: Augustin Calmet
: Tratado sobre los Vampiros
: Reino de Cordelia
: 9788493891343
: 1
: CHF 7.10
:
: Sozialwissenschaften allgemein
: Spanish
: 304
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
A mediados del siglo XVIII, un sabio benedictino francés, Augustin Calmet, publicó un volumen sobre los no muertos que salen de sus tumbas para alimentarse con la sangre de los vivos. El Tratado sobre los Vampiros de este auténtico monstruo de la erudición bíblica originó uno de los mitos que todavía hoy goza de mejor salud literaria y mayor atractivo popular: el vampirismo. Sin la aportación de Calmet Drácula no habría surgido de la pluma de Bram Stoker ni Polidori ni Sheridan Le Fanu hubieran creado sus monstruos chupasangres. Aquí está el origen del mal, el primer libro de vampiros de la historia de la literatura.

Agustín Calmet (Mesnil-la-Horgne [Lorena], 1672 - París, 1757) Se educó en el priorato benedictino de Breuil y en 1688 profesó como monje. Fue ordenado sacerdote en 1696 y enseñó Filosofía y Teología en la Abadía de Moyenmoutier, donde comenzó a recopilar material sobre la Biblia, labor que continuaría durante su estancia como subprior y profesor de Exégesis en Münster, Alsacia. Esta dedicación le convirtió en un auténtico coloso de la erudición bíblica, como demuestran los veintitrés volúmenes de su Comentario sobre el Antiguo y Nuevo Testamentos (París, 1707-1716). Sin embargo, no fueron estos esfuerzos intelectuales los que le proporcionaron fama universal, sino los dos tomos de su Tratado sobre las apariciones de espíritus, y sobre los vampiros, o los revinientes de Hungría, Moravia, etcétera, publicado en París en 1751. Esta obra, que atrajo la atención de fray Benito Feijoo y de Voltaire, influiría decisivamente en la popularización del mito del vampirismo. En reconocimiento a sus cualidades como hombre instruido y pío, Calmet fue elegido en 1715 prior de Lay-Saint-Christophe, en 1719 abad de St-Léopold en Nancy y de Senones en 1729. En dos ocasiones se le nombró superior general de su congregación y, aunque el Papa Benedicto XIII deseó ordenarle obispo, rechazó el cargo.

Los vampiros y el padre Calmet
por LUIS ALBERTO DE CUENCA


EN SU ACEPCIÓN MÁS SENCILLA, el vampirismo es la práctica de la succión de sangre humana sobre persona viva, llevada a cabo con diversas finalidades, en ocasiones deíndole religiosa. La literatura, sin embargo, ha popularizado un tipo muy concreto de vampiro, desde el descrito por John William Polidori, médico personal de Lord Byron, en su relato El vampiro (1819), pasando por la mujer vampira creada por Sheridan Le Fanu en Carmilla (1871), hasta llegar a la célebre y magistral novela Drácula, del irlandés Bram Stoker, que tantoéxito ha tenido desde que se publicara por primera vez en 1897, y que ha sido llevada al cine por directores tan prestigiosos como Tod Browning (1931, con el inolvidable Bela Lugosi en el papel de Drácula) y Terence Fisher (1958, con un espléndido Christopher Lee como protagonista). La novela de Stoker trata de un conde vampiro que conserva ad aeternum en su castillo de Transilvania una vida sólo aparente, ya que sus funciones de nutrición y desarrollo están suspendidas, siendo suúnica fuente de alimentación y energía la sangre que succiona de la yugular de sus víctimas, a las que no mata en seguida, sino que va llevándolas poco a poco a la muerte por extenuación. Y todo esto ocurre en el Londres fantasmagórico de finales del siglo XIX en laépoca de Jack el Destripador. Allí se ha trasladado el diabólico aristócrata transilvano desde sus lares patrios en busca de nuevas emociones que mitiguen su aburrimiento inmortal.
El vampirismo reflejado en el texto de Stoker lleva aparejada la función de proselitismo, toda vez que el vampiro actúa solamente sobre aquellas víctimas que despiertan enél una cierta simpatía y que, al mismo tiempo, experimentan una cierta atracción porél, algo así como ocurre, por ejemplo, con el adicto a las drogas que busca compañero de vicio en alguien predispuesto a los fármacos. Como la acción crea elórgano, en la iconografía derivada del Drácula de Stoker el vampiro, además de tener las palmas de las manos repletas de vello, posee dos enormes colmillos de particular conformación que absorben la sangre de la víctima en una especie de beso-mordisco de efectos voluptuosos y adormecedores. No resulta gratuito, en materia de vampirismo, evocar la figura del Dr. Freud, sobre todo cuando las cosas adquieren estos tonos oníricos y escabrosos; por otra parte, Freud y Stoker fueron contemporáneos.
Otra catalogación del vampiro real e histórico comprende aquellos hombres o mujeres a quienes les complace la sangre humana, ya porque la consideren manjar imprescindible para su propia existencia, ya porque un brujo o curandero se la haya prescrito para la cura de ciertas dolencias que con su consumo remitirían, o para la conservación de una vida efímera que sólo puede perdurar con la aportación continua de sangre joven y vigorosa. Pero dejémonos de definiciones acerca de temas tan morbosos y viajemos con la imaginación al siglo XVIII. En 1749, el abad de Sénones, en Lorena, daba a las prensas sendas disertaciones sobre apariciones de espíritus y sobre los vampiros o revenans (sic, sin la t final; es decir,“revinientes” o“redivivos”) de Hungría, de Moravia, etc. El abad de Sénones era un sabio benedictino llamado Dom Augustin Calmet. Había nacido en Mesnil-la-Horgne, cerca de Commercy (Lorena), en 1672. Moriría en París en 1757.
Entre sus numerosas obras se cuentan un Comentario sobre el Antiguo y Nuevo Testamentos (París, 1707-1716, veintitrés volúmenes) que luego resumió en su Tesoro de las antigüedades sagradas (1722), un Diccionario crítico e histórico de la Biblia (cuatro gruesos volúmenes en folio), una monumental Historia universal sagrada y profana (Estrasburgo, 1735-1771; losúltimos volúmenes aparecieron póstumamente) y un nutrido acervo de obras de erudición local referidas a la Lorena.
Este auténtico monstruo de la erudición bíblica corrigió y aumentó sus disertaciones sobre aparecidos y vampiros de 1749 dos años después, dando a la luz un Traité sur les apparitions des esprits, et sur les vampires, ou les revenans de Hongrie, de Moravie,&c. en dos tomos (París, chez Debure, 1751) que constituyen un verdadero festín de dioses para el buen bibliófilo y que ahora tengo sobre mi mesa. Cuando Dom Calmet redactó este primer manual de Vampirología—el segundo tomo, ofrecido en esta edición, es el que se ocupa propiamente del tema vampírico— quizá no fuera consciente de que estaba iniciando, en pleno Siglo de las Luces, una corriente subterránea y oscura que amenazaba con prestigiarse mucho en años posteriores. La obsesión por lo sombrío, por lo nocturno, por lo irracional, por lo“gótico”, alcanzaría pronto a la más rancia aristocracia británica: The Castle of Otranto, cuyas primeras copias salieron de los tórculos de Strawberry Hill en las Navidades de 1764, sería el primer fruto literario de esta nueva sensibilidad que tendría en su autor, Lord Walpole, y en sus sucesores Mrs. Radcliffe, Clara Reeve, M. G. Lewis, Beckford, Maturin y tantos otros, cultivadores literarios de excepción.
“La fuerza más importante del vampiro radica en que nadie cree que existe”, solía repetir Van Helsing en la novela de Stoker. Calmet no afirma ni niega nada, pero ofrece un sinfín de testimonios. Entre ellos, el del escritor francés Joseph Pitton de Tournefort, quien fue testigo de la gran epidemia vampírica que, entre los años 1700 y 1702, diezmó la población de Mícono, pequeña isla del archipiélago de las Cícladas, en el Egeo.
Empezaron a aparecer centenares de personas con pequeñas incisiones en el cuello y en las arterias de los brazos que daban de inmediato signos de agotamiento y que acababan por morir. Los afectados eran, indistintamente, hombres y mujeres jóvenes y niños de ambos sexos. Se utilizaron diferentes métodos curativos sugeridos por médicos y curanderos, pero sólo una acción fue eficaz para terminar con tan extraña epidemia: grupos de aldeanos armados con estacas de fresno afiladas en una de sus puntas recorrieron todos los cementerios de la isla y abrieron todas las tumbas; aquellos cadáveres que no se hallaban en evidente descomposición o que presentaban un aspecto saludable fueron atravesados con las estacas de fresno a la altura del corazón. Como la epidemia de vampirismo desapareció a partir de entonces, se generó entre los nativos y entre quienes presenciaron los hechos un argumento de peso en favor de la existencia de los muertos vivientes que, por las noches, abandonan sus tumbas para, en forma de vampiros, ir a buscar entre los vivos la sangre que les es necesaria para prolongar su precaria existencia ultraterrena.
Los anales históricos de la Baja Hungría—sigue contando el inefable Dom Calmet— relatan otro curios