: Miguel de Cervantes Saavedra
: La casa de los celos
: Linkgua
: 9788499531892
: Teatro
: 1
: CHF 2.70
:
: Dramatik
: Spanish
: 124
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La casa de los celos es una comedia de circunstancias con carácter caballeresco de Miguel de Cervantes. Se estructura en tres actos, dentro de los cuales se funden el motivo carolingio con la leyenda de Bernardo del Carpio. Todo se configura en torno a una sucesión de grotescas escenas, como, por ejemplo, combates, encantamientos, cuchilladas, y otras serie de acciones que se exponen sobre un fondo de imaginación ariostesca sin ironía ni rigor.

Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España. Cervantes nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría, sucesivamente, a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevarían siempre una vida modesta y no exenta de dificultades. No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Sí consta su contacto, a partir de 1566, con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época. Hacia 1569, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes marchó a Roma con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado en el tercio de Miguel de Moncada. Los motivos de este cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma. Los azares bélicos llevaron a Cervantes a la batalla de Lepanto (1571), a bordo de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra mandada por Juan de Austria. En esta batalla fue herido en la mano izquierda, la cual le quedó inútil. Después, tras unos meses de recuperación en Mesina, volvió a participar en las campañas de Bizerta y Túnez. En el prólogo de la segunda parte del Quijote, el mismo Cervantes refiere con orgullo su participación en la batalla de Lepanto, así como su herida y la compensación que obtuvo por su valor.

Jornada primera


([Salen] Reinaldos y Malgesí.)

Reinaldos Sin duda que el ser pobre es causa desto;

pues, ¡vive Dios!, que pueden estas manos

echar a todas horas todo el resto

con bárbaros, franceses y paganos.

¿A mí, Roldán, a mí se ha de hacer esto?

Levántate a los cielos soberanos,

el confalón que tienes de la Iglesia.

O reniego, o descreo...

Malgesí ¡Oh, hermano!

Reinaldos ¡Oh, pesia...!

MalgesíMira que suenan mal esas razones.

Reinaldos Nunca las pasa mi intención del techo.

Malgesí Pues, ¿por qué a pronunciallas te dispones?

Reinaldos ¡Rabio de enojo y muero de despecho!

Malgesí Pónesme en confusión.

Reinaldos Y tú me pones...

¡Déjame, que revienta de ira el pecho!

Malgesí ¡Por Dios!, que has de decirme en este instante

con quién las has.

Reinaldos Con el señor de Aglante.

Con aquese bastardo, malnacido,

arrogante, hablador, antojadizo,

más de soberbia que de honor vestido.

Malgesí ¿No me dirás, Reinaldos, qué te hizo?

Reinaldos ¿Que a tanto desprecio he yo venido,

que así ose atrevérseme un mestizo?

Pues ¡juro a fe que, aunque le valga Roma,

que le mate, y le guise, y me le coma!

En un balcón estaba de palacio,

y con él Galalón junto a su lado;

yo entraba por el patio, muy de espacio,

cual suelo, de mí mismo acompañado;

los dos miraron mi bohemio lacio

y no de perlas mi capelo ornado;

tomáronse a reír, y a lo que creo,

la risa fue de ver mi pobre arreo.

Subí, como con alas, la escalera,

de rabia lleno y de temor vacío;

no los hallé donde los vi, y quisiera

ejecutar en mí mi furia y brío.

Entráronse allá dentro, y, si no fuera

porque debo respeto al señor mío,

en su presencia le sacara el alma,

pequeña a tanta injuria, y débil palma.

De aquel traidor de Galalón no hago

cuenta ninguna, que es cobarde y necio;

de Roldán, sí, y en ira me deshago,

pues me conoce, y no me tiene en precio.

Pero presto tendrán los dos el pago,

pagando con sus vidas mi desprecio,

aunque lo estorbe...

Malgesí ¿No ves que desatinas?

Reinaldos Con aquesas palabras más me indinas.

Malgesí Roldán es éste, vesle aquí que sale,

y con él Galalón.

Reinaldos Hazte a una parte,

que quiero ver lo que este infame vale,

que es tenido en el mundo por un Marte.

([Salen] Roldán y Galalón.)

¡Agora, sí, burlón, que no te cale

en la estancia de Carlos retirarte,

ni a ti forjar traiciones y mentiras

para volver pacíficas mis iras!

Galalón Vuélvome, porque es éste un atrevido

y el decir y hacer pone en un punto.

[Vase.]

Reinaldos ¡Bien os habéis de mi ademán reído

los dos, a fe!

Roldán ¡Que está loco barrunto!

Reinaldos ¿Dónde está aquel cobarde?

Malgesí Ya se ha ido.

Reinaldos Tuvo temor de no quedar difunto

si un soplo le alcanzara de mi boca.

Roldán ¡A risa su arrogancia me provoca!

¿Con quién las has, Reinaldos?

Reinaldos ¿Yo? Contigo.

Roldán ¿Conmigo? Pues, ¿por qué?

Reinaldos Ya tú lo sabes.

Roldán No sé más de que siempre fui tu amigo,

pues de mi voluntad tienes las llaves.

Reinaldos Tu risa ha sido deso buen testigo;

no hay para qué tan sin porqué te alabes.

Dime: ¿puede, por dicha, la pobreza

quitar lo que nos da naturaleza?

Que yo trujera con anillos de oro

adornadas mis manos y trujera

con pompa, a modo de real decoro,

mi persona compuesta; ¿adóndequiera

rindiera yo con esto al fuerte moro

o al gallardo español, que nos espera?

No; que no dan costosos atavíos

fuerza a los brazos y a los pechos bríos.

Mi persona desnuda, y esta espada,

y este indomable pecho que conoces,

ancha se harán adondequiera entrada,

como en la seca mies agudas hoces.

Mi fuerza conocida y estimada

está por todo el orbe dando voces,

diciendo quién yo soy; y así, tu burla

contra toda razón de mí se burla.

Y, porque veas que en razón me fundo,

mete mano a la espada y haz la prueba:

verás que en nada no te soy segundo,

ni es para mí el probarte cosa nueva.

¿Que de nuevo te ríes, pese al mundo?

Roldán ¿Qué endiablado furor, primo, te lleva

a romper nuestras paces, o qué risa

así el aviso tuyo desavisa?

Malgesí Dice que dél hiciste burla cuando

entraba por el patio de palacio,

su poco fausto y soledad mirando,

y su bohemio, por antiguo, lacio.

Pensólo, y, su estrecheza contemplando,

y creyendo la burla, en poco espacio

la escalera subió; y, si allí os hallara,

en llanto vuestra risa se tornara.

Roldán Hiciera mal, porque por Dios os juro

que no me pasó tal por pensamiento;

y desto puede estar cierto y seguro,

pues yo lo digo y más con juramento.

Al pilar de la Iglesia, al fuerte muro,

al amparo de Francia y al aliento

de los pechos valientes, ¿quién osara,

aunque en ello la vida le importara?

Esta disculpa baste, ¡oh primo amado!,

para templar vuestra no vista furia;

que no es costumbre de mi pecho honrado

hacer a nadie semejante injuria.

Y más a vos, que solo habéis ganado

más oro que tendrá y tiene Liguria,

si es que la honra vale más que el oro

que en Tíbar cierne el mal vestido moro.

Dadme esa mano, ¡oh primo!, porque, en uno

estas dos que imagino sin iguales,

no siento yo que habrá valor alguno

que de su puerta llegue a los umbrales.

(Vuelve Galalón con el emperador Carlomagno.)

Emperador ¿Que así comenzó a hablar el importuno,

y descubrió en el modo indicios tales,

que presto de la lengua desmandada

pasaría la cólera a la espada?

Galalón No los pongas en paz, porque es prudencia,

y en materia de estado esto se advierte,

tener a tales dos en diferencia,

que son ministros de tu vida y muerte;

que, habiendo entre dos grandes competencia

y entre dos consejeros, de tal suerte

el uno y otro a sus contrarios temen,

que es fuerza que en virtud ambos se estremen,

por temor de las ciertas parlerías

que te podrá decir aquél de aquéste;

y no desprecies las razones mías,

si no quieres que caro no te cueste.

Emperador No están de aquel talante que decías.

Di: ¿Roldán no es aquél? ¿Reinaldos, éste?

En paz están, y asidos de la mano.

Galalón Señores, ¿no habéis visto a Carlomano?

Roldán ¡Oh grande emperador!

Emperador ¡Oh amados primos!

¿Habéis tenido...