: Juan Valera
: Nuevas cartas americanas
: Linkgua
: 9788498979589
: Historia
: 1
: CHF 2.60
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 192
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En Nuevas cartas americanas, con un título alusivo a las Cartas americanas de Alejandro de Humboldt, Juan Valera, defiende el punto de vista de España ante los movimientos de Independencia de Latinoamérica y las reivindicaciones históricas del Nuevo Mundo, en específico de Cuba. Se trata de una percepción muy distinta a la que muestra la historia oficial de América, con una visión descarnada de los orígenes étnicos de Latinoamérica, aunque esgrime argumentos económicos y políticos que merecen atención. Juan Valera es un personaje atrapado entre su experiencia como viajero, su fascinación por las culturas ajenas y su convicción de que Europa y, en consecuencia España, habían construido los cimientos del mundo. La independencia política de las últimas colonias españolas, la influencia del pensamiento positivista en la actividad intelectual de Latinoamérica, el pragmatismo de los Estados Unidos o una diplomacia internacional que empezaba a tener que dialogar con fuerzas plurales, no supeditadas a la hasta entonces idea unitaria de un Occidente cristiano, exigen a Valera escribir con una sinceridad digna de reflexión.

Juan Valera y Alcalá-Galiano (Cabra, Córdoba, 1824-Madrid, 1905). España. Político y diplomático, fue un hombre culto y refinado, con numerosas aventuras amorosas y amistades literarias.

España desde Chile


A don Jorge Huneeus gana

No puede usted figurarse, distinguido y generoso amigo, el susto que me ha causado, sin quererlo ni preverlo.

Hace justamente tres años recibí una carta de usted pidiéndome noticias sobre mi persona y escritos y sobre literatura española en general. Era tan amable la carta, que, si bien yo no conocía a usted y apenas atiné entonces a descifrar la firma, no quise dejar la carta sin contestación. Tomé la pluma y contesté a todo correr lo que se me ocurrió en aquel momento.

Yo no hago borrador de nada mío, y menos de cartas. Aunque hiciera borrador no le guardaría. En cuanto a las cartas que recibo, rompo las más. Sólo reservo las muy interesantes. La de usted, sin lisonja, hubo de parecérmelo. Doy por evidente que la reservé sin romperla.

Pero en el resultado final confieso que es idéntico que yo rasgue o guarde las cartas. Guardarlas equivale a echarlas en un caos, en un abismo; tal es el desorden de mis papeles. Y cuando el cúmulo de ellos, que en este abismo cae, rebosa, digámoslo así, ya en una mudanza, ya en un viaje, ya sólo por obra y gracia de la limpieza ordinaria, la escoba del criado, el fuego o bien otro elemento destructor se los lleva o los consume.

No ha de extrañar usted ni atribuir a poco aprecio de parte mía el que yo ignore si la carta de usted se destruyó o está aún escondida entre papeles míos. Cúlpese mi falta de orden, falta que lamento, pero de la que nunca supe ni sabré enmendarme.

Apunto aquí todo esto para explicar con franqueza porque a poco sin duda de recibir la carta de usted y de contestar a ella, tenía yo completamente olvidadas la carta y la contestación. A los tres años (perdónemelo usted) yo, dada mi condición natural, no podía recordar a usted ni menos que le había escrito.

De aquí mi sorpresa y mi sobresalto cuando alguien que recibió, días antes que yo, los Estudios sobre España, me dijo que su autor, un chileno, publicaba en el citado libro cierta carta mía, donde le hablaba yo de literatura y de literatos españoles.

¿Qué habré yo dicho, imaginando que mi carta no se daría al público con mi firma, y tal vez en un momento de mal humor? Esta era la pregunta que yo me hacía.

Luego que recibí los Estudios sobre España, busqué mi carta, la leí y se me quitó un peso de encima. Se me figura que estuve juicioso. Nada de censuras crueles contra nadie, y nada tampoco de encomios exagerados. Sólo tuve y tengo que lamentar mi absurdo olvido (tan a escape y sin pararme a pensar hube de escribir a usted) de no pocos nombres de personas ilustres en la lista que yo le enviaba. Por lo mismo que le tengo más presente y que en mi sentir vale más que los otros, no puse, por ejemplo, entre los autores dramáticos a don Manuel Tamayo y Baus. No menté entre los poetas ni a Rubí, ni a Sánchez de Castro, ni a José Alcalá Galiano, que es a mi ver de los mejores, y además sobrino mío. En suma, omití nombres que por todos estilos eran más dignos de memoria para mí y para todo el mundo que bastantes de los que cité.

Fuera de estos deplorables defectos, repito que mi carta me pareció juiciosa. Su lectura me devolvió la tranquilidad.

Y no suponga usted que el haberla perdido implique algo de singular doblez en mi carácter; que yo por modo de ser propio, celebre en público y muerda en