Jornada primera
(Salen el Duque de Florencia, Alejandro; Carlos, caballero; Otavio, caballero; César, secretario, de noche.)
Alejandro ¡Hermosa ciudad Florencia!
CarlosDespués que eres su señor,
tiene Florencia valor,
y hace a Roma competencia.
Alejandro Como de día no puedo
verla por mi autoridad,
o porque a la gravedad
de mis cosas tengo miedo,
de noche con mejor modo
veo cosas que ha de ver
un príncipe, que ha de ser
un Argos que vele en todo,
que éstas, por ser tan pequeñas,
no llegan a mis oídos.
OtavioCon hechos esclarecidos
al común gobierno enseñas:
República venturosa
la que tal entendimiento
ha puesto en orden.
Alejandro Mi intento
no aspira a historia famosa,
sino sólo engrandecer
la patria.
Carlos Gente atraviesa
a alguna amorosa empresa:
un hombre y una mujer.
(Entra Celio y una mujer con manto.)
Celio No está lejos mi posada,
y con buena colación,
con un corte de jubón,
volveréis menos airada.
Echad por aquesta esquina.
MujerTengo una madre tan vieja,
que me riñe y aconseja
bien diferente doctrina.
Pero ¿qué se puede hacer?
Ya, señor, topé con vos.
OtavioCelio es el hombre, ¡por Dios!
Alejandro¿No conocéis la mujer?
Otavio Veamos por su arrogancia
en qué princesa tropieza.
Basta saber la flaqueza,
no sepáis la circunstancia.
Celio No querría que saliese
el Duque: echad por aquí.
MujerPues ¿sale de noche?
Celio Sí.
Pesaríame que os viese.
(Vanse los dos.)
Otavio Ya lleva Celio esta noche
con quien podella pasar.
CarlosMañana me ha de contar
que es dama de estrado y coche.
¿Cuántas hay que las encuentran
en medio de aquesa calle,
y que con bueno o mal talle,
a tiento en sus manos entran?
Y dejándole la cama
como hospital, tales son,
que luego en conversación
dice: «¡Ah, qué buena dama
aquesta noche gocé!
¡Qué manos, qué olor, qué pechos!».
dejándonos satisfechos
de que Elena o Porcia fue,
y todo el día se están
rascando, y lo he visto yo,
las reliquias que dejó
en la camisa al galán.
Alejandro Según eso, a la mañana
querrá Celio razonar.
CarlosDos hombres veo pasar
mirando aquella ventana.
(Salen Horacio y Curcio, vestidos de noche.)
Horacio Si no os importa, señor,
mucho, estar en este puesto,
dejadle os ruego, y sea presto,
que es interés de mi honor.
Curcio Lo mismo quise ¡por Dios!
pediros.
Horacio Pues fui el primero,
haced luego, caballero,
lo que yo hiciera por vos,
o habráse de remitir
a las armas.
Curcio No es posible;
yo estoy bien.
Horacio Pues ni imposible
será dejar de reñir.
(Meten mano.)
Alejandro Allí riñen; mete paz.
Otavio¡Paso, ténganse!
Horacio Si acaso
no llegaran...
Curcio ¡Paso, paso,
que estáis ya muy pertinaz!
Alejandro Si aquesto el Duque supiera,
bien sabéis que se enojara.
HoracioPues si el Duque nos mirara,
¿cuál hombre un hora viviera?
Alejandro Pues, haced cuenta que os mira,
y andad con Dios.
Horacio ¡Qué prudencia!
Curcio¿Si es el Duque?
Horacio En la presencia
le parece.
Curcio Al mundo admira.
(Vanse Horacio y Curcio.)
Carlos Música viene, señor;
la música es don del cielo,
de los trabajos consuelo,
y estafeta del honor.
Es para el entendimiento
aire regalado y manso,
es de las penas descanso,
y de la tristeza aumento.
La misma gloria en que está,
el mismo gusto que encierra,
no tiene cosa en la tierra
que más parezca de allá.
(Salen dos músicos cantando.)
Músicos«El valeroso Alejandro
de Médicis, que al de Grecia
quitó la gloria en la paz
y la ventura en la guerra,
con el estandarte santo
del que la nave gobierna
del gran Vicario de Cristo,
y las armas de la iglesia,
fue en Florencia el primer Duque,
y a no ser sola Florencia
mayor conquista en el mundo,
segundo Alejandro fuera;
que la espada y la ciencia
le dio Apolo en la paz, Marte en la guerra.»
Alejandro ¡Notablemente han cantado!
La letra me ha satisfecho,
no porque nunca en mi pecho
lisonjas hayan entrado,
mas porque está bien escrita.
CarlosNo ha pintado mal tu historia
el poeta.
Alejandro Con mayor gloria
su voz me anima e incita.
Otavio Lo mismo Alejandro hacía,
que en cualquier combate fiero,
o leía un rato a Homero,
o alguna música oía.
Alejandro Dadle esos cien escudos
en esa bolsa.
Otavio ¿Qué digo,
señores?
Músico I ¿Quién es?
Otavio Amigo,
como a las veces los mudos
alcanzan de los señores
más que los que voces dan,
en este bolsico van
cien escudos.
Músico II Que tú ignores
que somos hombres, me espanto,
que tenemos de creer,
que eso pueda merecer
la humildad de nuestro canto.
Otavio Aquel Duque os los da.
Músico I¿El Duque?
Otavio Sí.
Músico I Dios le guarde.
OtavioAcudid allá a la tarde.
Músico I¡Qué Alejandro!
Músico II Así lo es ya.
(Vanse los músicos.)
Alejandro ¿Sabéis en qué he parado?
En que aquesto ha sucedido,
y habemos visto y oído,
César palabra no ha hablado.
Ni se rió viendo al loco
de Celio con la mujer,
ni al reñir quiso poner
mano a la espada tampoco.
Y agora que oyó cantar,
no alzó la vista ofendida.
César, habla, por tu vida,
César, no dejes de hablar.
¿Qué tienes, César amigo?
¿Hay, por ventura, quien tenga
tus partes, y agora venga
a privar tanto conmigo?
¿De qué nace la tristeza?
Tu amigo soy.
César Gran señor,
yo pienso que este rigor
es propia naturaleza.
Tres suertes hay de este mal:
ocio, tristeza y la mía,
que es una melancolía
y una enfermedad mortal.
Es el ocio suspensión
en que está el mismo sentido
sin moverse detenido,
ni tener humana acción.
Es la tristeza tener
por qué estar triste,...