: Félix Lope de Vega y Carpio
: La gatomaquia
: Linkgua
: 9788499532158
: Poesía
: 1
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: Dramatik
: Spanish
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La Gatomaquia es un poema satírico de Félix Lope de Vega. Apareció en 1634, al final de la vida de Lope con el seudónimo de Tomé de Burguillos. La obra tiene 2.802 versos y se divide en 7 silvas. Lope de Vega escribió varios poemas épicos, entre ellos Dragontea, Isidro y Jerusalén conquistada. Sin embargo, La Gatomaquia se diferencia del resto por su carácter cómico. Aquí se relata una historia de amor, celos y venganzas entre gatos, provocados por el amor de Marramaquiz a la hermosa Zapaquilda. En cambio Zapaquilda, se siente atraída por los encantos de Micifuf y Marramaquiz, al verse desdeñado, recurre, incluso, al mago Merlín y luego a Garfiñato, un asceta, que le aconseja: Y como Ovidio escribe en su Epistolio, que no me acuerdo el folio, estas heridas del amor protervas no se curan con yerbas; que no hay, para olvidar amor, remedio, como otro nuevo amor o tierra enmedio. Desdichado, Marramaquiz no se rinde. Tras peripecias irónicas, serenatas, desafíos y encantamientos, finalmente Marramaquiz rapta a Zapaquilda el día de su boda con Micifuf. Empieza entonces una guerra épica entre gatos partidarios de Marramaquiz y Micifuf. Al final uno de los amantes muere y el otro encuentra la felicidad junto a la bella Zapaquilda. La Gatomaquia tiene un antecedente cercano en España, en la Loa de la Pulga de Gutierre de Cetina.

Félix Lope de Vega (Madrid, 1562-1637). España. El que fuera llamado 'Fénix de los ingenios españoles', Félix Lope de Vega Carpio, nació en Madrid a finales de 1562. Su padre, el artesano bordador Félix de Vega, y su madre, Francisca Fernández Flórez, eran, probablemente, oriundos del valle de Carriedo (Cantabria), y se trasladaron a Madrid hacia 1561. El origen humilde de Lope de Vega sería transformado por él mismo en una imaginada hidalguía; de hecho, Lope siempre fue dado a investirse con atributos que le favorecieran y nunca ocultó su abultado deseo de fama y éxito. Sea como fuera, cristiano viejo o converso, lo que sí refleja su obra es una completa y cabal asimilación de los valores imperantes en la sociedad de su tiempo. Lope estudió primero en la escuela madrileña de Vicente Espinel, por quien siempre demostró estima y admiración, y después en un colegio jesuita que, años después, se llamó colegio Imperial. Posteriormente, al parecer entre 1577 y 1581, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, aunque no consta que obtuviera ningún título. Es probable, también, que siguiera algunas lecciones en la Universidad de Salamanca. Tras servir, desde muy joven, al obispo de Cartagena, inquisidor general y más tarde obispo de Ávila, don Jerónimo Manrique, Lope se alista en una escuadra de navíos y, en junio de 1583, zarpa de Lisboa rumbo a la isla Terceira (Azores), donde habían de combatir al prior de Crato, aspirante al trono portugués entonces en manos españolas a través de Felipe II. Acabada su misión, Lope regresa e inicia una de sus primeras relaciones amorosas, de entre las numerosas que se le atribuyen. Se trataba de Elena Osorio (su Filis), mujer bella y cultivada, hija de un empresario y actor teatral, la cual estaba separada de su marido (un actor). Lope escribiría algunas comedias para el padre de Elena. Años después, en 1587, tras enterarse de que Elena planeaba sustituirle por un influyente personaje madrileño (Francisco Perrenot Granvela), Lope difundió unos poemas infamantes contra ella y su familia, lo que le valió un destierro judicial de Madrid, por cuatro años, y de Castilla, por dos. En mayo de 1588, Lope toma por esposa a Isabel de Urbina Alderete (su Belisa), en Madrid. Isabel pertenecía a una familia muy influyente y de linaje antiguo, y es probable que el casamiento, aunque se realizó por poderes, pasara antes por algunas dificultades y supusiera la violación de la orden judicial por parte del escritor, que tenía prohibido regresar a la capital.

Silva I


Yo, aquel que en los pasados

tiempos canté las selvas y los prados,

éstos vestidos de árboles mayores

y aquéllas de ganados y de flores,

las armas y las leyes,

que conservan los reinos y los reyes,

agora, en instrumento menos grave,

canto de amor suave

las iras y desdenes,

los males y los bienes,

no del todo olvidado

del fiero taratántara, templado

con el silbo del pícaro sonoro.

Vosotras, musas del castalio coro,

dadme favor, en tanto

que, con el genio que me distes, canto

la guerra, los amores y accidentes

de dos gatos valientes;

que como otros están dados a perros,

o por ajenos o por propios yerros,

también hay hombres que se dan a gatos,

por olvidos de príncipes ingratos,

o porque los persigue la fortuna

desde el columpio de tierna cuna.

Tú, don Lope, si acaso

te deja divertir por el Parnaso

el holandés pirata,

gato de nuestra plata,

que infesta las marinas

por donde con la armada peregrinas,

suspende un rato aquel valiente acero,

con que al asalto llegas el primero,

y escucha mi famosa Gatomaquía,

así desde las Indias a Valaquia

corra tu nombre y fama,

que ya por nuestra patria se derrama,

desde que viste la morisca puerta

de Túnez y Biserta,

armado y niño, en forma de Cupido,

con el marqués famoso

del mejor apellido

como su padre por la mar dichoso.

No siempre has de atender a Marte airado,

desde tu tierna edad ejercitado,

vestido de diamante,

coronado de plumas, arrogante;

que alguna vez el ocio

es de las armas cordial socrocio,

y Venus, en la paz, como Santelmo

con manos de marfil le quita el yelmo.

Estaba sobre un alto caballete

de un tejado sentada

la bella Zapaquilda al fresco viento,

lamiéndose la cola y el copete,

tan fruncida y mirlada

como si fuera gata de convento.

Su mesmo pensamiento

de espejo le servía,

puesto que un roto casco le traía

cierta urraca burlona

que no dejaba toca ni valona

que no escondía por aquel tejado,

confín del corredor de un licenciado.

Ya que lavada estuvo,

y con las manos que lamidas tuvo,

de su ropa de martas aliñada,

cantó un soneto en voz medio formada

en la arteria vocal con tanta gracia

como pudiera el músico de Tracia;

de suerte que cualquiera que la oyera,

que era solfa gatuna conociera,

con algunos cromáticos disones,

que se daban al diablo los ratones.

Asomábase ya la Primavera

por un balcón de rosas y alhelíes,

y Flora, con dorados borceguíes,

alegraba risueña la ribera;

tiestos de Talavera

prevenía el verano,

cuando Marramaquiz, gato romano,

aviso tuvo cierto de Maulero,

un gato de la Mancha, su escudero,

que al Sol salía Zapaquilda hermosa,

cual suele amanecer purpúrea rosa

entre las hojas de la verde cama,

rubí tan vivo, que parece llama,

y que con una dulce cantilena

en el arte mayor de Juan de Mena,

enamoraba el viento.

Marramaquiz, atento

a las nuevas del paje,

que la fama enamora desde lejos,

que fuera de las naguas de pellejos

del campanudo traje,

introducción de sastres y roperos,

doctos maestros de sacar dineros,

alababa su gracia y hermosura,

con tanta melindrífera mesura,

pidió caballo, y luego fue traída

una mona vestida

al uso de su tierra,

cautiva en una guerra

que tuvieron las monas y los gatos;

púsose borceguíes y zapatos

de dos dediles de segar abiertos,

que con pena calzó por estar tuertos;

una cuchara de plata por espada;

la capa colorada,

a la francesa, de una calza vieja,

tan igual, tan lucida y tan pareja,

que no será lisonja

decir que Adonis en limpieza y gala,

aunque perdone Venus, no le iguala:

por gorra de Milán, media toronja,

con un penacho rojo, verde y bayo,

de un muerto por sus uñas papagayo,

que diciendo: ¿Quién pasa? cierto día,

pensó que el rey venía,

y era Marramaquiz, que andaba a caza,

y halló para romper la jaula traza;

por cuera, dos mitades que de un guante

le ataron por detrás y por delante,

y un puño de una niña por valona.

Era el gatazo de gentil persona

y no menos galán que enamorado;

bigote blanco y rostro despejado,

ojos alegres, niñas mesuradas,

de color de esmeraldas diamantadas,

y a caballo en la mona parecía

el paladín Orlando, que venía

a visitar a Angélica la bella.

La recatada ninfa, la doncella,

en viendo al gato se mirló de forma

que en una grave dama se transforma,

lamiéndose, a manera de manteca,

la superficie de los labios seca,

y con temor de alguna carambola,

tapó las indecencias con la cola,

y bajando los ojos hasta el suelo,

su mirlo propio le sirvió de velo;

que ha de ser la doncella virtuosa

más recatada mientras más hermosa.

Marramaquiz entonces, con ligeras

plantas batiendo el tetuán caballo,

que no era pie de hierro o pie de gallo

le dio cuatro carreras,

con otras gentilezas y escarceos,

alta demostración de sus deseos;

y, la gorra en la mano,

acercóse galán y cortesano

donde le dijo amores.

Ella, con las colores

que imprime la vergüenza,

le dio de sus guedejas una trenza;

y al tiempo que los dos marramizaban

y con tiernos singultos relamidos

alternaban sentidos,

desde unas claraboyas que adornaban

la azutea de un clérigo vecino,

un bodocazo vino,

disparado de súbita ballesta

más que la vista de los ojos presta,

que, dándole a la mona en la almohada,

por de dentro morada,

por de fuera pelosa,

dejó caer la carga, y presurosa

corrió por los tejados,

sin poder los lacayos y criados

detener el furor con que corría.

No de otra suerte que en sereno día

balas de nieve escupe, y de los senos

de las nubes, relámpagos y truenos

súbita tempestad en monte o prado,

obligando que el tímido ganado

atónito se esparza,

ya dejando en la zarza

de sus pungentes laberintos, vana

la blanca o negra lana,

que alguna vez la lana ha de ser negra,

y hasta que el Sol en arco verde alegra

los campos que reduce a sus colores,

no vuelven a los prados ni a las flores,

así los gatos iban alterados

por corredores, puertas y terrados,

con trágicos maullos,

no dando, como tórtolas, arrullos,

y la mona, la mano en la almohada,

la parte occidental descalabrada,

y los húmidos polos circunstantes

bañados de medio ámbar, como guantes

En tanto que pasaban estas cosas,

y el gato en sus amores discurría

con ansias amorosas

porque no hay alma tan helada y fría

que Amor no agarre, prenda y engarrafe,

y el más alto tejado enternecía,

aunque fuesen las tejas de Getafe,

y ella, con ñifi ñafe,

se defendía con semblante airado,

aquel de cielo y tierra monstruo alado,

que,...