Mindanao
No es esta isla de aquellos territorios cuyo conocimiento se facilita y adquiere en las vigilias del estudio. De allí, como de todo país donde la naturaleza con obstáculos casi insuperables, imposibilita y retarda la acción investigadora de la exploración científica, cuanto se relata y escribe, está sujeto al criterio particularísimo, formado por la experiencia sobre el terreno adquirida, o bien por ideas robustecidas en las noticias de los mismos naturales, cuya veracidad es siempre problemática.
Pero no son éstos los solos obstáculos con que se tropieza en la apreciación de todo asunto que a Mindanao se refiera.
En tan remotos países, donde parecía natural que no existieran otras aspiraciones que las de una noble emulación, tras de conseguir el engrandecimiento nacional, se remueven de continuo ambiciones ocultas, manteniendo latentes las luchas sostenidas en épocas pasadas entre las distintas órdenes monásticas que allí ejercen la cura de almas, sin otro objetivo que el de extender paulatinamente la esfera de su influencia.
De ahí su celoso prurito de acaparar todo principio de autoridad, procurando la absoluta separación entre el peninsular y el indígena, a fin de que su influencia aumente en proporción a la ignorancia en que aquellos países se encuentren, tanto el elemento civil como el militar, haciendo indispensable su concurso, que por lo que se ve es bien egoísta.
Por este solo hecho es fácil deducir que si al ocuparnos de aquel país nos ciega un exagerado celo político o religioso que a nada útil conduce, o el egoísmo del interés se sobrepone a la voz de la razón, se hace imposible apreciar con espíritu sereno el verdadero estado de la actual situación de Mindanao y los difíciles problemas que para su reducción restan aún por resolver.
Si se ha de juzgar con alguna exactitud la clase de enemigos con que allí nos tocó combatir desde los primitivos tiempos de nuestra dominación en el Archipiélago, y cuyos restos, refugiados hoy en el centro de Mindanao, se aprestan a lucha heroica con valor jamás desmentido, es necesario investigar en el terreno de la historia su procedencia, para venir en conocimiento de que la raza dominadora de aquellos ricos territorios, la que dirige y alienta por ideal egoísta perfectamente definido, a gran porción de aborígenes—el del dominio y defensa de intereses creados con inteligente dirección,—es la árabe, cuya autor