Silva I
Yo, aquel que en los pasados
tiempos canté las selvas y los prados,
éstos vestidos de árboles mayores
y aquéllas de ganados y de flores,
las armas y las leyes,
que conservan los reinos y los reyes,
agora, en instrumento menos grave,
canto de amor suave
las iras y desdenes,
los males y los bienes,
no del todo olvidado
del fiero taratántara, templado
con el silbo del pícaro sonoro.
Vosotras, musas del castalio coro,
dadme favor, en tanto
que, con el genio que me distes, canto
la guerra, los amores y accidentes
de dos gatos valientes;
que como otros están dados a perros,
o por ajenos o por propios yerros,
también hay hombres que se dan a gatos,
por olvidos de príncipes ingratos,
o porque los persigue la fortuna
desde el columpio de tierna cuna.
Tú, don Lope, si acaso
te deja divertir por el Parnaso
el holandés pirata,
gato de nuestra plata,
que infesta las marinas
por donde con la armada peregrinas,
suspende un rato aquel valiente acero,
con que al asalto llegas el primero,
y escucha mi famosa Gatomaquía,
así desde las Indias a Valaquia
corra tu nombre y fama,
que ya por nuestra patria se derrama,
desde que viste la morisca puerta
de Túnez y Biserta,
armado y niño, en forma de Cupido,
con el marqués famoso
del mejor apellido
como su padre por la mar dichoso.
No siempre has de atender a Marte airado,
desde tu tierna edad ejercitado,
vestido de diamante,
coronado de plumas, arrogante;
que alguna vez el ocio
es de las armas cordial socrocio,
y Venus, en la paz, como Santelmo
con manos de marfil le quita el yelmo.
Estaba sobre un alto caballete
de un tejado sentada
la bella Zapaquilda al fresco viento,
lamiéndose la cola y el copete,
tan fruncida y mirlada
como si fuera gata de convento.
Su mesmo pensamiento
de espejo le servía,
puesto que un roto casco le traía
cierta urraca burlona
que no dejaba toca ni valona
que no escondía por aquel tejado,
confín del corredor de un licenciado.
Ya que lavada estuvo,
y con las manos que lamidas tuvo,
de su ropa de martas aliñada,
cantó un soneto en voz medio formada
en la arteria vocal con tanta gracia
como pudiera el músico de Tracia;
de suerte que cualquiera que la oyera,
que era solfa gatuna conociera,
con algunos cromáticos disones,
que se daban al diablo los ratones.
Asomábase ya la Primavera
por un balcón de rosas y alhelíes,
y Flora, con dorados borceguíes,
alegraba risueña la ribera;
tiestos de Talavera
prevenía el verano,
cuando Marramaquiz, gato romano,
aviso tuvo cierto de Maulero,
un gato de la Mancha, su escudero,
que al Sol salía Zapaquilda hermosa,
cual suele amanecer purpúrea rosa
entre las hojas de la verde cama,
rubí tan vivo, que parece llama,
y que con una dulce cantilena
en el arte mayor de Juan de Mena,
enamoraba el viento.
Marramaquiz, atento
a las nuevas del paje,
que la fama enamora desde lejos,
que fuera de las naguas de pellejos
del campanudo traje,
introducción de sastres y roperos,
doctos maestros de sacar dineros,
alababa su gracia y hermosura,
con tanta melindrífera mesura,
pidió caballo, y luego fue traída
una mona vestida
al uso de su tierra,
cautiva en una guerra
que tuvieron las monas y los gatos;
púsose borceguíes y zapatos
de dos dediles de segar abiertos,
que con pena calzó por estar tuertos;
una cuchara de plata por espada;
la capa colorada,
a la francesa, de una calza vieja,
tan igual, tan lucida y tan pareja,
que no será lisonja
decir que Adonis en limpieza y gala,
aunque perdone Venus, no le iguala:
por gorra de Milán, media toronja,
con un penacho rojo, verde y bayo,
de un muerto por sus uñas papagayo,
que diciendo: ¿Quién pasa? cierto día,
pensó que el rey venía,
y era Marramaquiz, que andaba a caza,
y halló para romper la jaula traza;
por cuera, dos mitades que de un guante
le ataron por detrás y por delante,
y un puño de una niña por valona.
Era el gatazo de gentil persona
y no menos galán que enamorado;
bigote blanco y rostro despejado,
ojos alegres, niñas mesuradas,
de color de esmeraldas diamantadas,
y a caballo en la mona parecía
el paladín Orlando, que venía
a visitar a Angélica la bella.
La recatada ninfa, la doncella,
en viendo al gato se mirló de forma
que en una grave dama se transforma,
lamiéndose, a manera de manteca,
la superficie de los labios seca,
y con temor de alguna carambola,
tapó las indecencias con la cola,
y bajando los ojos hasta el suelo,
su mirlo propio le sirvió de velo;
que ha de ser la doncella virtuosa
más recatada mientras más hermosa.
Marramaquiz entonces, con ligeras
plantas batiendo el tetuán caballo,
que no era pie de hierro o pie de gallo
le dio cuatro carreras,
con otras gentilezas y escarceos,
alta demostración de sus deseos;
y, la gorra en la mano,
acercóse galán y cortesano
donde le dijo amores.
Ella, con las colores
que imprime la vergüenza,
le dio de sus guedejas una trenza;
y al tiempo que los dos marramizaban
y con tiernos singultos relamidos
alternaban sentidos,
desde unas claraboyas que adornaban
la azutea de un clérigo vecino,
un bodocazo vino,
disparado de súbita ballesta
más que la vista de los ojos presta,
que, dándole a la mona en la almohada,
por de dentro morada,
por de fuera pelosa,
dejó caer la carga, y presurosa
corrió por los tejados,
sin poder los lacayos y criados
detener el furor con que corría.
No de otra suerte que en sereno día
balas de nieve escupe, y de los senos
de las nubes, relámpagos y truenos
súbita tempestad en monte o prado,
obligando que el tímido ganado
atónito se esparza,
ya dejando en la zarza
de sus pungentes laberintos, vana
la blanca o negra lana,
que alguna vez la lana ha de ser negra,
y hasta que el Sol en arco verde alegra
los campos que reduce a sus colores,
no vuelven a los prados ni a las flores,
así los gatos iban alterados
por corredores, puertas y terrados,
con trágicos maullos,
no dando, como tórtolas, arrullos,
y la mona, la mano en la almohada,
la parte occidental descalabrada,
y los húmidos polos circunstantes
bañados de medio ámbar, como guantes
En tanto que pasaban estas cosas,
y el gato en sus amores discurría
con ansias amorosas
porque no hay alma tan helada y fría
que Amor no agarre, prenda y engarrafe,
y el más alto tejado enternecía,
aunque fuesen las tejas de Getafe,
y ella, con ñifi ñafe,
se defendía con semblante airado,
aquel de cielo y tierra monstruo alado,
que,...