Prólogo
Macanaz encuentra,
por fin, interlocutora
En el Madrid de principios de los sesenta una joven licenciada en Filología Románica que se llama Carmen Martín Gaite oscila entre su incipiente carrera literaria, sus ocupaciones domésticas y unos vagos planes, ya prácticamente abandonados, de redacción de una tesis sobre los cancioneros galaico-portugueses. Al mismo tiempo, intuye que entre las lagunas de su formación hay una importante, la que concierne a un siglo que se le representa como el pariente pobre de la historiografía oficial. Decide refugiarse por las noches, su casa ya «sosegada», en la biblioteca del Ateneo, se da allí a la lectura de libros sobre elXVIII español y descubre sorprendida que ha dado con un auténtico caladero de «historias dignas de ser contadas».
Fue su amigo José Antonio Llardent, según ella misma contaría, quien le suscitó el interés por la época de la Ilustración. En uno de aquellos libros –laHistoria del reinado de Carlos III de Antonio Ferrer del Río– tropieza con un nombre, el de Melchor de Macanaz, que ya le sonaba vagamente de losHeterodoxos de don Marcelino. La persona y la peripecia de aquel olvidado ministro de Felipe V la atrapan desde el primer momento. «Si uno pensase –escribirá años después– en los insospechados berenjenales donde nos acaba metiendo casi siempre nuestra curiosidad por las personas» –así los vivos como los difuntos, aclarará enseguida–, «...posiblemente cerraríamos la puerta a todo nuevo conocimiento y casi estoy por decir que llegaríamos a no salir más de casa». Nada más lejos de los propósitos y la disposición de quien toda su vida se obstinó en abrir puertas, nunca en cerrarlas.
En el libro que Henry Kamen dedicó en 1969 a la Guerra de Sucesión, aparecido, en la original versión inglesa, un poco antes queEl proceso de Macanaz, se sorprendía el historiador británico de que, dada la importancia de Macanaz, nadie hubiera intentado escribir su biografía. Así era, en efecto. Lo que Kamen no sabía entonces es que en ese mismo año una animosa escritora –que no historiadora profesional– había puesto el punto final precisamente a una biografía del personaje, a la que había dedicado seis años de trabajo y que aparecería al año siguiente. Se diría que el propio Kamen había sucumbido ante un intento similar, conformándose con ofrecer al lector, en uno de los apéndices de su libro, un útil listado de «The writings of Melchor de Macanaz». Y es que el cúmulo de manuscritos que la pluma del fiscal destiló a lo largo de los noventa años de su existencia alcanza tales proporciones y tal enmarañamiento que nadie se había atrevido con él. Nadie ha vuelto a hacerlo después, tampoco. Es prácticamente imposible, además, determinar si son auténticos o apócrifos muchos de los escritos que circularon con su nombre, varios de los cuales pasaron a letras de molde en elSemanario erudito (1787-1791) de Valladares. La bibliografía sobre Macanaz era, y sigue siendo, sorprendentemente escasa. Le prestaron atención dos descendientes: en elXIX, Joaquín Maldonado Macanaz, que publicó en 1879 lasRegalías de los señores reyes de Aragón de don Melchor; en elXX, Francisco Maldonado de Guevara, que hizo otro tanto en 1972 –¿espoleado acaso por la aparición del libro de Martín Gaite?– con elTestamento político y elPedimento fiscal. Uno y otro adoptan un tono apologético que está fuera de lugar. Y, para colmo, el segundo de ellos no accedió a que Carmen Martín Gaite, ni tampoco Kamen, consultaran la abundante documentación manuscrita de y sobre su antepasado que tenía en su poder.
El proceso de Macanaz. His