Capítulo IV
En la antesala, estrecha y vetusta, adonde entrétembloroso y agitado mi cuerpo-, me recibió un criado viejo y de pelo canoso, con cara de cobre oscuro, ojos porcinos, de mirada tosca y en la cara y en las sienes las arrugas más profundas que jamás haya visto. En un plato llevaba la espina roída de un arenque. Abriendo con el pie la puerta que conducía a la habitación, dijo bruscamente:
-¿Qué desea?
-¿Puedo ver a la princesa Zasequin?
-¡Bonifacio!- gritó una estridente voz femenina.
El criado me dio la espalda sin decir palabra, viéndose entonces la gastada tela de su librea, que tan solo tenía un botón amarillento con un escudo estampado. Se retiró, dejando el plato en el suelo.
-¿Estuviste en la comisaría del barrio?- repitió la misma voz.
El criado dijo algo inaudible.
-¿Qué? ¿Que ha venido alguien? ¡Ah, el señorito de al lado! Dile que pase.
-Tenga la bondad de pasar a la sala- dijo el criado, apareciendo delante de mí y levantando el plato del suelo.
Me levanté y pasé a la sala.
Me encontré en una habitación pequeña, bastante desordenada, con muebles baratos que parecían haber sido colocados muy deprisa. Al lado de la ventana, sentada en un sillón que tenía uno de los brazos roto, estaba una mujer de unos cuarenta años, despeinada y fea, ataviada con un vestido viejo de color verde y con un pañuelo chillón, de estam-bre, alrededor del cuello. Sus pequeños ojos de color negro se clavaron en mí.
Me acerqué a ella y le hice una reverencia.
-¿Tengo el honor de hablar con la princesa Zasequin?
-Yo soy la princesa Zasequin. ¿Usted es el hijo del señor V.?
-Sí, vengo con un encargo de mi madre.
-Siéntese, por favor. Bonifacio, ¿has visto dónde están mis llaves?
Transmití a la señora Zasequin la respuesta de mi madre a su nota. Me escuchó golpeando con sus gruesos y rojos dedos sobre la ventana. Cuando terminé, volvió a mirarme fijamente.
-Muy bien, estaré sin falta- dijo al fin-. ¡Qué joven es usted todavía! ¿Cuántos años tiene? Permí-
tame que se lo pregunte.
-Dieciséis- dije, haciendo sin querer una pausa.
La princesa sacó del bolsillo unos papeles mu-grientos que tenían algo escrito, se los acercó casi hasta la nariz y se puso a inspeccionarlos.
-Buena edad- dij