: Lope de Vega
: Colección de Lope de Vega Clásicos de la literatura
: e-artnow
: 9788026835943
: 1
: CHF 1.80
:
: Anthologien
: Spanish
: 560
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Este ebook presenta 'Colección de Lope de Vega' con un sumario dinámico y detallado. Contenido: El caballero de Olmedo El castigo sin venganza El perro del hortelano Fuenteovejuna La dama boba La Dorotea Félix Lope de Vega y Carpio (1562 - 1635) fue uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la literatura universal.

ACTO SEGUNDO



SALEN TELLO y don ALONSO

 

ALONSO: Tengo el morir por mejor,

Tello, que vivir sin ver

TELLO: Temo que se ha de saber

este tu secreto amor;

que con tanto ir y venir

de Olmedo a Medina, creo

que a los dos da tu deseo

que sentir, y aun que decir.

ALONSO: ¿Cómo puedo yo dejar

de ver a Inés, si la adoro?

TELLO: Guardándole más decoro

en el venir y el hablar;

que en ser a tercero día,

pienso que te dan, señor,

tercianas de amor.

ALONSO: Mi amor

ni está ocioso, ni ese enfría.

Siempre abrasa, y no permite

que esfuerce naturaleza

un instante su flaqueza,

porque jamás se remite.

Mas bien se ve que es león

amor; su fuerza, tirana;

pues que con esta cuartana

se amansa mi corazón.

Es esta ausencia una calma

de amor, porque si estuviera

adonde siempre a Inés viera,

fuera salamandra el alma.

TELLO: ¿No te cansa y te amohina

tanto entrar, tanto partir?

ALONSO: Pues yo, ¿qué hago en venir,

Tello, de Olmedo a Medina?

Leandro pasaba un mar

todas las noches, por ver

si le podía beber

para poderse templar;

pues si entre Olmedo y Medina

no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe

Inés?

TELLO: A otro mar se atreve

quien al peligro camina

en que Leandro se vio,

pues a don Rodrigo veo

tan cierto de tu deseo

como puedo estarlo yo;

que como yo no sabía

cuya aquella capa fue

un día que la saqué...

ALONSO: ¡Gran necedad!

TELLO: ...como mía,

me preguntó,"Diga, hidalgo,

¿quién esta capa le dio?.

porque la conozco yo."

Respondí,"Si os sirve en algo,

daréla a un crïado vuestro."

Con esto, descolorido,

dijo,"Habíale perdido

de noche un lacayo nuestro;

pero mejor empleada

está en vos. Guardadla bien."

Y fuése a medio desdén,

puesta la mano en la espada.

Sabe que te sirvo, y sabe

que la perdió con los dos.

Advierte, señor, por Dios,

que toda esta gente es grave,

y que están en su lugar,

donde todo gallo canta.

Sin esto, también me espanta

ver este amor comenzar

por tantas hechicerías,

y que cercos y conjuros

no son remedios seguros

si honestamente porfías.

Fui con ella, que no fuera,

a sacar de un ahorcado

una muela; puse a un lado,

como Arlequín, la escalera.

Subió Fabia, quedé al pie,

y díjome el salteador;

"Sube, Tello, sin temor,

o si no, yo bajaré."

¡San Pablo! Allí me caí.

Tan sin alma vine al suelo,

que fue milagro del cielo

el poder volver en mí.

Bajó, desperté turbado

y de mirarme afligido,

porque, sin haber llovido

estaba todo mojado.

ALONSO: Tello, un verdadero amor

en ningún peligro advierte.

Quiso mi contraria suerte

que hubiese competidor,

y que trate, enamorado,

casarse con doña Inés;

pues, ¿qué he de hacer, si me ves

celoso y desesperado?

No creo en hechicerías,

que todas son vanidades;

quien concierta voluntades

son méritos y porfías.

Inés me quiere, yo adoro

a Inés, yo vivo en Inés;

todo lo que Inés no es

desprecio, aborrezco, ignoro.

Inés es mi bien; yo soy

esclavo de Inés; no puedo

vivir sin Inés; de Olmedo

a Medina vengo y voy.

porque Inés mi dueña es

para vivir o morir.

TELLO: Sólo te falta decir,

"Un poco te quiero Inés."

¡Plega a Dios que por bien sea!

ALONSO: Llama, que es hora.

TELLO: Ya voy.

 

Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña

INÉS, dentro de la casa

 

ALONSO: ¿Quién es?

TELLO: ¡Tan presto! Yo soy.

¿Está en casa Melibea?

Que viene Calisto aquí.

ANA: Aguarda un poco Sempronio.

TELLO: ¿Si haré falso testimonio?

INÉS: ¿Él mismo?

ANA: Señora, sí.

 

Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en

casa de don PEDRO

 

INÉS: ¡Señor mío!

ALONSO: Bella Inés,

esto es venir a vivir.

TELLO: Agora no hay que decir,

"Yo te lo diré después."

INÉS: ¡Tello, amigo!

TELLO: ¡Reina mía!

INÉS: Nunca, Alonso de mis ojos,

por haberme dado enojos

esta ignorante porfía

de don Rodrigo esta tarde

he estimado que me vieses.

[... ... ... ...

... ... ... .....]

ALONSO: Aunque fuerza de obediencia

te hiciese tomar estado

no he de estar desengañado

hasta escuchar la sentencia.

Bien el alma me decía,

y a Tello se lo contaba

cuando el caballo sacaba,

y el sol los que aguarda el día,

que de alguna novedad

procedía mi tristeza,

viniendo a ver tu belleza,

pues me dices que es verdad.

¡Ay de mí si ha sido ansí!

INÉS: No lo creas, porque yo

diré a todo el mundo no,

después que te dije sí.

 

Tú solo dueño has de ser

de mi libertad y vida;

no hay fuerza que el ser impida,

don Alonso, tu mujer.

Bajaba al jardín ayer,

y como por don Fernando

me voy de Leonor guardando,

a las fuentes, a las flores

estuve diciendo amores,

y estuve también llorando.

"Flores y aguas, les decía,

dichosa vida gozáis,

pues aunque noche pasáis,

veis vuestro sol cada día."

Pensé que me respondía

la lengua de una azucena

—¡qué engaños amor ordena!—

"Si el sol que adorando estás

viene de noche, que es más,

Inés, ¿de qué tienes pena?"

TELLO: Así dijo a un ciego un griego

que le contó mil disgustos,

"Pues tiene la noche gustos,

para qué te quejas, ciego?"

INÉS: Como mariposa llego

a estas horas, deseosa

de tu luz... no mariposa,

fénix ya, pues de una suerte

me da vida y me da muerte

llama tan dulce y hermosa.

ALONSO: ¡Bien haya el coral, amén,

de cuyas hojas de rosas,

palabras tan amorosas

salen a buscar mi bien!

Y advierte que yo también,

cuando con Tello no puedo,

mis celos, mi amor, mi miedo

digo en tu ausencia a la flores.

TELLO: Yo le vi decir amores

a los rábanos de Olmedo;

que un amante suele hablar

con las piedras, con el viento.

ALONSO: No puede mi pensamiento

ni estar solo ni callar;

contigo, Inés, ha de estar,

contigo hablar y sentir.

¡Oh, quién supiera decir

lo que te digo en ausencia!

Pero estando en tu presencia

aun se me olvida el vivir.

Por el camino le cuento

tus gracias a Tello, Inés,

y celebramos después

tu divino entendimiento.

Tal gloria en tu nombre siento,

que una mujer recibí

de tu nombre, porque ansí,

llamándola todo el día,

pienso, Inés, señora mía,

que te estoy llamando a ti.

 

TELLO: Pues advierte, Inés discreta,

de los dos tan nuevo efeto,

que a él le has hecho discreto,

y a mí me has hecho poeta.

Oye una glosa a un estribo

que compuso don Alonso

a manera de responso,

si los hay en muerto vivo.

 

"En el valle a Inés

le dejé riendo.

Si la ves, Andrés,

dile cuál me ves

por ella muriendo."

 

INÉS: ¿Don Alonso la compuso?

TELLO: Que es buena, jurarte puedo,

para poeta de Olmedo.

Escucha.

ALONSO: Amor lo dispuso.

 

TELLO: Andrés, después que las bellas

plantas de Inés goza el valle,

tanto florece con ellas

que quiso el cielo trocalle

por sus flores sus estrellas.

Ya el valle es cielo, después

que su primavera es,

pues verá el cielo en el suelo

quien vio, pues, Inés es cielo,

"en el valle a Inés."

Con miedo y respeto estampo

el pie donde el suyo huella.

Que ya Medina del Campo

no quiere aurora más bella

para florecer su campo.

Yo la vi de amor huyendo,

cuanto miraba matando,

su mismo desdén venciendo

y aunque me partí llorando,

"la dejé riendo."

Dile, Andrés, que ya me veo

muerto por volverla a ver,

aunque cuando llegues, creo

que no será menester;

que me habrá muerto el deseo.

No tendrás que hacer después

que a sus...