: Barbara Cartland
: Un Mensaje en Clave
: Barbara Cartland EBooks ltd
: 9781782132639
: 1
: CHF 1.30
:
: Historische Romane und Erzählungen
: Spanish
: 198
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Tras haber luchado en Francia y pasado una larga temporada en Londres, el Marqués de Melverley decidió regresar al campo. Allí encontró su Finca totalmente abandonada y pidió a Christina, una joven huérfana que había conocido en el camino que lo ayudara a poner las cosas en orden. Para lograr este objetivo tuvieron que enfrentarse a un ambicioso primo del Marqués que trataba apoderarse del título e incluso llegó a secuestrar a Christina para lograr sus propósitos. Un mensaje en clave ayudaría al Marqués a descubrir el paradero de Christina, logrando así desbaratar los nefastos planes. Todo esto se relata en esta emocionante novela. *Originalmente publicada bajo el título de: -Un Mensaje en Clave por HARLEQUIN IBERICA S.A. -Milagro de Amor por Harmex S.A. de C.V.

Barbara Cartland, quien  nos dejó en Mayo del 2000 a la grandiosa edad de noventaiocho años, permanece como una de las novelistas románticas más famosa. Con ventas mundiales de más de un billón de libros, sus sobresalientes 723 títulos han sido publicados en  treintaiseis idiomas,  disponibles así para  todos los lectores que disfrutan del romance en el mundo. Escribió su primer libro 'El Rompecabeza' a la edad de 21 años, convirtiéndose desde su inicio en un éxito de librería. Basada en este éxito inicial, empezó a escribir continuamente a lo largo de toda su vida, logrando éxitos de librería durante 76 sorprendentes años. Además de la legión de seguidores de sus libros en el Reino Unido y en Europa, sus libros han sido inmensamente populares en los Estados Unidos de Norte América. En 1976, Barbara Cartland alcanzó el logro nunca antes alcanzado de mantener dos de sus títulos  como números 1 y 2 en la prestigiosa lista de Exitos de Librería  de B. Dalton A pesar de ser frecuentemente conocida como la 'Reina del Romance', Barbara Cartland también escribió varias biografías históricas, seis autobiografías y numerosas obras de teatro así como libros sobre la vida, el amor, la salud y la gastronomía. Llegó a ser conocida como una de las más populares personalidades de las  comunicaciones y vestida con el color rosa como su sello de identificación, Barbara habló en radio y en televisión sobre temas sociales y políticos al igual que en muchas presentaciones personales. En 1991, se le concedió el honor de Dama de la Orden del Imperio Británico por su contribución a la literatura y por su trabajo en causas a favor de la humanidad y de los más necesitados. Conocida por su belleza, estilo y vitalidad, Barbara Cartland se convirtió en una leyenda durante su vida. Mejor recordada por sus maravillosas novelas románticas y amada por millones de lectores a través el mundo, sus libros permanecen atesorando a sus héroes valientes, a sus valerosas heroínas y a los  valores tradiciones. Pero por sobre todo, es la , primordial creencia de Barbara Cartland en el valor positivo del amor para ayudar, curar y mejorar la calidad de vida de todos que la convierte en un ser verdaderamente único.

Capítulo 1
1819


El Marqués de Melverley abandonó Londres de mal humor.

No tenía intenciones de partir hacia el campo hasta después de haber visto a Lady Bray. Se sucitó un desagradable altercado que dejó al Marqués rechinando los dientes de rabia.

Lady Bray era una de las más famosas bellezas del año y había causado sensación en St. Jame’s. Había concedido sus favores a numerosos hombres antes de conocerlo. Sin embargo, el Marqués, le hizo perder la cabeza y su romance constituía la habladuría de toda la Alta Sociedad.

Todo marchaba bien, pensaba el Marqués, hasta que Lord Bray regresó del campo. Fue entonces cuando comunicó a su esposa que se la llevaba de Londres. Lady Bray quedó horrorizada. Estaba en la cúspide de suéxito. La invitaban a todas las fiestas y estaba convencida de que el Príncipe Regente no podría ofrecer una cena de prestigio en la Casa Carlton si ella no se hallaba presente.

Suplicó a su esposo, peroéste se mantuvo firme en su decisión.

—Se habla de ti— le dijo,— y no voy a permitir que mi apellido lo arrastren por el lodo.

Cuando Daisy Bray comunicó la noticia al Marqués,éste quedó atónito. Era, más o menos, un hecho aceptado el que una vez que un hombre llevara varios años de casado y su esposa le hubiera dado un heredero al título, cerrase el esposo los ojos si ella se permitía un coqueteo o algo más profundo con otros hombres.

Sin embargo, Lord Bray era muy orgulloso. Cuando una de sus hermanas le informó de lo que se murmuraba en Mayfair, regresó de inmediato a Londres.

—Nada que yo pueda decir cambiará su decisión de que partamos el viernes hacia el campo— informó llorosa, Daisy al Marqués.

—Pero no puedo perderte— protestoél.

—¿Cómo podrás renunciar a todas las fiestas y bailes a las que has prometido asistir y..., por supuesto, a mí?

—Eso me importa más que todo lo demás— dijo Daisy con voz suave, poniéndole una mano en el brazo—, pero no viene al caso protestar. Cuando Arthur toma una decisión, tengo que obedecerle.

La decisión de Lord Bray molestó, naturalmente, mucho al Marqués.

De modo que decidió acudir en busca de consuelo a la Casa de Chelsea donde alojaba a su“otro interés”.

Se trataba de una de las más adorables artistas entre las que actuaban en Drury Lane. Letty Lesse era una bailarina excepcional, y notable también en todo cuanto se proponía.

Entre ello se incluía el conquistar los corazones de los innumerables hombres que la acosaban. Sin embargo, no pudo por menos que sentirse emocionada cuando el Marqués le prestó su mejor atención. Sabía muy bien que el Marqués era más importante y, sin duda, más rico que cualquiera de sus otros pretendientes.

Aceptó con alegría trasladarse de su habitual residencia a una atractiva Casa en Chelsea, propiedad del Marqués. Ciertamente la había ocupado otra mujer antes que ella. Al Marqués le mortificaba su irritante hábito de lanzar tontas risillas ante cualquier cosa queél dijera y, se mordisqueara las uñas por lo que escaseó sus visitas.

Estaba de moda que los caballeros y petimetres de St. James's tuvieran unaprotegida exclusivamente para ellos. Eso, por supuesto, si estaban, en disposición de pagarlo y nadie podía hacerlo mejor que el Marqués de Melverley.

El Marqués había heredado a los veintiséis años, el Título y la Finca que había pertenecido a su familia desde hacía más de trescientos años y cada generación supo enriquecerla considerablemente.

Su Padre había sido el tercer Marqués yél del cuarto. Sentía un inmenso orgullo de su título, su sangre y su posición en la vida.

Aun cuando sólo tenía veintiocho años, el Príncipe Regente le había prometido convertirlo en el Lord Representante de la Corona de su Condado en cuanto el cargo estuviera disponible.

Su Alteza Real también le indicó que habría paraél un puesto en la corte en cuanto ascendiera al trono. El Marqués lo aceptaba todo como si se tratase de su derecho propio.

Había desempeñado un brillante cargo en el Ejército de Wellington y recibido dos medallas a consecuencia de su valor.

También se percataba de que, a pesar, de su juventud, los hombres de Estado, tomaban en consideración sus opiniones.

El Príncipe Regente, asimismo, le consultaba gran número de los problemas que se le presentaban cada día.

Había dejado a Daisy Bray bañada en lágrimas ante la idea de que tendría que abandonar Londres sin poder verlo a solas de nuevo. Y pensó que intentaría olvidar los atractivos de Lady Bray en los brazos de Letty Lesse. Ciertamente la había desatendido por completo durante lasúltimas tres semanas.

Como Lord Bray se hallaba en el campo, había pasado todas las tardes y gran parte de la noche, con Daisy.

Ahora iba pensando en lo atractiva que era Letty cuando bailaba. Sabía hacer que un hombre olvidara sus problemas cuando le rodeaba el cuello con sus brazos. Primero, tendría que asistir a una cena en la casa del Duque de Bedford, en Islington.

Se sentía deprimido y no hacía esfuerzo alguno por levantarse elánimo.

Las damas que le acompañaron sentadas a cada lado de la mesa durante la cena lo aburrieron. Ninguna de las presentes podía compararse, en ningún sentido, con Daisy ni con Letty.

Finalmente, la cena se dio por concluida. Después hubo música y juegos de naipes en los que se vio obligado a participar. Era casi medianoche cuando, por fin, subió a su carruaje.

Tiraban del mismo dos caballos soberbios y ordenó a su conductor que lo llevara a Chelsea. Apareció una divertida mueca, que el Marqués no advirtió, en el rostro del empleado, y el palafrenero guiñó un ojo a su compañero cuando partieron.

—Como en los viejos tiempos— murmuró entre dientes.—Ya los caballos se sabían de memoria el camino.

El conductor se rió.

No obstante, iba pensando que sería una larga noche. Sabía que su esposa se quejaría amargamente cuando la despertara casi al amanecer. No era un trayecto largo hasta la casa del Marqués en Chelsea, que se hallaba próxima al famoso Hospital inaugurado por Nell Gwynn. Frente a ella había una plaza cuajada de altosárboles. El conductor detuvo los caballos frente a la puerta, el Marqués descendió del carruaje.

El palafrenero sabía que no debía bajarse y llamar para que abriera la Doncella contratada por el Marqués.Ya para entonces se habría acostado. Y el Marqués disponía de su propia llave.

Mientras la introducía en la cerradura, pensó que para aquella hora ya habría regresado Letty del Teatro. Estaría en la cama, pero se mostraría encantada de verlo, máxime después de su larga ausencia. Se arrojaría a sus brazos y sería lo bastante inteligente como para no hacerle ningún reproche.

El Marqués abrió la puerta.

Como esperaba, había una luz encendida en el vestíbulo. Era de velas, en candelabros de plata queél trajera de su casa del campo. Había ordenado que siempre se dejaran encendidas. Así, si llegaba inesperadamente, no corría el peligro de tropezar en la oscuridad.

Cerró la puerta y guardó la llave en su bolsillo. Acto seguido se quitó el sombrero de copa. Se disponía a dejarlo en la silla donde era su costumbre.

Cuando observó que ya había allí otro sombrero. Era del mismo modelo que el suyo. De hecho, casi idéntico. Lo miró, sorprendido. Se preguntó cuando lo habría dejado allí y se había ido a casa sinél.

De pronto, sintió sospechas.

Colocó su sombrero en una mesa frente a un espejo enmarcado en dorado. También procedía de su casa del campo. Con deliberado sigilo, subió l