Jornada segunda
(Salen don Carlos y Fabio.)
Carlos ¿Está todo prevenido?
Fabio Ya la ropa y las maletas
tengo aparejadas, sólo
falta que las postas vengan.
Carlos Más falta.
Fabio ¿Qué es?
Carlos Que don Juan
que hoy he de partirme sepa,
para que de él me despida.
Fabio Pues ¿no sabe que hoy te ausentas?
Carlos No; ni él ni Leonor lo saben;
que anoche aun no tenía esta
resolución.
Fabio Pues yo iré
a avisarle.
Carlos Aguarda, espera;
que él parece que ha tenido
de mi pensamiento nuevas,
pues a la posada viene
antes casi que amanezca.
(Sale don Juan.)
¿Tan de mañana, don Juan?
Pues ¿qué madrugada es ésta?
Juan Lo mismo puedo deciros.
¿Dónde vais con tanta priesa?
Carlos Anoche, cuando volví
de vuestra casa, en aquesta
posada supe que hay
en Vinaroz dos galeras
de Italia, y perder no quiero
la ocasión de irme con ellas,
porque no veo la hora
de hacer de Leonor ausencia;
que, aunque yo por verla muero,
muero también por no verla.
Y ya que queda segura,
tengo por la acción más cuerda
volver a todo la espalda.
Y así, con vuestra licencia,
don Juan, pienso partir hoy.
Juan Si yo, don Carlos, pudiera
o concederla o negarla,
fuera muy gran conveniencia
de mi dolor poder antes
negarla que concederla.
Carlos ¿Cómo?
Juan Como me importara
deteneros en Valencia
unos días alma y vida.
Carlos ¡Fabio!
Fabio ¿Señor?
Carlos Cuando vengan
las postas, despediráslas.
(Vase Fabio.)
Ved, don Juan, con cuánta priesa
son vuestros preceptos, antes
que preceptos, obediencias.
¿Qué hay de nuevo?
Juan ¿Estamos solos?
Carlos Sí.
Juan Pues cerrad esa puerta.
(Cierra la puerta don Carlos.)
Carlos Ya lo está. ¿Qué es esto?
Juan Es
una desdicha, una pena
tan grande, Carlos, que solo
vos podéis de mi saberla
como mi amigo, porque
soy mitad del alma vuestra,
y como mi sangre, Carlos,
por ser en los dos la mesma.
Mirad cuánto de un día a otro
muda la inconstante rueda
de la fortuna las cosas.
Ayer en vuestras tragedias
venisteis de mí a valeros,
y hoy en las mías es fuerza
que yo me valga de vos.
¡Oh cuán villana, cuán necia
es mi desdicha, pues cobra
con tanta priesa la deuda!
Carlos ¿Desde anoche acá hubo causa
que a tan grande extremo os mueva?
Juan Después que anoche salisteis
de mi casa, porque en ella
ni vos quisisteis quedaros
ni yo quise haceros fuerza,
y después que con instancias
no dejasteis que viniera
con vos, traté recogerme;
y recorriendo las puertas
de mi casa, que es en mí
costumbre y no diligencia,
en mi cuarto me entré, donde
mil ilusiones diversas
me desvelaron flde suerte
que entre confusas ideas
apenas dormir quería,
cuando dispertaba a penasfl
cuando oigo fl¡tiemblo al decirlo!fl
que en una cuadra de afuera
una ventana se abría.
Presumiendo que por ella
alguna criada hablaba,
quise averiguar quién era,
abriendo, sin hacer ruido,
de mi ventana la media;
pues, oyendo una razón
o tomando alguna seña,
sin escándalo podía
poner en el daño enmienda.
A nadie en la calle vi,
con que casi satisfechas
mis dudas se persuadieron
a que el viento hacer pudiera
el ruido. Pero ¡qué poco
dura el bien que un triste piensa!
Pues por el balcón a este
tiempo vi que se descuelga
un hombre. Acudí volando
a tomar una escopeta,
y por prisa que me di,
ya otro y él daban la vuelta
a la calle, a cuyo tiempo
cerraron, porque aun aquella
o tibia o fácil o vana
imaginación siquiera
de que eran ladrones no
me quedase, viendo que eran
cómplices del hurto iguales
los que huyen y el que cierra.
Quise arrojarme tras ellos,
mas, viendo con cuánta priesa
y ventaja iban, hallé
que era inútil diligencia.
Conocer quién era quise
la que vestida y despierta
a aquellas horas estaba,
y abriendo fl¡ay de mífl la puerta
de mi cuarto, el de mi hermana
cerrado hallé; de manera
que llamar a él no era más,
pues todas en mi presencia
habían de alborotarse,
que, equivocando las señas,
el semblante de la culpa
ponérsele a la inocencia
y advertir para adelante;
siendo la acción menos cuerda
que hace un ofendido, cuando
no está en términos la ofensa,
darla a entender con decirla
para no satisfacerla.
Yo no he de hacer en mi casa
novedad; de la manera
que hasta aquí me vieron todos
me han de ver, tan sin sospecha
que hasta mi mismo semblante
sabré hacer que el color mienta.
Pero para este recato
tener un amigo es fuerza
afuera, si estoy en casa,
o en casa, si estoy afuera.
Pues si he de fiarme de otro,
¿de quién con mayor certeza
que de vos que, como dije,
sois mitad del alma mesma,
y como deudo y amigo
os toca tanto mi afrenta?
Y así, para averiguarlo,
oíd lo que mi pecho intenta.
Dentro de mi cuarto yo
tengo una cuadra pequeña
con libros y con papeles,
donde jamás sale o entra
criado alguno. Aquí escondido,
don Carlos... pero a la puerta
llaman.
(Llaman dentro.)
Carlos Esperad. ¿Quién es?
Fabio (Dentro.) Yo soy, señor; abre apriesa.
Carlos Si ves que tengo cerrado,
¿por qué llamas?
(Sale Fabio.)
Fabio Porque sepas
una grande novedad,
de que importa darte cuenta.
Carlos ¿Qué es?
Fabio Estando de esta casa
esperándote a la puerta,
llegó de camino el padre
de Leonor, a ver si en ella
posada había.
Carlos ¿Qué dices?
Fabio Lo que he visto; considera
si es cosa para que oculta
un instante te la tenga,
y más habiéndole dicho
que sí, y apeádose ahí fuera,
donde te ha de ver, si sales.
Carlos ¿Hay desdicha como ésta?
Sin duda en mi seguimiento
y de Leonor a Valencia
viene.
Juan ¿Conóceos él?
Carlos Sí.
Juan Pues mira tú cuándo...