: Ana M. Briongos
: La cueva de Alí Babá. Irán día a día
: Ecos Travel Books
: 9788415563464
: 2
: CHF 8,70
:
: Reiseberichte, Reiseerzählungen
: Spanish
: 180
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Una tienda de alfombras en el bazar de Isfahán sirve de escenario a la autora para describir un Irán diferente del que solemos ver en los periódicos y la televisión, un país contradictorio y en plena ebullición, un pueblo culto y acogedor que camina hacia la modernidad y a la vez se aferra a sus tradiciones. La tienda de alfombras es el observatorio que Ana Briongos escoge para narrar múltiples historias y ahondar a través de ellas en la riqueza y las contradicciones de la sociedad iraní. Con una estima explícita e indisimulada hacia su gente, con una mirada curiosa y certera hacia sus formas de vida, con un conocimiento profundo de la realidad del país y una sensibilidad exquisita La cueva de Alí Babá se convierte en una deliciosa, convincente y reveladora muestra de lo que es Irán. En un último capítulo escrito para esta edición digital la autora reflexiona sobre sus últimos viajes a Irán tras la publicación de la primera edición del libro, así como sobre las perspectivas de cambios que se ciernen sobre el país.

Ana M. Briongos, Barcelona 1946, licenciada en Ciencias Físicas y escritora, es una incansable viajera. Fue alumna de literatura en la universidad de Teherán y durante un período de casi diez años trabajó en Irán y Afganistán como asesora e intérprete. Afincada en Barcelona, trabajó desde 1982 a 1992 en Interway, organización internacional de intercambio de estudiantes. Ahora se dedica a escribir y a dar charlas y conferencias. Durante los últimos años ha pasado largas temporadas en india para preparar el libro ¡Esto es Calcuta!. Profesora en excedencia, es buena conocedora del mundo islámico y se declara enamorada de la arquitectura de adobe, de la poesía persa, de los bazares, de los desiertos, de las montañas del Hindu Kush, de las estepas del Asia Central y, sobre todo, de las gentes que viven en esos lugares.

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EL MUNDO EN UNA ALFOMBRA





Hace ya unos días que vivo en Isfahán. La familia que me acoge me ha recibido encantada y me estoy acostumbrando a vivir con ellos. Al principio no sabía si lo resistiría, pues se me hacía difícil vivir con niños ahora que mis hijos ya son mayores. No se puede vivir en Irán si uno considera que la intimidad y el silencio son sus bienes más preciados, por lo que si decido quedarme con esta familia debo cambiar y considerar a partir de ahora que mis bienes más preciados serán la convivencia, las confidencias, la alegría y el barullo; solo así seré feliz.

El piso donde vivimos ocupa la primera planta de un edificio de dos con garaje a ras de calle. De arquitectura moderna, el ladrillo visto de la fachada tiene ese color amarillo claro típico que producen las ladrillerías de Qom. En el rellano, como acostumbra a ocurrir en las casas de Irán, queda noche y día la exposición de zapatos, zapatillas y pantuflas de la familia, por lo que uno, por el simple hecho de pasar por él, puede adivinar de qué familia se trata, cuántos son sus miembros, si adultos o niños, si deportistas o sedentarios paseantes de bazar. Porque en una casa tradicional iraní, siempre alfombrada, no se entra con los zapatos puestos. Aunque la puerta de la entrada al edificio, de hierro pintado y vidrio esmerilado, está cerrada siempre y necesita del interfono para ser abierta, el rellano y la escalera son un lugar común y, por tanto, es obligatorio el uso del chador. Cuando Mariam, la esposa, y la vecina de arriba salen al rellano a charlar, lo hacen siempre con el chador de florecitas puesto, el de estar por casa; para salir a la calle se ponen el de satén negro.

Todas las ventanas del piso son apaisadas y se abren en la parte más alta del muro, por lo que los de dentro solo vemos el cielo y los de las casas vecinas no ven lo que ocurre en el interior. Deduzco que se trata de una arquitectura pensada ex profeso para proteger la intimidad y esta es la razón por la cual, si me interesa ver qué pasa en la calle, tengo que subirme a una silla. Y a una silla me encaramé cuando, al día siguiente de llegar a Isfahán, extrañada por los sollozos que llegaban desde el exterior y que oía cuando estaba en la cocina, quise saber qué pasaba. En la casa de enfrente, al otro lado de la calle, detrás de una tapia profusamente engalanada con crespones negros adornados con versículos del Corán y en una habitación alfombrada rodeada de cojines y con la puerta abierta de par en par, un grupo de mujeres sentadas en el suelo cubiertas con chador negro lloraban. En medio de los sollozos una voz femenina recitaba. Mujeres llegaban a pie o en coche para unirse al llanto. En la puerta de la tapia un muchacho joven con vaqueros y deportivas las recibía sonriente y las hacía pasar a la habitación del otro lado del patio, la que yo veía desde la ventana. Así me encontraron Mariam y los niños cuando entraron en la cocina: de puntillas sobre la silla, agarrada a la repisa de la ventana, intentando sacar la cabeza lo más posible por ella. Todavía se ríen cuando recuerdan la escena. Como estamos en el mes de Moharram, me explicó Mariam, en la casa de enfrente celebran unas reuniones de duelo, solo de mujeres, que se prolongan durante semanas. A ellas acuden mujeres del barrio, conocidas o desconocidas, además de familiares y amistades. En el barrio se sabe cuando en una casa se organiza este tipo de reunión y la noticia corre de boca en boca.

El piso tiene una sala grande para recibir y una alfombrakashan de fondo rojo con medallón central la cubre por entero. El matrimonio decidió comprar una mesa y seis sillas el año pasado para que los niños se acostumbraran a comer en una mesa. En una casa decorada solo con alfombras y cojines, una mesa y seis sillas es algo que clama al cielo, un estorbo, como un grano en una piel lisa y fina, pero hay que comprender el sentido pedagógico de la compra, pues hay que acostumbrar a los chicos a comer en una mesa. En esta casa la educación de los hijos es primordial