: Félix Lope de Vega y Carpio
: La quinta de Florencia
: Linkgua
: 9788498977301
: Teatro
: 1
: CHF 2.60
:
: Dramatik
: Spanish
: 132
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La Quinta de Florencia es una comedia escrita por Félix Lope de Vega, uno de los dramaturgos más prolíficos e influyentes del Siglo de Oro español. En esta obra, el protagonista es el duque Alejandro, un personaje que se destaca por su nobleza y generosidad a pesar de su inicial indiscreción. La trama se centra en una historia de amor y redención. Alejandro, siendo un joven duque, seduce a una molinera, una mujer de humilde procedencia. Este hecho puede ser interpretado como una acción impulsada por el deseo y la juventud, que no considera las consecuencias que podría tener para la joven molinera. Sin embargo, en lugar de abandonarla, Alejandro decide casarse con ella, quebrantando las normas sociales y jerárquicas de su tiempo. Pero la historia no acaba aquí. No solo se casa con la molinera, sino que también le proporciona una dote generosa. Este acto es una manifestación de la rectitud moral y la magnanimidad de Alejandro, quien asume la responsabilidad de sus acciones y busca reparar el daño causado. En La Quinta de Florencia, Lope de Vega explora temas de amor, honor, responsabilidad y redención. La obra es un testimonio de la habilidad del dramaturgo para crear personajes complejos y situaciones dramáticas que reflejan las tensiones sociales y morales de su tiempo. A través de la figura de Alejandro, Lope de Vega presenta un modelo de nobleza que se define no solo por el estatus social, sino también por la virtud moral y la capacidad de rectificar los errores.

Félix Lope de Vega (Madrid, 1562-1637). España. El que fuera llamado 'Fénix de los ingenios españoles', Félix Lope de Vega Carpio, nació en Madrid a finales de 1562. Su padre, el artesano bordador Félix de Vega, y su madre, Francisca Fernández Flórez, eran, probablemente, oriundos del valle de Carriedo (Cantabria), y se trasladaron a Madrid hacia 1561. El origen humilde de Lope de Vega sería transformado por él mismo en una imaginada hidalguía; de hecho, Lope siempre fue dado a investirse con atributos que le favorecieran y nunca ocultó su abultado deseo de fama y éxito. Sea como fuera, cristiano viejo o converso, lo que sí refleja su obra es una completa y cabal asimilación de los valores imperantes en la sociedad de su tiempo. Lope estudió primero en la escuela madrileña de Vicente Espinel, por quien siempre demostró estima y admiración, y después en un colegio jesuita que, años después, se llamó colegio Imperial. Posteriormente, al parecer entre 1577 y 1581, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, aunque no consta que obtuviera ningún título. Es probable, también, que siguiera algunas lecciones en la Universidad de Salamanca. Tras servir, desde muy joven, al obispo de Cartagena, inquisidor general y más tarde obispo de Ávila, don Jerónimo Manrique, Lope se alista en una escuadra de navíos y, en junio de 1583, zarpa de Lisboa rumbo a la isla Terceira (Azores), donde habían de combatir al prior de Crato, aspirante al trono portugués entonces en manos españolas a través de Felipe II. Acabada su misión, Lope regresa e inicia una de sus primeras relaciones amorosas, de entre las numerosas que se le atribuyen. Se trataba de Elena Osorio (su Filis), mujer bella y cultivada, hija de un empresario y actor teatral, la cual estaba separada de su marido (un actor). Lope escribiría algunas comedias para el padre de Elena. Años después, en 1587, tras enterarse de que Elena planeaba sustituirle por un influyente personaje madrileño (Francisco Perrenot Granvela), Lope difundió unos poemas infamantes contra ella y su familia, lo que le valió un destierro judicial de Madrid, por cuatro años, y de Castilla, por dos. En mayo de 1588, Lope toma por esposa a Isabel de Urbina Alderete (su Belisa), en Madrid. Isabel pertenecía a una familia muy influyente y de linaje antiguo, y es probable que el casamiento, aunque se realizó por poderes, pasara antes por algunas dificultades y supusiera la violación de la orden judicial por parte del escritor, que tenía prohibido regresar a la capital.

Jornada primera

(Salen el Duque de Florencia, Alejandro; Carlos, caballero; Otavio, caballero; César, secretario, de noche.)

Alejandro ¡Hermosa ciudad Florencia!

CarlosDespués que eres su señor,

tiene Florencia valor,

y hace a Roma competencia.

Alejandro Como de día no puedo

verla por mi autoridad,

o porque a la gravedad

de mis cosas tengo miedo,

de noche con mejor modo

veo cosas que ha de ver

un príncipe, que ha de ser

un Argos que vele en todo,

que éstas, por ser tan pequeñas,

no llegan a mis oídos.

OtavioCon hechos esclarecidos

al común gobierno enseñas:

República venturosa

la que tal entendimiento

ha puesto en orden.

Alejandro Mi intento

no aspira a historia famosa,

sino sólo engrandecer

la patria.

Carlos Gente atraviesa

a alguna amorosa empresa:

un hombre y una mujer.

(Entra Celio y una mujer con manto.)

Celio No está lejos mi posada,

y con buena colación,

con un corte de jubón,

volveréis menos airada.

Echad por aquesta esquina.

MujerTengo una madre tan vieja,

que me riñe y aconseja

bien diferente doctrina.

Pero ¿qué se puede hacer?

Ya, señor, topé con vos.

OtavioCelio es el hombre, ¡por Dios!

Alejandro¿No conocéis la mujer?

Otavio Veamos por su arrogancia

en qué princesa tropieza.

Basta saber la flaqueza,

no sepáis la circunstancia.

Celio No querría que saliese

el Duque: echad por aquí.

MujerPues ¿sale de noche?

Celio Sí.

Pesaríame que os viese.

(Vanse los dos.)

Otavio Ya lleva Celio esta noche

con quien podella pasar.

CarlosMañana me ha de contar

que es dama de estrado y coche.

¿Cuántas hay que las encuentran

en medio de aquesa calle,

y que con bueno o mal talle,

a tiento en sus manos entran?

Y dejándole la cama

como hospital, tales son,

que luego en conversación

dice: «¡Ah, qué buena dama

aquesta noche gocé!

¡Qué manos, qué olor, qué pechos!».

dejándonos satisfechos

de que Elena o Porcia fue,

y todo el día se están

rascando, y lo he visto yo,

las reliquias que dejó

en la camisa al galán.

Alejandro Según eso, a la mañana

querrá Celio razonar.

CarlosDos hombres veo pasar

mirando aquella ventana.

(Salen Horacio y Curcio, vestidos de noche.)

Horacio Si no os importa, señor,

mucho, estar en este puesto,

dejadle os ruego, y sea presto,

que es interés de mi honor.

Curcio Lo mismo quise ¡por Dios!

pediros.

Horacio Pues fui el primero,

haced luego, caballero,

lo que yo hiciera por vos,

o habráse de remitir

a las armas.

Curcio No es posible;

yo estoy bien.

Horacio Pues ni imposible

será dejar de reñir.

(Meten mano.)

Alejandro Allí riñen; mete paz.

Otavio¡Paso, ténganse!

Horacio Si acaso

no llegaran...

Curcio ¡Paso, paso,

que estáis ya muy pertinaz!

Alejandro Si aquesto el Duque supiera,

bien sabéis que se enojara.

HoracioPues si el Duque nos mirara,

¿cuál hombre un hora viviera?

Alejandro Pues, haced cuenta que os mira,

y andad con Dios.

Horacio ¡Qué prudencia!

Curcio¿Si es el Duque?

Horacio En la presencia

le parece.

Curcio Al mundo admira.

(Vanse Horacio y Curcio.)

Carlos Música viene, señor;

la música es don del cielo,

de los trabajos consuelo,

y estafeta del honor.

Es para el entendimiento

aire regalado y manso,

es de las penas descanso,

y de la tristeza aumento.

La misma gloria en que está,

el mismo gusto que encierra,

no tiene cosa en la tierra

que más parezca de allá.

(Salen dos músicos cantando.)

Músicos«El valeroso Alejandro

de Médicis, que al de Grecia

quitó la gloria en la paz

y la ventura en la guerra,

con el estandarte santo

del que la nave gobierna

del gran Vicario de Cristo,

y las armas de la iglesia,

fue en Florencia el primer Duque,

y a no ser sola Florencia

mayor conquista en el mundo,

segundo Alejandro fuera;

que la espada y la ciencia

le dio Apolo en la paz, Marte en la guerra.»

Alejandro ¡Notablemente han cantado!

La letra me ha satisfecho,

no porque nunca en mi pecho

lisonjas hayan entrado,

mas porque está bien escrita.

CarlosNo ha pintado mal tu historia

el poeta.

Alejandro Con mayor gloria

su voz me anima e incita.

Otavio Lo mismo Alejandro hacía,

que en cualquier combate fiero,

o leía un rato a Homero,

o alguna música oía.

Alejandro Dadle esos cien escudos

en esa bolsa.

Otavio ¿Qué digo,

señores?

Músico I ¿Quién es?

Otavio Amigo,

como a las veces los mudos

alcanzan de los señores

más que los que voces dan,

en este bolsico van

cien escudos.

Músico II Que tú ignores

que somos hombres, me espanto,

que tenemos de creer,

que eso pueda merecer

la humildad de nuestro canto.

Otavio Aquel Duque os los da.

Músico I¿El Duque?

Otavio Sí.

Músico I Dios le guarde.

OtavioAcudid allá a la tarde.

Músico I¡Qué Alejandro!

Músico II Así lo es ya.

(Vanse los músicos.)

Alejandro ¿Sabéis en qué he parado?

En que aquesto ha sucedido,

y habemos visto y oído,

César palabra no ha hablado.

Ni se rió viendo al loco

de Celio con la mujer,

ni al reñir quiso poner

mano a la espada tampoco.

Y agora que oyó cantar,

no alzó la vista ofendida.

César, habla, por tu vida,

César, no dejes de hablar.

¿Qué tienes, César amigo?

¿Hay, por ventura, quien tenga

tus partes, y agora venga

a privar tanto conmigo?

¿De qué nace la tristeza?

Tu amigo soy.

César Gran señor,

yo pienso que este rigor

es propia naturaleza.

Tres suertes hay de este mal:

ocio, tristeza y la mía,

que es una melancolía

y una enfermedad mortal.

Es el ocio suspensión

en que está el mismo sentido

sin moverse detenido,

ni tener humana acción.

Es la tristeza tener

por qué estar triste,...