.

Absorto en sus quimeras, y admirado

De sus mismas acciones, no procura

Llegar a rico, como a honroso estado.

Vayan pues los leyentes con lectura,

cual dice el vulgo mal limado y bronco,

Que yo soy un poeta desta hechura.

Cisne en las canas, y en la voz un ronco

Y negro cuervo, sin que el tiempo pueda

Desbastar de mi ingenio el duro tronco:

Y que en la cumbre de la varia rueda

Jamás me pude ver solo un momento,

Pues cuando subir quiero, se está queda.

Pero por ver si un alto pensamiento

Se puede prometer feliz suceso,

Seguí el viaje a paso tardo y lento.

Un candeal con ocho mis de queso

Fue en mis alforjas mi repostería,

Útil al que camina, y leve peso.

A dios dije a la humilde choza mía,

A dios, Madrid, a dios tú, prado, y fuentes

Que manan néctar, llueven ambrosía.

A dios, conversaciones suficientes

A entretener un pecho cuidadoso,

Y a dos mil desvalidos pretendientes.

A dios, sitio agradable y mentiroso,

Do fueron dos gigantes abrasados

Con el rayo de Júpiter fogoso.

A dios teatros públicos, honrados

Por la ignorancia que ensalzada veo

En cien mil disparates recitados.

A dios de S. Felipe el gran paseo,

Donde si baja, o sube el Turco galgo,

Como en gaceta de Venecia leo.

A dios, hambre sutil de algún hidalgo,

Que por no verme ante tus puertas muerto,

Hoy de mi patria, y de mi mismo salgo.

Con esto poco a poco llegué al puerto,

A quien los de Cartago dieron nombre,

Cerrado a todos vientos y encubierto.

A cuyo claro y singular renombre

Se postran cuantos puertos el mar baña,

Descubre el Sol, y ha navegado el hombre.

Arrojose mi vista a la campaña

Rasa del mar, que trujo a mi memoria

Del heroico Don Juan la heroica hazaña.

Donde con alta de soldados gloria,

Y con propio valor y airado pecho

Tuve, aunque humilde, parte en la victoria.

Allí con rabia y con mortal despecho

El Otomano orgullo vio su brío

Hollado y reducido a pobre estrecho.

Lleno pues de esperanzas, y vacío

De temor, busqué luego una fragata,

Que efectuase el alto intento mío.

Cuando por la, aunque azul, liquida plata

Vi venir un bajel a vela y remo,

Que tomar tierra en el gran puerto trata.

Del más gallardo, y más vistoso extremo

De cuantos las espaldas de Neptuno

Oprimieron jamás, ni más supremo.

Cual este nunca vio bajel alguno

El mar, ni pudo verse en el armada,

Que destruyó la vengativa Juno.

No fue del Vellocino a la jornada

Argos tan bien compuesta y tan pomposa,

Ni de tantas riquezas adornada.

Cuando entraba en el puerto la hermosa

Aurora por las puertas del oriente,

Salía en trenza blanda y amorosa.

Oyose un estampido de repente,

Haciendo salva la real galera,

Que despertó y alborotó la gente.

El son de los clarines la ribera

Llenaba de dulcísimo armonía,

Y el de la chusma alegre y placentera.

Entrabanse las horas por el día,

A cuya luz con distinción más clara

Se vio del gran bajel la bizarría.

Ancoras echa, y en el puerto para,

Y arroja un ancho esquife al mar tranquilo

Con música, con grita y algazara.

Usan los marineros de su estilo,

Cubren la popa con tapetes tales

Que es oro, y sirgo de su trama el hilo.

Tocan de la ribera los umbrales,

Sale del rico esquife un caballero

En hombros de otros cuatro...